Reflexiones ante otro 12 de octubre, por Pablo Reyna

Comunidad Comechingón Henen Timoteo Reyna

Tratar de ordenar todos los sentimientos que se arremolinan por dentro frente a otro 12 de octubre, no es sencillo.
Con doscientas mil hectáreas quemadas intencionalmente sólo en la provincia de Córdoba, nada es fácil.
Con miles de animales, talitas, hongos, espinillos, mariposas, zorritas y zorritos quemados, hasta respirar cuesta.
Quizá todas esas sensaciones se resuelvan en la idea de dolor.

Pueblos que luchan por recuperar el territorio ancestral (Podcast)

Un dolor que sentimos muchas personas no sólo frente a la desidia gubernamental e incendiaria, ni tampoco frente al borde de un almanaque que nos recuerda que hace 528 años comenzó una invasión, sino un dolor que se agiganta por causa de los individualismos de quienes –en este contexto de pandemia en que la Pachamama nos pega un cachetazo mundial- levantan en nombre de la “libertad” banderas individuales y poco solidarias.
Dolor que se trepa por la espalda, nos tironea los pelos y las orejas, pero que también se agiganta frente a la insolvencia que tiene la palabra por estos días.
Un dolor que finalmente salta sobre nuestras cabezas tomándonos los ojos y la voz.
Un dolor que paraliza. Que impide sonreírle a nuestros hijos e hijas frente a cualquiera de sus monerías.
Un dolor que se esfuma por momentos, pero que está al acecho, como aquellos que se organizan desde hace centurias para saquearnos hasta la identidad.
Un dolor que vuelve a treparse por la espalda, salta otra vez y toma nuestra nariz, nuestra boca y nuestra alma.
Un dolor que no tiene origen en recordar lo que sucedió hace 528 años, sino que comprende cabalmente –brindándonos una sensación de certeza que pocas veces tenemos- que fue aquel 12 de octubre de 1492 cuando comenzó este incendio, este saqueo, esta violencia.
***
Comprendo perfectamente que quienes nos precedieron no eran dioses. Eran humanos y humanas: lloraban, reían, mataban, amaban y se traicionaban. Pero la imposibilidad de que nuestras familias y pueblos de hace 528 años hayan continuado con su propio desarrollo histórico (el elegido y el deseado, con aciertos y errores) incomoda hasta a los más osados historiadores.
Con el diario del lunes, analizando lo que “Occidente” le hizo a África, al Medio Oriente, a la India –por nombrar algunos lugares nomás- y finalmente a nosotros y nosotras, con seguridad podemos afirmar que este estado de las cosas, no es casual.
Los incendios nos son casuales, como tampoco la imposición de una forma de organización social y económica extranjera.
El largo camino que siguió luego de aquel 12 de octubre, para quienes somos parte de familias indígenas, como así también para los trabajadores de cualquier origen que se rompen la espalda diariamente, para las mujeres de toda Abya Yala, para los esclavos africanos que fueron trasladados compulsivamente hacia este continente, para la biodiversidad toda, ha sido tortuoso y doloroso.
No podemos desvincular la pandemia, el individualismo y los incendios de aquel 12 de octubre. Al menos algunas y algunos de nosotros creemos en las causas y los efectos.
Como esperamos los brotes del monte nuevamente; como esperamos que la magia de nuestra Canchira, de nuestra Madre Sierra, haga caer el agua tan deseada;
como esperamos desterrar egoísmos e imposiciones;
y como esperamos cualquier amanecer cuando pasamos toda una noche en vela;
así estamos.
Doloridos y doloridas, pero estamos.
Nuestra espera es paciente, pues tiene 528 años.
Pero es una espera activa, porque nace de la inquietud por organizarnos.
Frente a 528 años de invasión europea a nuestras tierras, y con el dolor trepando de nuevo por las espaldas y tomándonos la voz y tironeando una vez más nuestras orejas, aún seguimos resistiendo.
Pero resistimos proponiendo.
Resistimos esperando.
Resistimos recuperando.

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