La Quirca, de Aldo Parfeniuk

La Quirca, de Aldo Parfeniuk.

o cava de los sueños;  el refugio ante la desprotección de los vientos-

Por Martín Avalos

Encontrarse con este libro es un regalo de los cielos, sino de cielo infinito, lo es del cielo cordobés, ese que sabe de tormentas, noches y amaneceres.

El libro tiene fecha de publicación en 1976, y  los argentinos no podemos dejar de relacionar ese año con nuestra historia triste nacional. Por ello la imagen de alguien que debe postergar sus sueños de libertad y guarecerse de la desprotección de los vientos en ese crudo invierno que duró siete años, y en el que miles perecieron -literalmente- de frío, se torna nítida.

 

En el monte, bajo la luna

la quirca descava el sueño

de los muertos

 

y hace como que canta.

 

-La Quirca-

 

 

El Poeta es oriundo de la villa serrana, Carlos Paz. Desde ahí para abajo, rumbo a la ciudad de Córdoba existe un mundo de maravillas mercantiles con sus guardianes de picana y alambre. El Centro Clandestino de Exterminio y Tortura La Perla queda en el medio. Mejor ir para Los Gigantes; mejor ir a Traslasierras y a sus obreros de barro y piedra.

 

Pena del ceramiquero

 

(A T. López, de traslasierra)

 

Entonces… el misterio

no es la tierra y la arcilla,

y dioses rutinarios retornan al trabajo

de aquel:

                el adorado.

 

Perdidos en el medio de rocosas montañas

perduran en la práctica del milenario oficio

modelando pacientes, en lentos amasijos.

 

(En diarias ceremonias de amor y de silencio

inanimados seres nacen del alfarero.)

 

…Y suben por el barro antropomorfos rasgos

de breves figulinas; moldeadas tiernamente,

quemadas al calor de fogatas de guano,

pulidas a fricción de elegidos guijarros.

 

(…)

 

(…) tus manos seguirán trajinando

en su oscuro designio de ser barro

dudando,

entre ser arma…

o ser trabajo.

 

 

No puede el Poeta dejar de dolerse de la  Pena del Ceramiquero y lo sabe dudando entre el arma o el trabajo.

 

Todos sabemos que esa noche de siete años ya había comenzado antes -algunos hablan de dos años, otros de diez, otros de quinientos-. Nosotros, los apenas alfabetizados, los hijos de autodidactas del abecedario, los nietos del horno de barro, aljibe y la sopa diaria, sabemos que la vida triunfa, y afirmados a esa estrella, continuamos. Después de todo, al crudo invierno lo sucede la cálida primavera; y en cada flor, la memoria de los que no están, los que se fueron, los que resucitan.

 

 

Vida

 

Hoy, que ya amanece. Ahora, que aclara…

Es igual que siempre:

en la actitud tranquila

del momento de irse, vuelve a ser la partida

(…)

 

Hoy se crispa el corazón. La sangre tira a verde.

Con un poco de fe en la memoria vuelve

(…)

la casera tajada de misterio del perfumado pan.

Más atrás, las cosas que perdieron su batalla

(…)

 

Vida:

dónde las esperanzas, sobre qué vientos,

en qué viaje perdidas. Te digo adiós. (Mis hijas

te saludan. (…)

 

Vida:

(…)

¡Por cuánto es que me voy!…

(…)

…y andaré invitado por los amaneceres

(…)

las estrellas en las altipampas del oeste

o inventariando molles y quebrachos encopados

de la sabia estelar que eterniza el sol.

 

-Aldo anda de campo-… de guitarra. (…)

traslunado.

(…)

Mensurando el sitio

donde se dividen la tierra y el aire,

la piedra y la arena, la estrella y la luna…

 

-Aldo anda de campo- Errando en la inocencia

niña de querer hallar la paz en asar y en comer,

en beber y en reír, en contar sucedidos antiguos

de gente de las sierras que salen a vivir

por entre el negro vino, por entre el humo

de la leña flaca que prende en los rostros

de Rubén, de Juan, de Carlos, de Edgardo la misma

ansiedad de monte y de hambre de polvo. Del oeste

que se nos entrañó en las venas y en los años

para siempre.

