Antonino llegó tambaleándose hasta la ducha del baño, apoyado en las paredes y a punto de desfallecer, casi arranca las cortinas de hule al intentar abrir la lluvia y cuando ésta salió por la regadera, sumergió su cabeza debajo de la suave sensación que aquel frío le proporcionaba. La resaca era suficientemente dura como para intentar olvidarse de ella. Aquel dolor de cabeza ya no lo abandonaría en toda la jornada.
Sino apuraba el amargo y fuerte café preparado el día anterior y recalentado a las cansadas, no llegaría a tiempo a la central. Su jefe ya lo tenía bajo apercibimiento y no deseaba ser sancionado con algunos días de suspensión.
«ESPÍRITU DE LA MONTAÑA», LOS RELATOS DE FERPI GONZÁLEZ
- -Legalll! (Gritó el jefe desde su oficina y aquel llamado pudo escucharse en todo el recinto, aún detrás de los vidrios)
– ¡A mi oficinaaaa!
- No puedo entender porque tanto alboroto el día de ayer para encerrar un simple saro. Toda la papelería en mi escritorio antes del mediodía.
Antonino Legal, aquel simple investigador de narcóticos, deseaba como única meta en el mundo, convertirse en detective y jefe del departamento de asesinatos. Le atraía el hecho de poder estudiar, analizar y descubrir los métodos utilizados por los malvivientes para perpetrar sus homicidios e intentar, en este mismo acto, salir ilesos al no ser señalados como posibles culpables. Pero el homicidio perfecto aún no había sido inventado y todos, por una razón de actitud humana, cometían algún error. Sólo era necesario tener el ojo visor para poder detectarlo. Pero durante ese día tendría que olvidar sus sueños de ascenso y dedicar gran parte de la jornada a llenar formularios y escribir informes. Si tenía suerte, su jefe se olvidaría y tendría más tiempo para completar el encargo.
- ¡Escúchame atentamente Legal… Voy a ponerte al frente de un caso de suicidio que ocurrió anoche… No quiero que metas la pata esta vez. Es sencillo, rápido y con mucho papelerío que llenar.
- ¡A sus órdenes!! – respondió el sargento Legal al tiempo que una puntada surcaba sus sienes
Sentado en su oficina, con una taza de café y la hoja con los datos del suicidio, el Sargento Antonino Legal puso, cansadamente, manos a la obra. Y luego de llenar un par de datos en un formulario, tomó su abrigo y se encaminó al lugar del hecho. Afuera, la nieve comenzaba a derretirse y el frío calaba hasta los huesos.
Llegó en su viejo auto hasta el edificio de departamentos donde una franja de plástico rojo y blanco detenía el paso y se encaminó hasta el segundo piso. Un grupo de policías distraídos discutían sobre otros asuntos y él, sin pedir permiso, se introdujo en la pequeña vivienda mientras otra aguda puntada le surcaba el cráneo.
Un cuerpo tirado junto a la mesa, algunas cosas caídas por la misma envestida del hombre al caer y la notoria escena de un suicidio los recibieron con más frío que el reinante en las afueras.
- ¡Sobredosis de insulina…! Dijo un policía al Sargento Legal con tono disciplinado y algo autoritario.
- ¡Pobre viejo! Masculló Legal al tiempo que miraba dos frasquitos vacíos dentro de una bolsita transparente.
- Seguramente olvido que ya se había colocado la dosis de ese día y se inoculó una la segunda medida… Lleve esto al laboratorio y que busquen algún veneno u otro producto.– agrego el policía, mientras entregaba los frasquitos vacíos.
El Sargento dio algunos pasos por la habitación mirando sin mirar pero buscando algo que aún no vislumbraba con claridad. Luego de hurgar por el piso, levantó la mirada y vio una foto colgada en la pared. Siete jóvenes felices posaban, en blanco y negro, para un recuerdo que este pobre viejo muerto, llevaría hasta el final.
Miró por última vez al viejo que yacía y salió con rumbo a su oficina, debía llenar muchos papeles.
Mientras se encaminaba al auto no pudo percatarse de los ojos que miraban el andar de su figura cansada. Desde la ventana del departamento contiguo al del muerto, una cortina apenas corrida en su ángulo inferior izquierdo ocultaba unos ojos curiosos que pretendían mantener el anonimato y seguir descansando en la sombra de aquel cuarto.
Dentro del pequeño departamento vivía Mister Misterio, como le gustaba llamarse a sí mismo. O “El Sr.M” como más tarde lo llamaría el Sargento Legal.
El Sr.M rondaba los jóvenes treinta o treinta y cinco años. De perfil bajo, nunca miraba a los ojos cuando hablaba con alguien y rechazaba todo tipo de invitación social. El joven era dueño de un escueto negocio de antigüedades en el centro de la ciudad y todos suponían que, con los ingresos de aquel emprendimiento, sus gastos estarían cubiertos.
Cumplía una rutina diaria casi perfecta. Se levantaba a las seis de la madrugada y aunque fuese de noche o de día, él salía acaminar diez kilómetros. Compraba dos donas en la panadería del lugar y retornaba su marcha. Preparaba el desayuno de café negro y sin azúcar y miraba el programa de noticias. Luego del desayuno caminaba hasta su negocio y allí se quedaba hasta el mediodía que almorzaba verduras del mismo color, preparadas por él. A la tarde cerraba y caminaba todo el recorrido de regreso. En su casa armaba un rompecabezas diferente cada día. Luego cenaba verduras del mismo color y se acostaba a dormir.
- Un pequeño, dos pequeños, tres pequeños indiecitos.
- Cuatro pequeños, cinco pequeños, seis pequeños indiecitos.
- Siete pequeños, ocho pequeños, nueve pequeños indiecitos.
- Diez pequeños niños indiecitos.
Su grado de autismo lo llevaba cada noche a repetir la vieja letanía que su padre le enseñara con el objeto de tranquilizar su mente y poder conciliar el sueño. Aquellas frases le brindaban lo necesario para olvidar el ansioso día que le tocaba vivir cada mañana y sumar fuerzas para enfrentar el siguiente.
Pero esa noche, El Sr.M no comenzó como acostumbraba. Y antes de repetir indefinidamente el verso de los indiecitos dijo en voz baja, como temiendo que alguien lograra escuchar sus palabras.
- ¡El Sr. Robinson no se suicidó…!
- ¡El Sr. Robinson fueasesinado…!
Parka no era su verdadero nombre, pero desde que se había mudado a la cabaña abandonada de las afueras de la ciudad dio a conocerse así, con el objeto de que este nuevo apodo no lo atara a su pasado. O peor aún, con nada relacionado a su futuro. Además, los nuevos vecinos nada sabían de él y así debía mantenerse.
Parka era un viejo vital. Aquel flaco de sesenta y tantos, cortaba la leña, comía de manera escueta y lentamente, no se relacionaba con los vecinos y pocas veces bajaba al centro del pueblo en busca de provisiones.
Vivía encerrado y escribía o leía según su propio parecer.
Había llegado a vivir en las ruinas de aquel lugar en el verano pasado. Yaunquecorríala voz de que ya se sentía un viejo cansadoqueriendoescribir sus memorias, el verdadero motivo de su llegada rayaba lo oscuro, peligroso y malvado. Cuando en el almacén principal de la ciudad una cajera preguntó por su estancia, él se aseguró de que larespuesta fuese escuchada por los demás clientes que esperaban su turno.
- Mi nombre es Parka y con mis cansados lustros he decidido instalarme en la vieja cabaña para allí pasar mis últimos años. Deseo escribir mis memorias. ¡Quizás llegue a ser famoso después de muerto… ¡- Dijo junto a una falsa risa de complicidad –
Toda la gran ciudad reconoció a Parka como el viejo loco que quiere escribir y mientras el nuevo vecino convencía a los habitantes, refunfuñaba palabras incomprensibles que ayudaría en su verdadero plan. Calle, nombres, horarios, rutinas y rostros no eran datos que olvidar.
Quizás sus años de planificación no hubiesen sido en vano. Quizás el plan trazado llegaría a dar sus frutos. Así, la confianza ingresó en sus entrañas desde el primer día en aquel lugar. Estaba seguro de lograrlo.
Una vez completados los formularios tres, ocho y diecisiete, el sargento Legal fue por una taza de café. Su cabeza pretendía explotar por momentos y los analgésicos no producían el efecto deseado.
- ¡Legalll! – Gritó el jefe desde su oficina y aquel llamado pudo escucharse en todo el recinto aún detrás de los vidrios – ¡A mi oficinaaaa!
- ¡Si ya terminaste con los papeles del suicida te voy a encargar otro trabajo! Deberás seguir y solucionar la secuencia de pequeños robos que se han perpetrado en la ciudad.
En la joyería Metal Precioso, se encontraba todo revuelto, vidrios rotos a lo largo del piso y estantes cubiertos con seda negra o gamuza borra vino, dueños de un vacío por las joyas que descansaban en las pequeñas aberturas hechas en la brillante tela. Tampoco lograrían encontrar pista alguna en aquella oportunidad. Ya otros casos similares habían quedado sin conclusión por la falta de pistas. Pero en esta oportunidad fue diferente. En el único escaparate de vidrio que quedaba en pie podía verse claramente una tarjeta blanca con letras doradas que mostraban las palabras “Mister Misterio” junto a una bolsa plástica y transparente con dos frascos de morfina. Pero en esta oportunidad se encontraban llenos de líquido.
El Sr.M se había despertado a las tres de la madrugada, como cada noche, y luego de cambiar su ropa de dormir por zapatillas, pantalón, ropa de abrigo, guantes y pasamontaña negros salió por la puerta trasera de su edificio, caminó tranquilo al resguardo de las sombras de la noche fría y oscura, llegó hasta la puerta principal de Metal Precioso y con un pequeño accesorio de acero abrió la cerradura como si fuese su llave. Ingresó rápidamente, cerró la puerta,desactivó la alarma y en una bolsa de terciopelo guardo todas las joyas cubiertas con piedras preciosas, oro y plata. Salió del lugar, buscó un callejón alejado y atrapó a un gato con algo de comida. Ató un sonajero a la cola del gato y luego soltó al pequeño animal dentro del salón de la joyería y activo la alarma. Lo demás fue solo cuestión de tiempo. Aquel gato salvaje, con un ruidoso cascabel en la cola y el aullido de las sirenas no tardaría en asustarse y correr como poseído delante de aquel extraño ruido que lo persigue y que lo rodea. El salvaje tigre en miniatura corrió de una pared a la otra destruyendo todo lo que encontraba a su paso, hasta que en algún punto logró romper la vidriera con una poderosa estampida de terror y locura. Luego huyo por el callejón oscuro.
……..
Las huellas halladas por la policía y tomadas como posibles pistas, pronto serían descartadas porque bien podrían tratarse de un felino que ingresara luego de que el ladrón rompiera el vidrio principal y huyera con el botín.
El Sr.M retomó, para su regreso, el mismo circuito que utilizara para venir. Guardó la bolsa negra en una caja de madera debajo de su cama y se acostó.
- Un pequeño, dos pequeños, tres pequeños indiecitos…
En su cabaña, Parka recalentaba un poco de estofado y mientras cenaba en mitad de la noche, sonreía, pues su plan se llevaba a cabo con éxito.
- Logré entrar sin forzar la puerta… ¡El pobre Robert me recibió como a un viejo amigo, aunque siempre fue medio pelotudo…
Luego no fue problema. Puso una “nueve milímetros” en las cien del pobre viejo y le obligó a suministrarse la segunda dosis de insulina. Sabía que solo habían pasado dos horas de la primera inyección y que no tardaría ni una más en caer muerto por una hipoglucemia galopante. Después salió sin ser visto al igual que cuando ingresara. Más tarde se enteraría que los rumores indicaban el seguro suicidio de aquel pobre viejo que no molestaba a nadie.
