Por Lucas Di Marco. La historia argentina registra innumerables ejemplos de intoleranca tanto política como social, religiosa o de cualquier tipo. Se vive en un eterno River-Boca y hay que ganar y humillar al otro para ser feliz.
Esa peligrosa forma de ser, que llevó a federales a perseguir a unitarios y a unitarios a colgar a federales cuando tomaron el poder, nos ha debilitado desde el nacimiento de la Patria. Baste con decir que tuvimos once golpes de Estado en menos de cincuenta años y solo una derrota militar como la de Malvinas hizo salir por la puerta de atrás a los militares.
Juan Domingo Perón fundó un movimiento que bregó por derechos sociales, pero antes de ellos participó en dos de los Golpes de Estado antes mencionados y dirigentes opositores como Ricardo Balbín sufrieron cárcel en su mandato. Perón a su vez fue derrocado, ya como presidente constitucional elegido ampliamente por voto de las masas, por la Revolución Libertadora que bombardeó la Plaza de Mayo y mató a más de 300 militantes peronistas solo por ser opositores.
Entre esos aviones que descargaron su carga «libertadora» sobre sus compatriotas volaba Carlos Zavala Ortíz, dirigente radical. Muchos dirigentes opositores festejaron la caída del «tirano» y brindaron con los golpistas que habían derribado al general (también golpista).
Luego de un período de botas en lugar de votos, llegó Arturo Illia a la presidencia con pocos votos, cerca del 30% (el PJ estaba prohibido). Para muchos Illia fue uno de los mejores presidentes que ocuparon la Casa Rosada, paradigma de honestidad y defensa de intereses nacionales. Pero Illia tuvo como canciller a el mencionado Zavala Ortíz. Viendo que el País vivía nuevamente en Democracia, Perón quiso voler del exilio que él mismo se impuso para no desatar una guerra civil que hubiese ganado en el ’55 pero que le hubiesen dejado las manos manchadas de sangre.
En este punto, con Perón volviendo en avión para reinsertarse en la vida política, tal vez sea cuando los argentinos perdimos la gran chance de reconocer que el otro siempre es necesario en Democracia. Illia, un gran presidente, envió a Zavala Ortíz (el que bombardeó Plaza de Mayo llen de argentinos que pensaban distinto) a Brasil para detener el vuelo. El líder justicialista no pudo bajar del avión y debió volver por donde vino.
Perón se vengó retirando todo apoyo al gobierno radical, que pasó a ser burlado por militantes del PJ como «la tortuga» y debilitó así al gobierno democrático que Illia encabezaba. Gobierno que entre otras cosas se plantó ante el FMI cuando comenzó a rondar nuestra yugular.
De resultas de estas desavenencias, el medico radical cayó tras un nuevo Golpe de Estado sin que nadie lo defienda y tanto Illia como Perón perdieron la chance de pasar a la Historia como figuras aún más grandes de lo que fueron (a, de paso el FMI comenzó a comernos la yugular)
«Si entre ellos se pelean»
Algo similar pasó con Arturo Frondizi, que tomó la posta de Illia en una nueva bocanada de aire democrático permitida por el Poder Militar, ahora con la venia del general desde el exilio. Esta vez Perón no intentó volver, pero si intentó condicionar la politica de Frondizi, y al no poder hacerlo, le retiró el apoyo. ¿Resultado?, el de siempre: Golpe de Estado y Ongania proscribiendo partidos, incluído el radical.
Pero Ongania creyó que se podía manejar un País sin darle voz a nadie y quedó herido de muerte por el «Cordobaso» que le demostró lo contrario. Uno de sus sucesores, Agustin Lanusse, intentó una apertura política que incluía al PJ, armado para ese entonces con la diestra gremial y la zurda Montonera. «No le da el cuero» acicateó Lanusse a Perón, dando a entender que ya estaba viejo para volver a tomar las riendas del país.
Pero Perón vino y se dio cuenta en carne propia que los títeres que manejaba desde Madrid no obedecían sin chistar. La «Juventud Maravillosa» pasó a llamarse «Juventud Imberbe» y el único que no le puso palos en la rueda fue Ricardo Balbín. Nació la Triple A y a toda America llegó el Plan Cóndor para combatir al comunismo, lo que ubicó al «enemigo» escondido puertas adentro, desatando la guerra al terrorismo que tantas vidas se cobrara.
Finalmente llegó la Democracia, mientras el País lloraba los muertos del Atlántico Sur. La gente eligió al candidato que hablaba de Derechos Humanos en lugar del que quemaba cajones del partido opositor. Por un momento los argentinos entendieron que no era un Boca-River y que el otro era necesario. Pero duró poco.
A Alfonsín lo apoyó Cafiero en las malas, con enemigos con cara pintada. Pero lo boicotearon los poderes financieron que ya habían asomado con Celestino Rodrigo en el Gobierno de Isabel Perón y que hicieron metástasis con la Dictadura (y estaban mordiendo la yugular desde la caída de Illia). Esos poderes volverían en los noventa, de la mano del 1 a 1 y el «deme dos» de los argentinos que vivieron la fiesta hasta que hubo que pagarla. Llegó De la Rúa y no supo, pudo o quiso frenar la sangría. Cuando la gangrena llegaba a los órganos vitales, llamó al PJ reunido en San Luis para que se sume al Gobierno y el presidente de esa fuerza rechazó el convite aduciendo que ‘no podían dejar al País sin alternativa’. La frase era cierta, un sistema democrático funciona con un partido en el oficiialismo y otro en la oposición, sumar a ambos en el Gobierno y que este se incendie puede derrumbar las instituciones, no obstante tampoco quisieron los justicialistas sumarse a un barco a medio hundir.
Los sucesos del 2001 sepultaron a la UCR en el ostracismo y le dieron todo el poder a un PJ que encontró en Néstor Kirchner una cara nueva que construyó poder junto a su mujer Cristina durante 12 años. En frente no hubo nada, y el kirchnerismo no ayudó a que creciera nada tampoco. Sólo con la crisis del campo en 2009 comenzaron a reagruparse fuerzas opositoras pero ya no en torno a un partido como la UCR sino con el modelo del frentismo. Con ese formato llegó Mauricio Macri al poder en 2015. El PJ había perdido una nueva elección presidencial y debía regenerarse.
En Córdoba, José Manuel De la Sota alimentó el crecimiento de Ramón Mestre hijo, un poco para frenar a Luis Juez y otro poco porque el otro siempre hace falta. La debilidad actual de la UCR es mala para el PJ, como la ausencia del PJ fue mala para el País cuando estuvo proscripta. El otro es un límite, es una competencia. El otro te obliga a ser mejor, a tener mejores argumentos, a no meter la pata. El otro te controla. Ese es el juego democrático. Aprender a tolerar al otro y aceptar la alternancia en el Poder es la clave de toda Democracia sana. El Poder si se acumula sin límites termina por explotar.
Nuestra historia está plagada de momentos donde por acallar al otro que piensa distinto en lugar de argumentar mejor, de hacernos mejores y esforzarnos más, caímos en la violencia y en el agravio, en la descalificación: «cabecita negra», «gorila», «zurdito», «facho», «kuka», «macrista», «machirulo», «choriplanero», etc, etc.
En Psicología, el otro habla de nosotros, de lo que rechazamos y porqué lo rechazamos. Aprender a tolerarnos, aprender a integrar esas polaridades sin anularlas o creer que ya no existen es la única manera de que una persona pueda avanzar en el crecimiento personal. Todo lo demás es negarnos a nosotros mismos, mirar con un solo ojo, seguir incompletos.