 

 

Porque como dicen algunos, la noche había comenzado mucho antes, o siempre existió para los humildes de la tierra: los campesinos, los mineros, los pescadores, los golondrinas, los Crottos y A. Torrantes. Ya teníamos bastante. Esa violencia causa otra: “A veces entra tristeza, otras veces rebelión”, dice el poeta Yupanqui y es cierto. Porque cuánta vidas se ha tragado el trabajo? El trabajo que esclaviza, no el que libera. El trabajo que idiotiza, no el que crea. El que saquea, no el que iguala.

 

 

La muerte por el diablo

 

Es al mismo diablo a quien persiguen

estos hombres infernales.

La cantera los traga, día a día

y los devuelve alucinados, locos.

 

De los que dan, ni un solo golpe

se escapa de ahí adentro: la piedra

los devuelve uno a uno;

y lo cimbran al hombre, y lo quiebran.

Se meten en la médula, en la sangre…

…Y son tantos martillazos juntos!

 

(…)

Ayer Rogelio Bustos

salió del socavón y cayó muerto.

Murió

de un solo golpe

adentro.

 

 

Y se hicieron costumbre que la gente no vuelva, no aparezca. Y se hicieron costumbres los saqueos nocturnos. Y se hicieron costumbre el silencio y la pena; y el miedo. La metonimia del terror; la metamorfosis del espanto. Y la vida metamorfoseó a la vida y a la crueldad.

 

Chelco

 

Bicho-miedo

Muerde-muerte

Puro nervio bajo el sol

el chelco,

sigiloso repta

por su cepa de saurio

cavernario.

 

Al verlo, aún se siente

el pavor y el miedo que sentían

los primates legendarios.

 

Animal mineral, el chelco,

hecho piedra, muerde el tiempo.

Lentamente…se come

un siglo más.

 

 

Lo que era vuelo de vida, fue vuelos de muerte. Lo que era plumas de plumas, fue ahogo de gritos, asfixias de odio.

 

Pájaro

 

Canción trunca.

Flauta rota.

Aire caído en pleno sol

(a la orilla de un largo camino)

bajo un árbol con nido

muerto.

 

Un nido sin vida es un nido inhabitado, inanimado. Fantasmas inocuos.

La traición de lo cándido transfiguró lo blanco, lo pervirtió; también lo negro, lo amarillo y lo verde.

 

 

AUSENCIA DEL VERDE

 

(“¿Qué se dijo del humo esta mañana,

Que no arde metalúrgica, la vida?”) “Ausencia de humo” – Mario Altamirano.

 

¿Y del verde?…

¿Qué se dice del verde, qué se cuenta?

¿Quién lo nombra hoy, que no ilumina,

que no hace color; que aún no pinta?

¿Con qué gota de rocío de hará brote,

¡de qué trino vendrá!, ¡de qué lluvia?

 

(¿Espera en la memoria del que siembra,

del que lo hace esperanza, del que sueña?)

¡qué poeta empieza a inaugurarlo

y lo inventa del amor, de la alegría!,

¡qué cantor, qué niño, qué muchacha

se tiñe el corazón y no lo dice?…

 

El verde:

es el principio de la flor, del fruto.

El terreno materno de los pájaros,

la fundación de la sombra.

Es la vida.

 

Pero no.

No es tiempo aún, no prende el valle

no trepa el cerro, ni pinta el aire.

No se desparrama.

No hace verde.

 

¿Quién sale de sol y de septiembre

a decir que ya está?,

¡a mentir que ha vuelto!

 

 

No sólo el verde fue militar, también el miedo. ¿Cuántas víctimas fueron “depuradas” en “perfección” de la raza? La tristeza inunda cincuenta años y nos moja. ¡Hermanito, no mates a tu hermano!

 

 

Así fuimos forjados al mutismo, a la parálisis. Siempre vino el ave amiga que nos convidó a la libertad, pero qué difícil fue y es. Paraditos y mirando con timidez vamos viviendo y aprendiendo a ser, a veces nosotros, a veces alguien que no queremos. En condisiones favorables pocas, en situaciones adversas, muchas. Escribimos desde la adversidad, buscando equilibrar. Y así, la hermandad del Poeta crece cuando ve a su traserrano ser.