Ahora cenaba inquieto y sudoroso, pero con una sonrisa en los labios.
Al mismo tiempo, el sargento Antonino Legal bebía una copa de aguardiente sin poder quitarse de su cabeza, el dolor y la imagen de aquellas botellitas de medicamento. Dos vacías y dos llenas.
A la mañana siguiente, en su oficina y tras una noche sin poder dormir, se encontró con los resultados de laboratorio. Sí. Aquello era insulina y nada más.
- Pero… ¿Qué relación tenían las halladas en el lugar del robo y las del suicidio? Pensó Antonino mientras dejaba la carpeta sobre el escritorio.
Marchó en busca de un café negro y sin azúcar. Y cuando su jefe lo increpara sobre lo sucedido en la joyería, él debería mostrar aquella extraña pista, la dejada como tarjeta de presentación, por el sospechoso del robo.
Y por más que pensó alguna relación entre ellas, no encontró nada que sustentara la idea. Lo mejor sería no darle importancia y dejar sin revelar aquellasospecha intuitiva sin sentido.
Pero aun así necesitó continuar con la investigación del caso. Examinó los expedientes de otros robos ocurridos. Con un límite de fechas y radio de búsqueda. Allí comenzó con una rápida lectura para tener en mente la cantidad de robos y sus características generales. Lugar, calles, status de los negocios robados y todo lo necesario para intentar encontrar un patrón.
Se mantuvo todo un día estudiando aquellos archivos,pero no encontró nada. Ni distancias entre sí, ni características que igualaran a todos los robos en alguna relación u otra cosa. Por suerte la cabeza ya no le dolía y su jefe ya no lo llamaría. Debía marcharse.
Regresó a su casa con la curiosidad pesando más que el cansancio, se sirvió un aguardiente y encendió su computadora. Ingresó algunas palabras claves en el buscador y luego internet hizo el resto. A poco de leer descubrió las cantidades necesarias para generar hipoglucemia, y además contaba con el hecho de que los frascos y las bolsas eran idénticos entre sí. O sea que pertenecían a la misma farmacia. Solo había que saber a cuál. Tomó su abrigo y decidió visitar las once farmacias que pululabanenlas manzanas de los alrededores de la joyería y de la casa del viejo.
En una de las calles encontró con una casade medicinas, bastante bien iluminada. Pero al ingresar se percató que esa misma calle llevaba en línea recta al edificio de departamentos del viejo suicida. Tomó la bolsa de plástico de uno de sus bolsillos y aseguró su arma en el otro.
Allí era. Las bolsas de expendio eran idénticas. Y descubrió, luego de preguntar al farmacéutico, que el viejo suicida cargabahasta su casa los treinta frascos en un solo pedido. Así no tenía que regresar cada día.
- Quizás El Sr.M vino exclusivamente a comprar dos envases de medicamentos de venta libre y los hizo colocar en bolsas similares. O quizás El Sr.M pasa por aquí más seguido de lo que suponemos.!!! Pensó Antonino.
La noche ya caía y el sargento Legal regresaba a su hogar con la idea de descansar un poco. Actividad que no lograría concretar ya que, un poco por nervios y un poco por curiosidad, necesitó seguir escudriñando en internet.
EL Sr.M se despertó a las tres de la madrugada como cada noche, cambió su pijama por ropa negra y salió por la puerta principal de su casa. Recorrió el pasillo y abrió la puerta de su vecino muerto. Caminó sin pisar los objetos en el piso, tomó la foto en blanco y negro colgada de la pared y salió de allí sin hacer ruido y sin ser visto.
Creyó reconocer a uno de los jóvenes rostros de la fotografía, pues lo había visto alcaminar por las calles de la ciudad en esos días. Pero no lograba recordar cuál y eso lo molestaba demasiado. Necesitaba descubrir quién era y en la foto encontraría la respuesta.
La mañana continuaba fría y gris mientras el sargento Legal ingresaba en su oficina. Era necesario visitar la escena del suicidio otra vez y mira con más detenimiento cada detalle.Bebió su infaltable café negro sin azúcar y marchó decidido a lo que comenzó a llamar “la escena del crimen”. Al llegar, lo primero que descubrió fue el espacio limpio de polvo en donde ayer colgaba un cuadro de siete jóvenes riendo. Una vieja postal en blanco y negro. Ahora no había nada.
- ¿Quién ingresó al edificio anoche?- gritó Legal –
- Dice el guardia de la puerta principal que nadie ingresó o salió del edificio.
El caso se ponía cada vez más interesante. Inmediatamente fue a interrogar a los vecinos del piso. En el departamento contiguo vivía un joven algo solitario que atendía una casa de antigüedades en el centro. Luego un matrimonio de viejitos demasiado curiosos. Enfrente de estos una pareja joven. Ella estaba embarazada. La siguiente habitación estaba deshabitada y hacían seis meses desde el último inquilino. Después tendría oportunidad de visitar los otros pisos del edificio.
El joven del contiguo llegaría de su trabajo en horas de la tarde y por ello comenzó con los viejitos del final del corredor. Ellos no habían visto o escuchado nada, pero hicieron referencia a los ruidos que la pareja producían todas las noches. Un amor joven y apasionado no puede ocultarse fácilmente. La mujer embarazada tampoco supo dar respuesta sobre lo ocurrido el día anterior o en la noche. No había visto entrar o salir a ninguna persona. El sargento Legal se marchó algo decepcionado con intenciones de regresar en la tarde y visitar al extraño inquilino.
Otra vez en su oficina y con su infaltable café, el sargento escuchó un llamado.
- ¡Legalll! – Gritó el jefe desde su oficina y aquel llamado se pudo escuchar en todo el recinto aún detrás de los vidrios – ¡A mi oficinaaaa!
- ¡Quiero noticias del robo en la joyería! Y no quiero tonterías…
- He descubierto una pista… el ladrón suele frecuentar una farmacia de la calle Roquett y tengo intención de investigar un poco sobre sus clientes.
Antonino releyó el expediente una vez más con la intención de que se hiciera la hora de volver al edificio de departamentos. Una vez transcurrido el tiempo sumado a varias tazas de café se marchó en busca del extraño joven.
Luego de llamar a la puerta se encontró con un hombre de unos treinta y tantos años que saludó y se quedó inmóvil mirando el piso sin ninguna otra expresión en el rostro.
- Buenas Tardes… Quisiera hacerle unas preguntas sobre su vecino. El pobre viejo se suicidó y me gustaría conocer algo de su vida.
Sin decir palabras, el joven se retiró de la puerta y dio paso al sargento para que ingresara. En el interior de la vivienda estaba todo demasiado ordenado, limpio y con elementos organizados de manera muy específica. Los libros de la biblioteca estaban en orden alfabético. Los adornos de la repisa eran todos del mismo tamaño y color. Las alfombras estaban relucientes y en una alineación perfecta. También del mismo color. El sargento salió de su asombro sobresaltado cuando el dueño de casa se paró silenciosamente junto a él con un vaso con agua en una bandeja.
- Muchas gracias. ¿Conocías a tu vecino …?
- El señor Robert era muy bueno. Me saludaba con una sonrisa y me regalaba caramelos de menta a veces. – comento el muchacho.
- ¿Puedes decirme algo más de él…? ¿Tenía enemigos…? ¿Había discutido con alguien últimamente…? – volvió a interrogar el sargento.
- El señor Robert era muy bueno. Me saludaba con una sonrisa y me regalaba caramelos de menta a veces. – repitió nuevamente el sujeto interrogado.
Comprendió que el joven miraba al piso sin expresiones en su rostro y que no conseguiría obtener más respuesta que las brindadas en las dos oportunidades. Devolvió el vaso medio lleno a la bandeja y se despidió sin prometer regresar a visitarlo.
Fue directo a su casa, sirvió un aguardiente y luego de terminar con el trago se quedó dormido repitiendo, en voz baja, que ya estaba demasiado viejo para estos trajines
El Sr.M realizó el ritual de cada tarde y se acostó para despertarse a las tres de la mañana como cada noche, pero en esta oportunidad no salió de su casa. En cambio, tomó la fotografía y se quedó allí escudriñándola en la oscuridad. Y según su propio análisis de autista logró comprender que, si se trataba de varias muertes, aquel asesino continuaría con el segundo de la fila. Uno de aquellos rostros le resultaba familiar y no podía recordar por qué.
Doménico Siena era un viejo lleno de energía que frecuentaba el bar de su barrio cada tarde. Se encontraba con amigos y bebía cerveza mientras relataba titánicas historias de pesca. Las cuales, en muchos casos eran aumentadas o simples fanfarroneadas, pero sus amigos y otros clientes del bar lo dejaban hacer pues divertía con sus relatos. Los cuales se repetían bajootras circunstancias o paisajes, pero cuando los interlocutores les esgrimían errores en el relato, él simplemente se enojaba y rápidamente los reprimía con la misma frase.
- Pero… ¿Quién está contando la historia…?
Motivo que producía risas en todos los presentes y luego continuaba como si nada hubiese sucedido.
Algunas noches, cuando su soledad pesaba demasiado pensando en una familia lejana e hijos que no veía desde hacía años, salía a caminar. Siempre recorría diferentes calles,pero su paso obligado por el puente del Cangrejo era inevitable. Luego se dirigía a una vieja casa donde se quedaba un par de horas y desde allí regresaba a continuar mordiendo las penas de su soledad.
Esa noche fue una de aquellas. Las cervezas se terminaron y en medio de la oscuridad se encaminó por las calles perdidas de la ciudad. Luego de una hora de caminata lenta pasó por el puente del Cangrejo y desde allí no continuó con su habitual caminata. Se arrojó por sobre la pequeña barandilla y se perdió en las profundidades del hermoso río. Saltó en el mismo lugar que años atrás le pidiera matrimonio a su esposa. Pensaba en los años felices y en los nuevos tiempos de tristeza y no lo soportó más.
- Legalll! Gritó el jefe desde su oficina y aquel llamado pudo escucharse en todo el recinto aún detrás de los vidrios – ¡A mi oficinaaaa!
- Otra muerte ha ocurrido. El viejo Siena se ahogó y su cuerpo fue hallado cinco kilómetros río abajo del puente del Cangrejo. Intenta terminar con este caso rápidamente y continúa con el ladrón de la joyería.
El sargento Antonino Legal fue hasta las orillas del río, dio algunas indicaciones de cómo continuar con el trabajo en el sector y luego de hacer algunas preguntas, se encaminó al bar en el que había sido visto con vida la última vez. Allí se enteró de sus relatos, de su vida solitaria y de pescador y de cómo, en ciertas ocasiones, le daba por recordar y es allí donde salía a caminar por la ciudad. Luego se dirigía a la casa de una mujer entrada en años que le ofrecía servicios sexuales. La mujer vivía a pocos metros del puente del Cangrejo. Pero aquella noche la madama no había recibido la visita de Doménico. De todas maneras, no eran periódicas sus visitas por lo tanto no era extraño. En el puente divisó algunas pisadas que conducían hasta dos resbaladas luego de cotejar con las pisadas del muerto comprendió que se había tirado del río desde ese lugar.
- ¿Otro suicidio…? – Se preguntó Legal, pues no era común para aquella ciudad.
El Sr.M se levantó a las tres de la madrugada, cambió su pijama por ropa oscura y salió sin ser visto. Caminó hasta el centro comercial, ingresó por la puerta de servicios y se dirigió a la tienda para mujeres. Allí había gran cantidad de ropa de alta calidad y precio, como así también mucha joyería fina como collares, pulseras y relojes. Guardó las alhajas en una bolsa negra y salió de allí cerrando todas las puertas del lugar no sin antes activar la alarma contra incendios. Esto activo los aspersores de agua ubicados en el techo de todo el centro comercial. Cuando la policía y los bomberos llegaron no descubrieron a simple vista, los faltantes en una de sus casas de ventas.
Era sábado y las tiendas abrían más tarde pero ese día se retrasarían un poco más. Todo estaba cubierto de agua y debían, no tan sólo limpiar sino también realizar las investigaciones pertinentes. Y mientras el Sargento Legal conducía en dirección al lugar del evento vio al joven autista en la parada del bus. Se encontraba de pie como un militar en espera de órdenes, pero con la mirada fija en el piso. Una pequeña mochila lo acompañaba.
El joven se dirigía, como parte de su infinita secuencia cotidiana, a Longville, una ciudad cercana. Allí desayuna lo mismo cada sábado, en el mismo comedor y luego asistía a sus clases de esperanto. Más tarde compraba un boleto para el cine. Minutos antes de que el film concluyera y de que cayera la noche, retornaba a su casa en la misma línea de colectivos. Allí volvía a vivir de acuerdo a sus propias y estrictas reglas. Normas que solamente eran rotas cada sábado cuando viajaba nuevamente hacia la ciudad de Longville.
- ¡Legalll! – Gritó el jefe desde su oficina y aquel llamado pudo escucharse en todo el recinto aún detrás de los vidrios – ¡A mi oficinaaaa!
- El centro comercial fue robado. Recibimos una denuncia en horas de la tarde, luego de limpiado todo. Intenta resolver al menos este caso…
El sargento Legal ingreso a la tienda de damas y preguntó por los faltantes luego vio algo demasiado extraño. Lo único sin agua en todo el recintoera la pecera y en su interior, al lado del único pez muerto, había una bolsita con dos frascos de insulina y una tarjeta que decía claramente Mister Misterio.
El Sr.M había atacado otra vez,dejando nuevamente una pista y le tocaba al sargento averiguar de qué se trataba. Llegó con su jefe y le pidió autorización para realizar un allanamiento en todos los departamentos del edificio del primer suicidio.
- Legal… es sábado y nadie autorizará esto hasta el lunes. Si quieres hacerlo por tu cuenta busca todas las direcciones postales del lugar, llévala a la oficina de la fiscalía la semana que viene e intenta conseguir tú mismo los pedidos correspondientes. – explico el jefe.
- Además, necesito algunos efectivos que me ayuden en el trabajo… – termino por agregar el sargento, a su pedido antes hecho.
- No voy a darte a ningún hombre. Si logras convencer alguno que te acompañe fuera del horario de trabajo puedes contar con su ayuda. Ahora márchate. – dijo aquel hombre que se encontraba a cargo.
Parka cortaba leña para la chimenea mientras una sonrisa se dibujaba en sus labios. El plan brindaba los resultados esperados. Todos y cada uno de los habitantes de la ciudad hablaban de los dos suicidios ocurridos y nadie sospecha que habían sido muertos por él siguiendo un plan específicamente organizado por años. Entró toda la leña, avivó las llamas con ramas pequeñas y se sentó a escribir sus memorias. Aquellas demarcaban una vida cargada de penurias, pero todo eso pronto terminaría. La sonrisa volvió a dibujarse en su rostro.
En otra parte de la ciudad, el sargento no conseguía domar sus impulsos. Beber aguardiente y navegar en su computadora fueron las actividades que enmarcaron el domingo de Antonino Legal.
El lunes a primera hora se dirigió a la oficina de fiscalía con el listado de direcciones de aquel edificio. Pidió las autorizaciones correspondientes y aunque debía esperar unas horas para los permisos, fue a la oficina a buscar mano de obra para su investigación. Sólo uno, el agente Juan Ruiz Pescador brindó su ayuda voluntaria. Era el nuevo y quería ganarse el favor de sus compañeros. Los demás denegaron la oferta de trocar su tiempo libre por trabajo sin paga.
- Buscar un pescador con otro pescador… que rara coincidencia. – expreso Antonino.
- Si le parece mejor puede llamarme Ruiz Pescador. – comento el ayudante.
- No será necesario. Para mí eres el nuevo y así se quedará por un tiempo. –termino por explicar el sargento.
Emprendieron la pesquisa con un cúmulo de papeles en la mano que deberían quedarse en cada uno de los domicilios investigados. Comenzaron por el piso del muerto. Los viejitos, asustados, no pusieron ninguna objeción a la revisación detallada de la pareja de policías. Al no encontrar nada continuaron con la pareja de jóvenes y luego el tipo soltero. Si bien no sabían que buscaban, el sargento Legal estaba convencido que cuando vieran lo que necesitaba para su investigación se daría cuenta de que allí estaba la punta del ovillo.
El tiempo transcurrido dio lugar a la llegada del anticuario. Golpearon su puerta y el joven los atendió mirando el piso y sin pronunciar palabras. Los policías entraron, le entregaron la orden de allanamiento y comenzaron a mover muebles y objetos. Abrieron puertas y levantaron alfombras. En el ropero encontraron una bolsa negra vacía y toda la ropa de color negro.
- Tiene la manía de tener todos los objetos del mismo color. Comida verde, adornos rojos, pinturas azules y… ropa negra. Lo conozco desde hace muchos años. Siempre fue así
- Así parece. Todo está demasiado ordenado aquí y eso me asusta. Pero bastante bien para ser el nuevo.
La conversación fue bruscamente cortada por la presencia del joven portando una bandeja con dos vasos de agua. Ambos recipientes estaban llenos a la misma altura. Igual al que le ofreciera en su visita en solitario. La misma cantidad de agua.
Sobresaltados, ambos policías sostuvieron los vasos, agradecieron y se marcharon igualmente desilusionados. La investigación de todos los demás departamentos, fue igual de infructífera y les llevó dos días de trabajo sin paga.
Nada logró encontrar en aquella loca y ridícula investigación. Ningún vecino tenía algo fuera de lugar o algún objeto con cual relacionarlos con los robos o los suicidios.
Para agradecer sus servicios, invitó al nuevo a ir por unas copas en algún bar.
Excelente
- Porqué dejó una pecera vacía, con un pez asfixiado y dos botellas de insulina. – comento Antonino.
- Ahogado – Corrigió el nuevo.
- ¿Cómo dices…? – interrogo el sargento.
- Se dice por lo general que cuando un pez muere fuera del agua éste se ha ahogado. – Aseguró Ruiz Pescador
El pez ahogado, el viejo ahogado, la pecera vacía y dos frascos de insulina. Estaba seguro de afirmarlo, los suicidios tenían algún tipo de relación, el Sr.M lo estaba sugiriendo y era muy factible que así fuese. Pero en la tienda no había siquiera una simple pisada o una huella dactilar extraña, huellas que además pululabanen la escena del crimenrespondiendo a los cientos de visitantes que habían tocado todo. El Sr.M había sido muy inteligente en accionar la alarma. El agua se encargaría de borrar todas las evidencias.
El sargento apresuró su trago y preguntó al agente Ruiz Pescador sobre las extrañas costumbres del autista y que lo había visto parado en la estación del bus. Así fue como se enteró del recorrió que cada sábado realizaba el pobre joven perdido de la realidad.
El Sr.M no podía conciliar el sueño. Aquella irrupción en su casa había modificado su comportamiento habitual y además habían corrido de lugar casi todos los muebles, objetos y alfombras de su casa. Tuvo que limpiar todo antes de volver a acomodarlos en su lugar. Pero aun cuando estuvo todo ordenado continuaba con aquel malestar que no lo abandonó hasta el día siguiente.
En medio de la noche y sin poder dormir, tomó la fotografía y estudió los acontecimientos nuevamente. Según su propio análisis debía haber tenido que atacar al segundo de la fila, pero había ido contra el quinto de la quieta formación en blanco y negro. Ahora, cambiando de razonamiento, era necesario que atacara al número tres por hallarse justo en medio del primer asesinato y el último. Su sentido estructurado de cómo observar la vida le indicaba cual sería la próxima víctima.
Simón Curdiyan era el herrero del pueblo y el Sr.M lo sabía porque llevaba antigüedades rotas a soldar o reparar cuando estas llegaban a su negocio. Sin saludar, le dejaba el objeto y luego de una semana, al mismo horario, pasaba a buscarlo. El trabajo siempre quedaba en las condiciones que El Sr.M requería. Pagaba y sin saludar se marchaba de allí con nulas demostraciones de alegría o cualquier otro sentimiento.
Simón Curdiyan era el tercero de la foto y seguramente el próximo en ser atacado. Sin poder conciliar el sueño, el joven Sr.M. configuró las acciones necesarias para advertirle al sargento de este próximo ataque. Poco antes de las tres de la madrugada ya sabía cómo hacerlo.
Se levantó de la cama, cambió su pijama por ropa negra y salió de su casa sin ser visto. Marchó a la relojería de la calle Pexoa, subió al techo, retiró la cubierta de chapa de la toma de aire y se metió por ahí. Desactivó la alarma y cargó en su bolsa negra un buen número de relojes de muñeca y de cadena. Si bien no tenían buen precio de reventa, aquello era mejor que nada y además necesitaba dejar un mensaje. Luego subió al tragaluz. Corrió el pestillo interno ayudado por un imán potente, colocó el candado externo y se marchó caminando por las sombras.
Nadie se explicaría como alguien había ingresado, robado y salido de allí con todas las aberturas cerradas por dentro. Tan sólo la puerta principal se abría de afuera y esta tenía alarma de sensor de movimiento que debía desconectarse con un control remoto y una clave de seis dígitos.
Al día siguiente, el Sargento Legal y su fiel compañero Ruiz Pescador fueron enviados por el Jefe del departamento de policía para redactar el informe correspondiente a este nuevo asalto. El dueño, algo asustado por lo que podrían haberse llevado, explicó que los relojes que faltaban eran muchos, pero de poco valor. Lo único que no comprendía era aquella tarjeta junto a un pequeño yunque de metal con un pez pintado en el costado y dos botellitas de insulina en una bolsa. El sargento, con el rostro blanco del asombro, tomó las pruebas y se marchó rápidamente. A Ruiz Pescador le costó seguirle la marcha.
Se metió como un huracán en la casa de Robert, y luego de mirar el espacio de pared vacío de la fotografía comenzó a buscar por todos lados. Y por más que revolvió todo, no pudo dar con la caja de remedios que el viejo había comprado para todo el mes. En ella, las botellitas de insulina venían empaquetadas en bolsitas de a dos unidades. El ladrón no necesitaba pasar por la farmacia de la calle Roquett pues tenía en su poder una buena dotación de frasquitos para dejar cuantas pistas quisiera.
Las dos botellas señalaban al viejo Robert, el pez “ahogado” señalaba al pescador Siena y este nuevo mensaje ¿A quién señalaba? Podrían existir una veintena de ferreterías en la ciudad, pero sólo una sola herrería. La del viejo Simón Curdiyan.
El lugar contaba con la oscuridad esperada en este tipo de talleres además de trozos de planchuelas apoyadas en las paredes y el piso. También colgando de cadenas, podían verse grandes pedazos de hierro macizo y en el centro una fragua. Junto a ella un gran yunque.
Del fondo salió Simón limpiando sus manos con un trapo y escuchó la extraña teoría del sargento que trataba de encontrar conexiones entre los dos viejos muertos y el dueño de la herrería. El viejoCurdiyan conocía a los occisos y mientras el sargento argumentaba sus observaciones, el pobre herrero comenzó a ponerse blanco y sentirse mal. Eran amigos desde hacía muchos años y aún así no se había enterado de la suerte corrida por aquellos antiguos camaradas. Con excusas de no poder salir de su taller debido a la cantidad de trabajo había olvidado que afuera el mundo seguía su rumbo sin esperar por nadie.
Los policías preguntaron sobre posibles amenazas, peleas recientes o viejas disputas con viejos amigos o enemigos. Pero el sorprendido herrero era un tipo felizmente casado y con un trabajo que le absorbía la mayor parte del tiempo. No tenía tiempo para rencillas con nadie.
De todas maneras, le fueron asignados un par de números telefónicos para el caso de necesitar ayuda y algunos consejos sobre mantenerse alerta ante cualquier cosa extraña. Cuando los policías se marcharon, el viejo herrero Simón Curdiyan entró a la casa y se quedó allí dentro con el rostro pálido y sus nervios temblando.
- Quizás me estoy volviendo loco, Pescador…
- Ruiz Pescador – Aclaró el nuevo
- Pero ¿Será posible que nuestro ladrón de joyas sea el mismo asesino…? Pero en tal caso ¿Por qué me ayuda con las muertes ocurridas…? ¿Por qué piensa que el herrero será la próxima víctima…? ¿Él lo matará…? O en realidad el Sr.M es un simple ladrón que sabe algo y existe otro sujeto caminando por las calles matando viejos indefensos…
- El señor Simón no tiene motivos para suicidarse. Tiene trabajo, esposa, casa y es querido por los vecinos. Realiza trabajos artesanales en fundición que podrían ser la envidia de muchos y esto lo hace respetado y reconocido por toda la ciudad.
- Veremos qué pasa – agregó Ruiz Pescador sin mayor entusiasmo.
- De todas maneras, agente Pescador, vamos a estar atentos y vendremos todos los días a preguntar por su estado.
- Ruiz Pescador – Aclaró el nuevo
Parka manejaba sus movimientos con sumo cuidado. Se hacía ver cuando era necesario, por las calles de la ciudad. Compraba mercancías y soltaba palabras sólo cuando debía hacerlo. Dando aviso sobre los días en que tendría que viajar por enfermedades de familiares lejanos o sobre el avance de sus memorias. Mientras realizaba este despliegue de información observaba movimientos, escuchaba chismerías de lo ocurrido pretendiendo modificar sus planes ante cualquier motivo de peligro para con él.
En la ciudad se estaban realizando algunos robos en joyerías que a Parka no le gustaban demasiado. No tenía el menor interés en aquellas nimiedades, pero las investigaciones podrían llevar a la policía, a pensar y analizar más de lo que estaban acostumbrados. Esto pondría en peligro sus planes, por lo tanto, de ser necesario, buscaría al ladronzuelo y le daría muerte. Si bien esto modificaría el transcurso de los acontecimientos como los había ideado durante años, se vería obligado a forzar otra muerte. Además, llenaría de pruebas al cuerpo para que no hubieses dudas de que era el ladrón de joyas.El problema estaba en descubrir el rostro de aquel personaje antes de que las cosas se pusieran feas, por lo tanto, dejaría su propósito inicial de lado y tomaría por un sendero secundario con el fin de desenmascarar a este robador.
La semana había transcurrido de manera normal. Sin robos, suicidios, asesinatos ni otra cosa por la cual preocuparse. Las pistas que descubriera en los lugares asaltados habían quedado en el recuerdo tan sólo porque el sargento Legal necesitaba algunos días para descansar y ordenar sus ideas. De esta plácida manera fue como ingresó al siguiente fin de semana. Ese sábado por la mañana, el sargento Legal se dirigía al supermercado. Y aunque la semana no se había puestodemasiada pesada, igual necesitaba un par de días para despejar su mente como así también otra botella de aguardiente. Al pasar por la parada de buses vio al joven autista firmemente parado con una pequeña mochila en sus espaldas. Inmediatamente tomó el teléfono móvil y llamó a su nuevo compañero.
- Pescador… Necesito que tomes tu auto en este preciso momento y te dirijas a la estación de buses que se encuentra en la carretera. Allí podrás veral joven anticuario. Quiero que lo sigas a donde vaya y veas cuáles son sus movimientos.
- Ruiz Pescador – Aclaró el nuevo
- Si… Si… Ruiz Pescador…Pero… ¿Lo harás…?
- A la orden Jefe…
Juan Ruiz Pescador se aparcó a pocos metros detrás del joven muchacho en la estación del bus y esperó a que éste subiera al C-215 con destino al cementerio de la ciudad de Longville. Siguió de cerca al parsimonioso vehículo prestando puntual atención a las detenciones y a los pasajeros que descendían en cada una de ellas. En un estacionamiento a cielo abierto, ya inmerso en la ciudad vecina, dejó el auto y continuó su persecución a pie. Tomó una cerveza en el bar que se hallaba en frente del restorán elegido por el anticuario y más tarde se detuvo en la mesa de otro bar con el objeto de esperar a que aquel culminara con su clase de esperanto. También compró un boleto para el cine. Todo transcurría como el sargento Legal predijo que ocurriría. Inclusive el hecho de salir antes de que la película termine para dar alcance al colectivo que lo conduciría a casa poco antes de oscurecer.
Parka tendría que acercarse hasta el sargento Legal para ganar su confianza y así poder extraer de él toda la información posible. Quizás con su inteligencia, Parka podría comprender el perfil del ladrón y cortar con su trabajo antes de que éste influyera de mala forma en el cumplimiento de su plan.
El domingo destinó gran parte de su tiempo en configurar una estrategia que no levantase sospechas. Lo mejor sería atraerlo con algún señuelo, ganar su confianza con el juego de contar las penurias de su vida pasada y luego extraer datos sueltos de lo acontecido las últimas semanas en materia de robos. Lo mejor, para iniciar una relación de amistad, era un encuentro casual en la calle. Algunas preguntas sobre animales peligrosos que merodean su solitaria cabaña y que se relacionaban en su ruda vida de niñez y campiña pondrían sobre rieles a una conversación que poco tardaría en dar sus frutos. Quizás uno o dos encuentros fortuitos serían suficientes para obtener los datos necesarios. Pero Parka no contaba con un factor que podrías desequilibrar todo lo pensado, estudiado, organizado y puesto en marcha.
El lunes por la mañana Parka dejó su casa llevando con él la pesada mochila que utilizaba al buscar mercancías en la ciudad. A esa hora, el sol ya entibiaba, por eso y a poco de caminar comenzó a percibir el calor propio del ejercicio que se sumaba a la tibieza de los rayos de la mañana. Se detuvo en la plaza más cercana a la comisaría y esperó tranquilo el momento en que el sargento pasara en busca de café para preparar en su oficina. Lo había visto varias veces y sabía que el paquete chico de café colombiano duraba dos o tres días, a lo sumo cuatro entre las paredes de aquella oficina.
Luego de una hora de espera, Parka se levantó y siguió los pasos de Antonino Legal. Lo siguió tranquilamente, esperando el momento justo para poder abordarlo y fue cuando se detuvo,en la vidriera de zapatos, corbatas y sombreros, que comprendió era el momento perfecto.
- Buen día… ¿Es usted policía…?
- Así es señor. ¿En qué puedo ayudarle…?
- Vivo en una destartalada casucha de madera, en las afuera de la ciudad y las últimas noches he escuchado el ruido de animales que merodeas por la casa. Quisiera saber hacia dónde debo dirigirme para solucionar este problema.
- ¿Sabe usted…? Siempre viví en el campo junto a la pobreza y a la soledad. Desde niño. Pero ahora de viejo me asustan algunos ruidos que se ocultan en los mismos lugares que de día son tan comunes y familiares.
- Soy el sargento Antonino Legal y seguramente en el departamento de policía podrán ayudarlo.
La conversación comenzó a extenderse cumpliendo las expectativas de Parka que tan sólo deseaba entablar una efímera amistad con aquel estúpido sargento de policía.
A pocos pasos de ahí, en línea recta, se encontraba la casa de antigüedades y detrás de la vidriera cargada de lámparas de cobre, sillas estilo Luis XV, lustrosos cubiertos de plata, oro y alpaca se encontraba de pie, con una firmeza casi militar y mirando el piso, su dueño. El joven abrió la puerta, cerró con llave y se dirigió hasta la pequeña reunión de dos hombres que tenía lugar en la vereda de su negocio.
Llegó hasta ellos y se quedó parado en silencio hasta que uno se sobresaltó con su presencia.
- ¡Oye chicooo…¡¡¡ ¿Siempre te apareces así de la nada…?
El viejo Parka lo miró con pocos buenos modales e intentó continuar con su investigación solapada pero el recién llegado, sin decir una palabra y con su mirada fija en el piso, incomodó la conversación a tal punto que el sargento necesitó disculparse y continuar con la búsqueda de su café. Parka no tuvo otra opción que la de regresar por donde sus pasos lo trajeron. Refunfuñando pensaba en su mala suerte. Tendría que encontrar una segunda oportunidad, que, disfrazada de casual, ayudara en sus planes de indagación. Parka estaba seguro de que no podría existir una tercera mágica ocasión ya que la eventualidad no volvería a ser creíble. El Sr.M se quedó parado en la vereda intentando recordar de donde reconocía el rostro del ermitaño de la cabaña. No registrar ese rostro le había quitado la tranquilidad y sus cotidianas y simétricas actividades le exigían concluir con este rompecabezas lo antes posible.
Durante su caminata de regreso, Parka logró tranquilizarse. Quizás los robos no influirían en nada con la detallada planificación. Tendría que serenarse, esperar un tiempo, cumplir con el siguiente objetivo y observar cómo se manifestaban los ánimos en la ciudad y principalmente en la policía. Decidió esperar hasta las fiestas del patrono que tendrían lugar durante el siguiente mes y allí daría otro paso.
Esa noche, a las tres de la madrugada, El Sr.M se despertó y tomó la fotografía que descansaba en su mesa de noche. Reconocía todos aquellos jóvenes rostros, desdibujados en blancos y negros. El primero se trataba de su amigo Robert, muerto por una sobredosis de insulina, el segundo de la lista era Víctor Andreas. Muerte ocurrida muchos años atrás, de manera naturalen una sucia cama del hospital. El tercero era Simón Curdiyan, el herrero de la ciudad. En cuarto lugar, se hallaba Tomás Detiro. Un viejo armero que ya contaba con sus técnicas en todo tipo de carabinas y pistolas cuando llegó a la ciudad, siendo aún muy joven. En el quinto lugar de la fotografía, mirando desde izquierda a derecha, se hallaba Doménico Siena. Ahogado en las últimas semanas cuando cayera del puente. Nada más se sabía del caso. El sexto de la incolora fila humana era Rogelio Legal, el padre del sargento. Y por último AlessandroBoncini un chapista algo descuidado, pero bastante prolijo en su trabajo.
Según las deducciones analíticas y secuenciales que el cerebro del Sr.M podían obtener, luego del primer muerto que correspondía con el primer puesto en la fotografía, tendría que haber seguido el segundo de la hilera, pero no había sucedido así. Su lógica se vio herida y su cerebro no pudo pensar hasta ese momento. Seguramente el próximo “accidente” le ocurriría al tercero de la lista. Por suerte, el sargento legal había ido a visitar al herrero y ponerlo sobre aviso. Esto evitaría otra trágica muerte.
Durante las siguientes cinco semanas, nada sucedió. Mientras el Sargento Legal releía los informes de las pistas, los robos, los suicidios sin llegar a ninguna conclusión, el Sr.M continuaba con la infructuosa búsqueda en sus recuerdos. Pero, por más que se esforzaba, no lograba descubrir el origen de aquel rostro. Por su parte, Parka había determinado un impasse de tiempo en la conclusión de su estrategia y utilizaba aquel recreo para continuar afanado en la redacción de sus memorias. Al deshilar recuerdos no lograba dar crédito a todas aquellas peripecias que tuvo que sortear de niño y como joven por la falta de dinero, cariño, cuidados o tan sólo una persona mayor que atendiera sus necesidades. Una vida solitaria alejado de su hermano fue lo peor que pudo sucederle. Más que el maldito refugio para niños abandonados, del cual pudo escapar al poco tiempo y ganar las calles a su propia suerte. Su plan debía continuar hasta verse concluido, así lo había prometido y por fin tendría todo lo que alguna vez había soñado.
Pero era hora de dejar de añorar y escribir cosas pasadas y maldecidas mil veces. La fiesta del patrono comenzaría en poco y él tendría que estar preparado.
AlessandroBoncini era un excelente chapista y pintor de autos, carros, camiones y de todo vehículo que se preciara de serlo. Componía abollones producidos por choques o granizo. Pintaba hasta las superficies más desgastadas u oxidadas y soldaba tanques de combustibles. Enderezaba parachoques, cambiaba guardabarros y restauraba las pequeñas partes de madera y tela dentro de la cabina del conductor y a su taller confluían autos no tan sólo de la ciudad sino también de ciudades vecinas.
Esa mañana, una como cualquier otra de las tantas heladas madrugadas del invierno blanco, e imperdonable, el señor Boncini se abrigó bien por debajo de su sucio mameluco, se colocó los guantes y recorrió los pocos metros que separaban su casa de la puerta del taller. Comenzó la jornada acomodando las herramientas y haciendo un mapa mental de las tareas que realizaría antes del almuerzo. Primero se encargaría de “planchar” una portezuela de camión que llevaba en aquel rincón demasiado tiempo y si terminaba con eso comenzaría a soldar un viejo tanque de nafta de cuarenta litros perteneciente a un Barclay modelo 1967 que le habían traído algunas semanas atrás.
El frío hacía mella en las adoloridas manos de Alessandro pero estaba seguro de que en pocos minutos, y gracias al trabajo, mejorarían como lo habían hecho estos últimos treinta años. Comenzó apalear las abolladuras de la portezuela golpeada y en menos de media hora los dolores en sus huesos y articulaciones había desaparecido. Conocía su oficio y por donde comenzar. Una hora antes del mediodía había terminado con la parte tosca del trabajo en la gruesa chapa y decidió cambiar de actividad. Si comenzaba a esa hora estaba seguro de terminar de soldar los pequeños orificios en la parte superior del tanque de combustible. Luego almorzaría, dormiría una siesta y por la tarde daría los toques finales en la puerta del camión.
Tomó la precaución de correr una mesa para que los rayos del tibio sol pegaran en su espalda y arrimó dos banquitos pequeños. Comenzó con la reparación y en pocos minutos llegó su esposa con una taza de café. Al presentir su presencia, el inspirado soldador hizo una seña para hacerle saber que en un minuto terminaba y descansaría para calentar su cuerpo con un café cargado en su compañía.
Nunca llegó a probar de la fuerte y aromática infusión.
El tanque de nafta explotó de improviso matando al matrimonio de manera automática.
- Otro accidente … – Sentenció Legal
- ¿No es quizás demasiada coincidencia, Ruiz Pescador…?
- Otro viejo muerto haciendo un trabajo que por años lo ayudó a ganarse la vida. Este hombre sabía lo que hacía. No podría haber sido tan descuidado.
- Sí señor. Es demasiado sospechoso en este caso señor – Agregó Ruiz Pescador. – Además, con la esposa son dos los muertos.
- Presiento que pronto tendremos otro robo del enigmático Sr.M. resopló el Sargento Antonino Legal mientras se rascaba la frente en busca de alguna respuesta que aclarara todo aquel asunto.
Mister Misterio no podía dormir, el desorden de las muertes no coincidía con ninguna secuencia que él podía haber sustentado. Estaba claro. El asesino se encontraba entre los personajes de la fotografía y no podía seguir un orden secuencial o ningún otro al correr el riesgo de ser descubierto.
Aún faltaba demasiado tiempo hasta las tres de la madrugada. Y su descanso habitual se veía comprometido ante aquella imagen que cubría todos los pensamientos del señor Misterio. De manera mucho más lenta que lo usual y asimismo, el tiempo corrió hasta las 2:30hs de la noche, en ese momento la intriga se evaporó. El Sr.M recordó de pronto el rostro que lo había tenido intranquilo en las últimas semanas. Recordó aquella tarde de sábado. Él esperaba el transporte que lo llevaría hasta la otra ciudad, su cine, sus encuentros… Y en medio de sus silenciosos momentos, un automóvil detuvo su marcha. El conductor bajó la ventanilla y la nube de tierra que viajaba detrás del coche, cubrió al Sr.M.
- ¡Oye!!! – Exclamó el conductor – ¿Conoces donde viveVíctor Andreas?
- No debo hablar con extraños – Respondió el Sr.M. sin inmutar su posición o asustarse con la polvareda. –
- Vaaaaa!!! – Grito el extraño – Espero que no todos en este pueblo sean tan idiotas…
De aquella mañana de sábado y de aquel incidente aislado, habían pasado ya, muchos años. Era casi un niño. Pero aun así logró recordar los jóvenes rasgos de aquel extranjero gritón y malhumorado Aquel desconocido que llegaba al pueblo en busca de su hermano. Aquel desconocido era Parka.
Su corazón se aceleró. No tanto por el descubrimiento realizado sino por la seguridad de haberlo logrado y con ello poder calmar un poco, su intranquilo espíritu perfeccionista de autismo leve.
Luego de tranquilizarse y recomponer la respiración comenzó a recordar.Comprendió inmediatamente aquellos cambios en actitudes de Parka,los cuales se relacionaban, en el tiempo, con el inicio de los “disfrazados” suicidios. Pocos días antes de que su vecino se inyectara una doble dosis de insulina, supo observar al viejo austero, osco y malhumorado, charlar con los dueños de los puestos en la plaza, tomar café saludando a quien pasaba por allí y algunos cuantos detalles más que bien recordaba. Pero ninguno de elloscondecía con el carácter del huraño viejo de la cabaña.
De una manera casi mágica y sin poseer pruebas para probarlos, el Sr.M supo que Parka y el asesino eran la misma persona.
Mientras armaba su habitual rompecabezas que compraba cada dos o tres días en la tienda de la esquina de su casa de antigüedades y luego de cenar verduras del mismo color, repetía continuamente y en voz baja:
- Un pequeño, dos pequeños, tres pequeños indiecitos…
En el pesado reloj de pared, las tres de la madrugada se hicieron presentes. El Sr.M. cambió su pijama por el uniforme negro y salió sin que nadie se diera cuenta de ello.
- Legalll! Gritó el jefe desde su oficina y aquel llamado se pudo escuchar en todo el recinto aún detrás de los vidrios – ¡A mi oficinaaaa!
- No solo tenemos a cargo todo el papelerío del accidente del chapista y su mujer sino que ahora me informan de otro robo.
El Sargento Legal saltó de la silla de su escritorio, tomó un papel con la dirección escrita en él, sorbió un trago de café, descolgó su sobretodo y marchó apresurado.
- Ruiz pescador… – gritó Legal mientras daba largos y descuidados pasos – Tenemos otro robo!
La bella orfebrería de las afuera de la ciudad no era demasiado grande. Tampoco poseía lindas vitrina con piedras preciosas y las paredes aun mantenían intacta una vieja pintura de muchos años atrás. Pero aun así daba gusto ingresar en el pequeño recinto. Todo olía a viejo. A historia.
Mientras Ruiz Pescador tomaba nota de los objetos sustraídos, el Sargento Legal husmeaba por los rincones en busca de algo en particular. Algo fuera de lo común. Algo que le indicara una nueva pista. Y lo encontró. Detrás de una pila de cajas, en el fondo del negocio encontró otra caja. De diferentes dimensiones, otro color y delicadamente cerrada, aquella caja de cartón desentonaba con el conjunto. A simple vista cualquiera podría darse cuenta.
Dentro de la caja pudo observar claramente, un pequeño yunque de juguete, un pescado de goma, dos botellas de insulina dentro de su bolsa y un pequeño pedazo de plaqueta electrónica con signos y olor a quemadura.
Legal tomó la caja y se marchó.
- Pescador… – reaccionó Legal antes de salir por la puerta principal. – me llevo esta caja de evidencias, tú realiza el listado de faltantes y luego marcha rápidamente a la oficina. Debemos estudiar un objeto que envío al laboratorio en cuanto llegue.
- Ruiz Pescador – Gritó el oficial desde dentro. –
En la oficina reinaba el caos propio de varios hechos delictivos sin resolver y en el escritorio de Legal, una taza de café amargo, esperaba su turno mientras el sargento miraba una y otra vez los objetos encontrados en la caja azul, la cual descansaba tirada y olvidada debajo de la mesa de la impresora. Luego de observar detenidamente cada pista, las cuales se repetían en varias ocasiones, dejó todo para darse un respiro y beber antes de que su infusión se enfriase. Odiaba el café frío. Sin pensarlo y con la taza entre sus manos, llevó la mirada por la habitación hasta que sus ojos se detuvieron debajo de la fotocopiadora. Le pareció notar algo y rápidamente se levantó como asustado. Tomó la caja de cartón azul y lo vio: un número “3” pintado en azul sobre el fondo del mismo color podía pasar desapercibido y de hecho así había sucedido hasta ese momento. Este dígito coincidía con el señor Simón Curdiyan y su posición en la avejentada fotografía. También se trataba de un segundo aviso sobre un posible “accidente” que ocurriría en sus talleres. Por lo tanto, decidió incrementar la guardia del herrero antes de lamentar otra muerte. Consideró asegurar el perímetro con un agente las veinticuatro horas y de ser necesario, duplicar la guardia en horas de la noche. Llamó a Ruiz Pescador para consultar que personal podría ser afectado a la custodia permanente de la casa y el taller de Curdiyan. Luego de colgar el teléfono interno, escuchó a su jefe.
- Legalll! Gritó el jefe desde su oficina y aquel llamado se pudo escuchar en todo el recinto aún detrás de los vidrios – ¡A mi oficinaaaa!
- Me informan que ha habido un accidente en la herrería de la calle Londres. Ve a investigar.
Legal deseaba equivocarse y si bien no conocía el nombre de la calle del domicilio de Simón Curdiyan estaba seguro de que se trataba del mismo lugar. Y con gran angustia en su pecho bebió un sorbo de café, tomo su abrigo y marcho lentamente. Como si le pesaran los pies. En el camino recordó que el séptimo de la fotografía era, nada más y nada menos que su padre y cambió el destino de su viaje.
Detuvo la marcha en la casa de su progenitor. Debía manifestarle lo que estaba sucediendo y quizás podría obtener algunas explicaciones también. Su padre, con el rostro blanco y el corazón latiendo rápidamente comprendió la necesidad de que un guardia se encontrara dentro de la casa, de la importancia de no pisar la calle, realizar tareas fuera del hogar o visitar amigos siquiera. Pronto daría comienzo el desarrollo de una historia escondida entre los borrosos recuerdos del padre del sargento Legal.
Horas más tarde, el agente Ruiz Pescador, manifestaba detalladamente los sucesos de aquel extraño accidente en casa del herrero. Habría que comenzar aclarando que aquel pobre hombre, muerto ya, conocía a fondo su oficio. Y hasta se podría decir que caminaba por entre los hierros apilados, la fragua del centro y demás herramientas esparcidas por el recinto, con los ojos cerrados. Como cada día apiló lo necesario para el trabajo sobre una gran mesa construida con un chapón grueso y mientras limpiaba el fondo de la fragua, un pesado madero que servía de soporte colgando del techo, cayó sobre su cabeza. La muerte fue instantánea y se comprobó que la cadena había sucumbido al propio peso del madero, por encontrarse oxidada.
Con la muerte de Curdiyan, la lista de la fotografía se reducía a solamente dos personas. Su padre y el armero Tomás Detiro.
Ambos se encontraban con guardias de seguridad en sus domicilios y atentos a todo lo que podría verse como anormal. Pero el próximo fin de semana se realizarían las fiestas del pueblo y por tal motivo, las probabilidades de un nuevo accionar por parte del homicida se multiplicaban.
Parka reflexionaba en silencio, tranquilo y sentado bajo un tibio sol de invierno en la hamaca de su galería. Todo se cumplía de acuerdo a lo planificado detalladamente por tantos años. Y si bien ya comenzaba a correr algunos riesgos al comprender que el estúpido de la casa de antigüedades podía llegar a reconocerlo, el tiempo estaba de su lado puespresentía la llegada delfinal de su trabajo. En pocos días, durante los festejos del poblado, cuando muchos se emborrachan y se distienden, el golpearía dos veces y saldría de aquel lugar para no regresar jamás yasí perderse en medio de una neblina de desconcierto y preguntas sin respuestas.
- ¡Debo actuar como los magos…!!! – Sentenció para sí mismo. –
- Montar un espectáculo que llame la atención de los policías que van a estar esperando que algo fuera de lo común suceda. ¡Y eso tendrán…!!!
Esa noche, el Sr.M retomó su estricta rutina diaria. Luego de cenar sus verduras del mismo color tomó un nuevo rompecabezas y lo esparció por sobre la mesa dispuesta a tal fin. Una vez terminado se puso el pijama y se recostó tranquilo en su cama. No tendría necesidad de salir a robar nada esa noche. Además no quedaban negocios importantes por asaltar en aquella pequeña ciudad. Y su tranquilidad se basaba en el simple hecho de haber descubierto el plan y a su ejecutor. El asesino. Y de cómo hacerlo saber al sargento Legal sin exponerse y mantener así su anonimato.
Si bien no le importaba el motivo por el cual fueron muertos aquellos viejos, tenía demasiada importancia saber cómo intentaría matar a los dos viejos restantes al mismo tiempo ya que, si uno de ellos quedaba con vida, sería arrestado por sospechoso o custodiado con demasiada cautela y por esta razón el plan del asesino no concluiría.
Luego de mirar en lo profundo de la oscuridad de su habitación comprendió que, si él mismo quisiera robar dos joyerías al mismo tiempo, necesitaría una persona que lo ayudeyademás, una distracción tan importante que llamase la atención de la policía para así tener contar con el tiempo y espacio suficiente para realizar su trabajo.
Legal, inmerso en un cúmulo de casos sin resolver, de muertes disfrazadas de suicidios yun progenitor involucrado como posible víctima, desestimaba la carátula de sospechoso de su padre y del señor Detiro. En ambos casos tenían excelentes coartadas con múltiples testigos que los ubicaban en sus domicilios el día y la noche posteriores a las muertes. Ninguno de ellos era el asesino.
Por fin tomó la fotografía entre sus manos y comprendió que la respuesta estaba en ella. Debía investigar a fondo la relación que unía aquellos jóvenes, por otro lado, no se había producido ningún robo en las joyerías de la ciudad o sea que tampoco contaba con nuevas pistas que indicaran algo. Aunque todas ellas solamente indicaban a la próxima víctima y nada en relación al matador. Ya no tenía dudas. Las muertes no eran accidentes o suicidios. Aquellas personas habían sido asesinadas con un objetivo propuesto de antemano y bajo un plan detallado con suficiente tiempo.
- Ruiz Pescador, debes averiguar todo lo que sepas de esta fotografía antes de los festejos en el próximo fin de semana. Quizás podamos evitar una o dos muertes. – Sentenció Legal, pensando que una de ellas podría ser la de su padre.
- Para la tarde voy a intentar obtener los resultados. – Aseguró el agente que se puso de inmediato con la tarea.
Parka había regresado de la ciudad y mientras descansaba en su galería pensaba en la ayuda que ya viajaba a su encuentro. Había telefoneado a un viejo conocido que por unos pocos dólares podría ayudar en su empresa, sin hacer preguntas y con un trabajo limpio. Mientras él en persona se encargaba de uno de los viejos que aún faltaban, su amigo se encargaría del otro. Luego pagaría el dinero y separados, huirían de la ciudad antes de que descubrieran algo más que pudiese inculparlo. Cuando esto sucediera, él se encontraría seguro fueras de los límites del país.
El pueblo despertaba a un fin de semana que sería recordado por siempre. No tan solo porque los homenajes anuales se verían reforzados por la innata concurrencia popular, sino que tendrían lugar algunos sucesos que exaltarían la tranquilidad y podrían en peligro la continuidad de los festejos. Durante las horas de la mañana de ese sábado todo fue diferente. Podían verse personas colgando guirnaldas en las esquinas de las calles, los vecinos barrían sus veredas y arreglaban sus jardines y el gobierno había dispuesto un número mayor de barrenderos y recolectores de basura. Todo debía verse impecable.
El Sr.M no viajó a su cita semanal con el cine, el restaurante y todo lo demás pues presentía que de un momento a otro algo grave ocurría y él debía estar atento para poner sobre aviso a los policías sobre los pasos que intentaría dar el malhechor.
El Sargento Antonino Legal, reforzaba aún más la vigilancia en los domicilios de Detiro y de su padre, mientras apuraba a Ruiz Pescador con las notas referentes a la vieja fotografía.
Parka comenzaba a sentir un poco de intranquilidad y dejó su reposera para caminar por el campo en espera de prontas noticias. Cuando sucediera lo que debía suceder, él se encontraría preparado para actuar inmediatamente. Conocía los tiempos que necesitaba para recorrer la distancia de su casa al pueblo y desde un punto a otro de la ciudad. Los había calculado en varias oportunidades. A su amigo no lo conocían y esto podría ser sospechoso, pero este ya no era su problema. Si lo atrapaban mejor, se ahorraría unos dólares. Lo importante era generar una distracción sumamente atrayente para llamar la atención de todos. Principalmente de la policía. Si su asistente no llegaba a matar al primer anciano, él mismo podría encargarse de ambos con un poco de buena suerte. Y puntería.
Ante tal suposición, Parka marchó a su casa, sacó su carabina del escondite, le midió la mira telescópica y verificó que las municiones se encontraran allí. Luego guardo el arma dentro de un bolso, junto con la ropa, documentos, dinero y su libro de memorias. Ya estaba todo listo para comenzar con el final de su plan.
Ruiz Pescador, sumamente asombrado, llegó a la oficina de Legal y al comprobar que éste se había marchado a la casa de su padre o al taller del herrero muerto, salió en su búsqueda. Lo descubierto era de tal importancia que no podía dejar pasar un minuto más sin exponerlo.
- ¿Cómo dices Pescador…? – Balbuceó Legal mientras leía el informe –
- Ruiz Pescador – corrigió el agente –
- Estos siete hombres pertenecían a un grupo de avanzada que durante la segunda guerra mundial trabajo de incógnito para el gobierno Nazi-alemán.
Legal desanduvo las palabras de aquel escrito tan lentamente como le fue posible. Con cada párrafo leído su asombro crecía de manera exponencial. Aquellos jóvenes de la foto habían vivido bajo las órdenes del personaje más vapuleado, perseguido y castigado por la historia y el mundo entero. Y con razón. Aquellos viejos que vivieran tranquilamente en las inmediaciones de su pequeño pueblo eran simplemente soldados que, escapando, se habían refugiado bajo la tranquilidad del anonimato y documentos falsos por casi cuarenta años. Lo peor de todo, bajo las narices de la misma policía.
Y entre aquellos soldados-espías se encontraba su padre. Un nudo se le agolpó en el pecho y comprendió, de pronto, que Rogelio Legal o cual fuese su verdadero nombre, podía terminar muerto bajo las garras de un matador que se escondía en las sombras o quizás preso en alguna cárcel europea luego de un proceso de expatriación y juicio de Lesa Humanidad o lo que le correspondiere.
El sargento Antonino Legal bajó el papel que tenía en su mano y se encaminó a la casa de Rogelio. Debía comprender todo de labios de su propio padre.
A pesar del dolor por tanto engaño y muerte, el espíritu investigativo del sargento surgió como por arte de magia y comenzó con las preguntas que todo investigador se formularía en este caso:
- ¿Qué motivaba al asesino…? ¿Órdenes, venganza, dinero, algún trabajo sin terminar…?
- ¿Por qué había tardado tanto en realizar su tarea…? ¿Por qué ahora…?
- ¿A quién obedecía…? ¿Estaba bajo las órdenes de alguien o sólo se trataba de una acción individual…?
Y la más importante de todas las preguntas
- ¿Quién era el homicida…?
El recorrido hacia el domicilio de Rogelio Legal se hacía pesado. Antonino deseaba llegar pues deseaba resolver un caso sumamente complicado ocurrido en las calles de su ciudad. Muertes, robos, mentiras y sospechas era todo lo que tenía en sus manos. Por otro lado, se trataba de su padre que quizás tampoco lo fuera. Lo que seguro tenía en claro es que no se llamaba Rogelio Legal y ante tanto desconcierto la velocidad de circulación de su vehículo no era demasiada.
Con la mirada perdida en el camino y mascullando preguntas y suposiciones Legal fue sorprendido por una luz que se encendió de pronto. Por el espejo retrovisor de su Toyota se reflejó una potente luminiscencia anaranjada y cegadora. A los pocos segundos y sin que Antonino pudiese comprender de que se trataba, escucho el ruido de una explosión al tiempo que su auto temblaba como sí se encontrara en medio de un terremoto.Detuvo el vehículo en medio de la calle, se bajó raídamente y contempló algo nunca visto en aquellos lugares. Luces que volaban por los aires y explotaban a decenas de metros, en el cielo. El galpón con los fuegos artificiales destinados a los festejos anuales del pueblo había explotado y el incendio que esto provocaba estaba tomando casas, galpones y corrales ubicados en la zona más alejada. La madera reseca y mal pintada ardía como la misma pólvora que hasta hacía unos minutos descansaba tranquila en el corralón de herramientas.
Legal sacó su móvil del bolsillo y llamó a los bomberos, pero estos, urgentes y prestos, ya se encontraban en camino. Aunque por más esfuerzo que hicieran una bengala salía expulsada en cualquier dirección y encendía otro edificio a tres o cuatro calles del lugar. El foco era importante de sofocar, pero las dimensiones del incendio eran de tal tamaño que nadie recordaba haber visto algo así. De pronto surgían nuevos focos en lugares distantes y que nada tenían que ver con el centro de la tragedia que parecía querer devorarse al pueblo.
- Debemos proteger a los ancianos… – Gritó Ruiz Pescador al rostro de Legal que se encontraba en una especie de shock.
- Esta es la distracción que imaginamos que ocurriría. El asesino debe estar en las inmediaciones del domicilio de Tomás Detiro o de su padre.
- Debemos dejar que los bomberos trabajen. Nosotros no podemos hacer nada y necesitamos proteger a los ancianos que corren peligro.
- Sargentooooo!!! – Gritó Ruiz Pescador
Legal reaccionó comprendiendo la dureza de aquella realidad. Y mientras él se dirigía a la casa de su padre, envió al agente y compañero de investigación, hacia el otro domicilio.
Las indicaciones eran simples: Proteger a las posibles víctimas mientras observaban cualquier cosa sospechosa en las inmediaciones. Autos extraños, personas desconocidas, ventanas abiertas y hasta un bote de basura fuera de lugar podría considerarse dudoso.
Con tanto ruido, Legal no podía pensar, sólo debía actuar. Luego de apagado el incendio retomaría la investigación, pero en este momento no podía dejar que nada les sucediera a los ancianos.Las sirenas de bomberos, policías y ambulancias confundían más aún el paisaje que se encontraba cubierto de humo blanco, negro y olor a pólvora. Legal sacó su revólver de la gaveta del Toyota y bajó apresurado por entrar en la casa.
Preocupado, llevó a su padre al sótano y tuvo la genial idea de montar un anzuelo para atrapar al posible matador. Vistió un viejo maniquí que se encontraba abandonado y lo sentó en una silla a pocos metros de la ventana que daba al patio. Ningún tirador se expondría a disparar desde la calle,pero sí desde el tejado en alguna casa vecina. El viejo muñeco, vestido con ropas de Rogelio, comenzó una silenciosa espera mientras Antonino esperaba que su imprevista estratagema diera algún resultado. Los policías uniformados en la entrada de la casa no parecían muy preocupados y se divertían con las llamaradas y explosiones que desde lejos podían divisar.
El Sr.M caminaba por su negocio de antigüedades como un tigre en una jaula pequeña. Nervioso por saberse fuera de su cotidiana tranquilidad, aquel joven autista se daba pequeños golpecitos en la cabeza con la palma de su mano. Los nervios crecían en su interior junto al ruido de la calle. Su calor aumentaba junto a las explosiones y la paz reinante parecía haberse marchado para siempre.
En medio de aquel caos, el Sr.M cerró su negocio con llave y se dirigió hasta la cabina telefónica de su calle, marcó un número y cuando fue atendido dejó un mensaje tan extraño como incomprensible.
- Jefatura de policía… Dígame…
- El sargento Legal sabe que las pistas cuelgan en lugar de la fotografía…
Luego colgó y se marchó de allí.
Parka había caminado tranquilamente por el olvidadosendero que lo conducía desde su vieja cabaña hasta la entrada del pueblo. Solo detuvo su marcha cuando, entrando a la ciudad y con intensión de perderse entre las calles, una explosión llamó su atención mientras los fuegos artificiales que lograba ver desde tal distancia y que parecían haber salidos de alguna película de cine, comenzaban otros focos dispersos por la zona oeste. Luego de unos segundos retomó una marcha más ajustada y con firmeza. Ya había estudiado el terreno y sabía hacia donde debían dirigirse sus pasos. Con un extraño bolso colgado de sus espaldas recorrió la distancia estipulada. Al llegar a una casona abandonada y totalmente derruida, miró a los costados y se sumergió en sus fauces perdiéndose, de este modo de la vista de cualquier transeúnte ocasional. Fijó el bolso que llevaba colgando y trepó por entre los escombros, dio alcance a lo que quedaba del antiguo techo y desde allí intentó una travesía en dirección a la casa del viejo Rogelio Legal que se ubicaba a pocas calles de su punto de tiro. Con su arma de gran alcance y una mira telescópica regulada exactamente a los 400 metros, distancia que había tenido oportunidad de medir en un par de veces, sabía que solamente contaría con la posibilidad de ejecutar un solo disparo. Debía matar al viejo, regresar por los techos sin ser visto, bajar por la casa vieja, esconder el arma entre los escombros, y regresar a tomar un autobús que lo alejara de allí lo antes posible.
Solamente le preocupaba que su compañero, en esta aventura, pudiese continuar con el plan estipulado. De no ser así se vería obligado a no abordar el autobús y concluir con la muerte de Tomás Detiro con sus propias manos.
Legal, luego de recibir aquel extraño mensaje desde la comisaría se había dispuesto con unos prismáticos oculto tras una ventana en la casa de su padre observando todo movimiento en los edificios vecinos. Aquellas construcciones eran de arquitectura anticuada y por lo tanto con tejados de gran altura, ideales para que un francotirador con experiencia realizara un tiro certero en el cuerpo de su maniquí anzuelo.
En el hogar de Detiro, el agente Ruiz Pescador había dispuesto agentes vestido de civil que simulaban conversar atraídos por el fogoso espectáculo que se montaba en la zona oeste de la ciudad con la intención de detener a cualquier transeúnte sospechoso o desconocido. Todo el personal disponible se encontraba afectado a este dispositivo de seguridad, lo que dejaba al sargento Antonino Legal sólo en su puesto.
Mientras todo el mundo salía a las veredas con el fin de observar el escalofriante espectáculo, el Sr.M caminaba de espaldas a todo, aturdido, asustado y nervioso. Buscaba el refugio de su hogar el cual se encontraba suficientemente alejado de allí. Cuando llegó, extrajo una pequeña valija de cuero y comenzó a guardar algunas cosas en ella. Un rompe cabezas sin abrir, su ropa negra, el pijama y unos pocos objetos personales más pudieron ser dispuestos prolijamente dentro del equipaje. Luego de cerrarlo, se dirigió a la ventana de su departamento y se dedicó a mirar los múltiples incendios que se producían en la parte oeste de la ciudad.
Parka se detuvo junto a una pequeña pared que servía de baranda y ahora podía jugar las veces de oportuno escondite, sacó su arma y se dispuso con tranquilidad a estudiar el escenario a través del objetivo de mira.
Mientras tanto, en otro punto de la ciudad y en las proximidades del domicilio de Tomás Detiro, algo similar estaba aconteciendo. Y como Legal lo predijera, un extraño deambulaba por las calles próximas a la casa de su víctima intentando descubrir el lugar desde donde proporcionar un proyectil certero y efectivo en el cráneo o en el corazón de su “trabajo”. Atendiendo a los detalles, dirección del viento, posición de las ventanas y características de su arma de medio alcance, debía ubicarse en el lado oeste de la vivienda. De este modo aprovecharía, no tan sólo el espectáculo que generaban los fuegos artificiales, sino que también, su ruido, ocultaría la estampida de su disparo.
Pero mientras observaba los tejados, las arboledas y otros lugares donde esconderse y disparar, dos personas, un hombre y una mujer, que caminaban en sentido contrario al fuego de la ciudad, llegaron por detrás del forastero y sin preámbulos, tomaron sus brazos y con fuerza aferraron su bolso y su cinturón.
- Demasiadas armas porta usted… Señor…
- Deberá acompañarnos a la comisaría.!!!
- Tengo permiso para estas armas. – Aseguró el forastero –
- Aunasí, venga con nosotros…
El extraño personaje se dejó conducir por los dos policías de civil que el Sargento Legal había dispuesto para observar todo movimiento extraño. Dócilmente, el extraño caminó junto a la pareja, pero cuando llegaron al auto, forcejeó, tomó la pistola que llevaba la mujer y logró hacer un disparo que dio de lleno en el pecho de la joven policía que cayó muerta en el momento. El otro policía, aunque con un asombro que rayaba el estupor, extrajo su arma y se resguardó en la parte delantera del automóvil. Ambos se encontraban agazapados y en cada extremo del móvil policial. El extranjero pensaba como escapar de allí y el policía, falto de experiencia en este tipo de asuntos, pensaba solamente en sobrevivir.
De pronto, el inconfundible sonido de la sirena policial ocupó toda la escena y el forajido emprendió la huida. Pero el escape quedó truncado con nuevas patrullas que cerraron las calles. Todo el departamento de seguridad estaba alerta gracias al aviso que oportunamente dejara Antonino Legal en la oficina de su jefe en la seccional. Aquella jugada de detective experimentado serviría de mucho en el legajo del Sargento, que en esos momentos continuaba ajeno a todo intentando capturar con el objetivo de su cámara al verdadero cerebro de aquella operación que había terminado con la vida de al menos cuatro personas.
En pocos minutos, el fugitivo fue baleado en una pierna y detenido por un buen número de uniformados que lo golpearon fuertemente, descargando su furia por haber matado a una mujer joven, bella y buen policía. Si lograba llegar ante el juez, luego de tremenda golpiza, no saldría jamás de la prisión. Pues todos sabían que le correspondería la máxima pena.
Al tiempo que el sector oeste de la ciudad volaba por los aires en una macabra muestra de artificio, en una calle vecina a la vivienda de Detiro golpeaban a un forastero asesino y dentro de la casa de Rogelio Legal, su hijo el sargento intentaba captar el escondite de Parka, el Sr.M se encontraba de pie nuevamente junto a la ventana con su maleta en la mano. Parecía estar observando todo aquello desde tal distancia, al tiempo de sentirse orgulloso por saber de antemano, cómo se desencadenarían los finales en aquella historia de robos, muertes y mentiras. Luego salió de su casa pues en pocos minutos debía encontrarse con Jimie.
Jimie, un antiguo conocido que no solamente le debía la vida por salvarlo de sus mafiosos acreedores, sino que también tenía una deuda moral por lograr conseguir el dinero para pagar sus préstamos y comenzar una nueva vida, se encontraba de pie junto a su viejo Mustang ’78, fumando y mirando el espectáculo del oeste de la ciudad. Aparcado en la parada del C-215 esperaba tranquilo a su viejo salvador y amigo, el Sr.M.
Cinco años atrás, rodeado de matones, deudas de juegos y préstamos sin poder afrontar, Jimie se topó con un joven extraño, que jamás miraba a los ojos y de pocas palabras. Aquel dio de llamarse simplemente Sr.M y le ofreció compartir el botín de un robo tan extraño que en un principio le pareció descabellado, pero sin otro camino que tomar obedeció al extraño que le exigió tareas realmente locas como conseguir una canastilla repleta de ratones o dar aviso a la policía sobre el robo que ellos mismo realizarían unas horas después. Sin saber cómo, aquel plan dio resultados y su mayor sorpresa fue descubrir que todo el botín de piedras preciosa y alhajas de oro y plata le fue ofrecido por el mismo Sr.M para pagar sus deudas y comenzar otra vez. Aquel favor jamás sería olvidado por Jimie quien, desde ese día, cumplía con las indicaciones de su mentor sin importar lo ridículas, disparatadas o estúpidas que pareciesen.
Por esta misma razón es que cada sábado asistía al cine de la ciudad de Longville, se ubicaba en la butaca número dieciséis de la quita fila, extraía una pequeña bolsa de terciopelo negro repleta de joyería o dinero que se encontraba debajo de la butaca de adelante y dejaba otra bolsa similar pero vacía. Su tarea, luego de que la película terminase, era llevar consigo el contenido de la bolsa al resguardo de una caja fuerte que se encontraba en un departamento del cual no era su propietario, pero tenía una llave.
Y por esa misma razón de fidelidad y amistad era que se encontraba estacionado en la parada del C-215 esperando el tiempo que fuese necesario y con el contenido de la caja fuerte bien acomodado en sus valijasde viajes en el maletero del Mustang.
Parka, ubicado entre dos paredes bajas en el tejado de una vieja casa abandonada, paseaba la mira de su arma de largo alcance por las diferentes aberturas de la casa de Legal. Las ventanas cerradas, las puertas con custodia y todo el vecindario desconociendo lo que sucedía en el interior de la vivienda y se paseaba por las veredas comentando sobre el escandaloso accidente de los fuegos artificiales eran el escenario que el viejo matón tuvo que enfrentar. De pronto, detrás del vidrio y de la cortina en la segunda ventana que daba hacia el este en el comedor, divisó un movimiento que llamó su atención. Ajustó la mira y comprendió que el sargento Legal se parapetaba detrás del muñeco que servía de señuelo.
- Estúpido Legal. – Sonrió Parka –
- ¿Creíste que me engañarías…?
- Quizás sin te mato, tu anciano padre salga de su escondite y así podré “…matar dos pájaros de dos tiros…” – Sonrió satisfecho el odioso asesino –
Aseguró el arma, fijó su único ojo abierto en el centro de la mira y colocó el dedo sobre el gatillo limado. Apretó los dientes y se aprontó a matar a su nuevo amigo que ahora ya se transformaba en su enemigo.
Cuando el dedo de Parka acercaba milímetro a milímetro la muerte al sargento Legal, una piedra sacudió las cienes del perverso matador parapetado en el techo. Ruiz Pescador había golpeado, con mucha suerte, la cabeza de aquel malhechor con la fuerza de un adoquín extraído de la calle y pronto algunos jóvenes y ágiles agentes ya trepaban hacia el tejado elegido por Parka. Rodeado por unos cuantos policías con sus armas apuntando hacia él, el asesino temió por su vida y dejó el rifle a un costado. Su plan había fracasado, pero no lograba comprender porque o cómo había llegado a suceder tal cosa.
- ¿Sabes que no saldrás más de la sombra…? – preguntó Legal
- Si quieres mejorar las condiciones dentro de la cárcel tendrás que contarme algunas cosas – aseguró el sargento sin esperar por una respuesta de Parka
- Por ejemplo, ¿Cómo ocurrieron las muertes de Siena, de Curdiyan y Boncini…?O el motivo que te llevó a planear y poner en marcha todo este macabro plan…
Parka comprendió de pronto que se encontraba perdido y que la única manera de conseguir algún tipo de beneficio durante los años que le esperaban de prisión era intentar algún tipo de trato no escrito con la policía y con el juez que dictaría su condena.
Sin nada que perder, Parka comenzó a develar un planque había mantenido en secreto por muchos años y con un relato que duró unas cuantas horas. Mientras Antonino Legal escuchaba incrédulo y Ruiz Pescador tomaba nota de todo cuanto se hablaba, Parka desandaba en palabras un plan pensado, ejecutado y casi logrado por él mismo.
El extraño asesino pidió un café caliente y se acomodó en la silla de la oficina del sargento antes de comenzar…
- Mi hermano Víctor fue soldado de las fuerzas de ataque de la avanzada nazi durante los dos últimos años de la gran guerra y cuando regresó a nuestra casa paterna no era el mismo vivaz y alegre joven que se había marchado. Con el tiempo, aquellos horrores que guardaba en su memoria, fueron desapareciendo o mejor dicho, ocultándose en el fondo de su adolorido espíritu. Cuando nuestra anciana madre murió, vendimos la casa y él se trasladó a este pueblo de mala muerte mientras yo probaba suerte en la capital. Hace unos años, luego de unos estudios que le anunciaron su cáncer de estómago, fue a vivir conmigo para que lo cuidara en sus últimos momentos. Y así lo hice. Unos meses después de su muerte, llegó a mi domicilio una carta que pretendía nombrarlo como apoderado de una buena suma de dinero en dólares que tendría la opción de cobrar y repartir entre los integrantes de su unidad, aquellos de la vieja fotografía tomada justo antes del regreso a sus vidas luego de terminada la guerra. Como mi hermano había muerto pensé que si todo el batallón estaba muerto fácilmente podría hacerme pasar por él y cobrar miles de dólares que provenían del misterioso tesoro nazi robado durante los años del segundo conflicto mundial. Vine de visita al pueblo, tomé nota del lugar de residencia, trabajos, familias y costumbres de cada uno de los sobrevivientes y compañeros de Víctor y durante varios meses organicé y planifiqué la muerte de cada uno de ellos. Pero el tiempo de cobrar aquellos dividendos, venidos casi en secreto por vaya uno a saber cuál vía, estaba llegando a su fin. necesitaba informar sobre la muerte de todos ellos y falsificar mi identidad para recoger aquel dinero devenido del sangriento oro de los nazis. Pero ahora se perderá para siempre como todo el resto de aquel maldito tesoro obtenido con la muerte de millones de inocentes.
Los pormenores de aquella increíble historia se expusieron durante un largo lapso de tiempo con las interrupciones necesarias para beber café, fumar un cigarrillo o descansar un poco de tanta tensión.
- ¿Cómo logró que Doménico Siena se ahogara y pareciese un suicidio…? – Preguntó el Sargento Antonino Legal ante las dudas de todos los presentes.
- Fue bastante sencillo – Aseguró Parka luego de dejar su vaso de café frio sobre el escritorio.
- Esa noche, como todas a las que asistía al bar, el viejo Doménico regresaba algo borracho. Al pasar por el puente y contando con su curiosidad innata, al igual que todo pescador, solamente lo llamé desde el fornique del puente y cuando se asomó lo enganché del cuello con un largo hierro curvado en la punta que había fabricado para tal fin. entre la borrachera y el ángulo de palanca, el viejo Siena se resbaló y cayó como un saco de papas en las profundas y frías aguas del rio. Si buscan en el fondo van a encontrar ese gancho.
El sargento miró a un agente que descansaba en la esquina de la oficina y le señaló que vaya en búsqueda del garfio de acero que descansaba en el fondo del rio, debajo del puente. Luego pidió amistosamente al señor Parka que continuara con su relato.
- Mi verdadero nombre es Máximo Andreas – Prosiguió Parka -Pero adopté mi pseudónimo de muerte en relación al plan que había ideado y que no debía fallar. Pero se interpuso el idiota del anticuario y echó todo a perder.
- ¿Qué anticuario…? – Pregunto Legal queriendo asegurarse de que sus oídos habían receptado bien la información.
- El idiota ese que siempre mira al piso… el que atiende el negocio de antigüedades. Él fue quién se entrometió en todo esto…
Como iluminado por una antorcha gigante el sargento comenzó a responderse, de pronto, muchas de las preguntas que se había formulado a lo largo de todo este proceso.
Legal tomó del brazo a su asistente Ruiz Pescador y le ordenó que vaya en busca del joven autista. Sino lo encontraba en su negocio debía buscarlo en su casa o en cualquier parte del pueblo. Podría encontrarse en la parada del C-215 o, de ser necesario, debía viajar hasta Longville en su búsqueda.
- ¿Cómo mató al herrero…? – Preguntó Antonino con poca paciencia y demostrando un estado de nervios que comenzaba a sacarlo de sí.
- Ese caso fue algo más difícil – comenzó Parka con su respuesta.
- Necesité visitar la herrería en varias oportunidades para descubrir algún punto débil en el organizado taller. Todo bien ordenado, los maderos y palancas bien ajustados, las herramientas limpias y en perfecto orden. En fin… no había nada fuera de lugar. Excepto la fragua. Aquella antiquísima máquina funcionaba con un fuelle de goma, que en sus orígenes había sido de cuero, que con el constante uso y en las proximidades del fuego casi constante se encontraba bastante resquebrajada. Solo fue necesario cambiar un palo fino y viejo por otro más pesado y de mayor dureza… Sólo fue cuestión de tiempo para que aquel caucho resquebrajado cediera bajo tanto esfuerzo, pero el madero debía caer justo cuando el herrero se encontrara debajo de él. Por lo eso até un hilo delgado al soporte de la viga que se cortaría en el momento que aquel hombre estuviese trabajando. Ya que el fuego quemaría el cordel invisible y el leño caería en péndulo dado de llevo en la cabeza del pobre infeliz, luego el cordel se quemaría y todo apuntaría al caucho agrietado como el culpable por la caída de tanto peso.
En medio de la declaración ingresó un policía con el gancho de hierro en la mano. Todo aquel relato comenzaba a ser creíble y las esperanzas del sargento en cuanto a la resolución de tantas muertes volvían a tomar fuerza. Si bien no podría responder las preguntas relacionadas a los robos a joyerías y relojerías, esto era más importante y eso lo tranquilizaba. Ya tendría tiempo de poner sus garras sobre el ladronzuelo que deambulaba por las calles, ahora debía cerrar un caso mucho más importante. Las muertes de los jóvenes de la fotografía en sepia entre los que se encontraba su propio padre.
- ¿Por qué hizo todo esto…? – Preguntó Antonino nuevamente.
- ¿Qué lo llevó a pensar en este plan…? ¿Cuál es su propósito…?
Antonino Legal acumulaba cientos de preguntas en su cabeza que le brotaban como agua de un manantial y en desorden por su boca. Para tranquilizarse, salió en busca de otro café…
- Cuando Víctor llegó a vivir a casa – Aseguró Parka. –ya se encontraba enfermo y necesitaba contar con alguien que lo ayudase en cuanto su enfermada avanzara. Por supuesto que lo recibí con todo lo mejor que pude darle y pronto modifico su domicilio para recibir su correspondencia en mi domicilio. Vivimos un tiempo bastante bueno recordando viejas épocas y visitando bares, pero en menos de un año comenzó a sentirse mal. Desde entonces su desmejoramiento fue cada vez más veloz y tres años más tarde falleció una madrugada de domingo. Ese mismo día fueron las exequias y en menos de una semana ya había regalado casi todas sus pertenencias. Luego de transcurridos unos meses llegó una carta sumamente extraña que lo indicaba como encargado de contactar y repartir un dinero entre todos los soldados de su pequeño batallón. Aquel dinero era una especie de premio o indemnización que una asociación secreta e ilícita NAZI pagaba a los soldados que habían defendido ciertos y puntuales puestos y/o personas durante los meses finales de la segunda guerra mundial. Así fue que, luego de pensarlo un rato, envié una respuesta pensando en dos objetivos: el primero era hacerme pasar por mi hermano para cobrar su dinero y el segundo era saber si conocían el paradero de los demás integrantes del pelotón. Mientras esperaba ansioso la respuesta fui escudriñando mi plan. Y así surgió la idea de quedarme con el dinero de todos ellos, haciéndome pasar por cada uno, pero no podía correr el riesgo de ser descubierto así que envié los papeles con los datos y firmas fraguadas y luego me tomé el tiempo necesario para matar a cada uno de ellos como si fuese un accidente. Para no levantar sospechas.
En las calles de la ciudad todo estaba regresando a su habitual intrascendencia. El fuego, controlado por los cuerpos de bomberos y vecinos allegados, no se veía y a cambio surgían algunas pequeñas columnas de humo que pronto desaparecían bajo el aplastaste agua. Mientras Legal pensaba sobre si creer o no en todo aquel misterioso entuerto y comprendiendo, de que ser así, el caso era mucho más grande y se escaparía de sus manos, tarde o temprano.
- ¿Por qué asegura que el tipo autista de la casa de antigüedades tiene algo que ver con todo esto…? – Preguntó Antonino.
- Siempre lo veía husmeando en los lugares que al día siguiente fueron robados y creo que él también me vigilaba de alguna manera que no llego a comprender. – Aseguró Parka – no tengo nada contra él,pero estoy seguro de que logró dar a viso a la policía de los asesinatos simulados como suicidios y de los que, aún debían cometerse. ¿Por qué motivo, de no ser así, la policía estaría vigilando de manera especial y furtivamente a los forasteros que caminan por las calles…?
El sargento Legal empezó a escudriñar una teoría en su cabeza la cual simulaba ser demasiado descabellada o quizás ilógica. ¿Podría ser posible que el autista fuese el mismo Sr.M? y ¿Fuese quién, además de robar pequeños lugares, le avisaba sobre las muertes y sus oscuros motivos…?
Legal dejó en manos de otro investigador la pesquisa y comenzaba a salir lentamente hacia afuera cuando Ruiz Pescador chocó con él.
- Sargento – Propuso Ruiz Pescador casi sin aliento – he buscado por todos lados. En la parada del bus no hay nadie, en el anticuario no hay señales de él, aunque todo está allí en orden y en su casa no hay ni ropa ni otra seña que indicara que en aquel lugar vivió alguien recientemente. Sólo encontré esto…
Legal tomó una copia de la fotografía en blanco y negro desaparecida del departamento de Robert y la tarjeta blanca con las letras impresas en dorado con las palabras “Mister Misterio”
Quizás los hechos estaban claros pero existían más preguntas y las declaraciones de Parka no podían arrojar tantas respuestas. Era hora de comenzar a investigar a este tipo. Realmente era un caballero misterioso. Realmente era Mister Misterio. O como al sargento gustaba llamarlo: el Sr. M