 

 

Este que apenas me mira…

De traslasierra venido y empolvado

desde los pies hasta el alma, se ha olvidado

del ángel que le cuida el cielo

de la frente y le entristece

los enrojecidos pájaros del vino.

 

El olvidado hombrecito, también se olvida por ahí del angelito que lo cuida. Un angelito pobre y de ropitas rotas será. Un angelito digno. Un angelito que le perdona que te le enrojen los pájaros del vino al hombre; al angelito también se le sonroja las mejillas. Angelito hecho de tierra y agua, de corazón de viento como nuestro amiguito del otro lado.

 

Despielado.

De pobreza vestido; si yo tocara ahora

su corazón de viento

me mojaría del aire entristecido

que lo trajo hasta aquí, hasta el silencio

que lo desenamora entredormido

mientras lo ve robando

su estatura de hombre.

 

Porque eso pasa a veces. Nos van robando la altura de nuestra estrella, y apagándola. La falta de aire a veces nos opaca, y ahí viene aquel angelito a soplar despacito para avivar el fuego. Así, con suaves palabras. El alado del cielo es poeta en la tierra.

 

Si yo supiera de su pena el nombre

dulcemente me iría por su herida

hasta donde lo olvidó el amor, hasta la sombra

que lo deshabitó de luz. Hasta la oscura

región en donde el sueño

lo ahogó de eternidad.

 

Hasta el olvido.

 

 

De ESTE, QUE APENAS ME MIRA…

 

 

Lo Cultural en estos versos de nuestro hombre; lo heredado. El respeto por lo heredado. Manifiesto en PATRIMONIO uno de sus últimos poemas donde el vecino, el parroquiano, ese, al igual que su padre, entregado a su ritual meditativo donde se sala la pupila arrinconado en la penumbra, pero reconociendo la Luz de la esperanza y saludándola. En lo rutinario y la identificación alguien puede leer falta de ánimo, otros leemos confianza e ilusión.

 

 

PATRIMONIO

 

Siempre igual. Lo mismo;

la pupila salada, la pestaña umbría,

la acorralada vista de este rutinario

mirante de la nada…Arrinconado

en la penumbra de la habitual cantina

donde bebe la vida

su vino popular,

barato.

 

En este hombre en quien me miro;

-repetido en la señal de la encopada mano-

veo a mi padre (la oscura leche paternal)

clamando: saludando la luz

en el antiguo rito tabernario

de los hombres tristes

de la tierra.

 

Estos lugares nuestros: la madrugada. El vino.

 

Siempre igual. Lo mismo.

 

 

 

Luego, retratando estos paisajes y sus gentes; sus gentes formadoras de paisajes (y no se habla sólo de geografía y  relieves sino de toda una sobrecarga social descargada en los hombros de familias de la peonada del interior). Llega, decíamos, unos versos dedicados a quien ya estuviera presente en sus primeros poemas publicados una década atrás por nuestro Poeta. TESTIMONIO DE CARLITOS FERREYRA, el título dedicado a este humilde serrano que bajaba de los montes los días de paga de los obreros para pedir pan; tan sólo eso.

 

 

TESTIMONIO DE CARLITOS FERREYRA

 

(A un retrato de D. López Escobar)

 

En la carne de esta cara seca que yo tengo,

-por ser de esta provincia de sol, de agua y viento-

el beso -pensé- podría haber cabido. O la caricia.

O algo que me hiciera olvidar la vida…

(Como en los sueños, que a soñar tengo derecho.)

 

Por esta vista flaca, tonta, ingrávida…

Por el fondo de estos tristes ojos

la vida –pensé- podría haber dejado algo más

que una salada lágrima

que mojara mi pan…

 

Voy siendo esa sombra espesa, polvorosa,

que desanda los confines suburbanos

con su embolsada historia de mendigos a cuestas.

Ando orillando el miedo de los niños,

desterrado de la risa de los hombres;

fijo –al fin- en el rastro ciego

de mi muerte.

 

Cual linyera que mete miedo en niños y adultos, Carlitos Ferreyra, el del rostro seco y solo, sin beso ni caricia. Carlitos Ferreyra, el que quizás quería olvidar la vida. El manso olvidado por Dios. Ese Dios que por ahí no pasó, como dijera Yupanqui. El Dios que olvidó que Carlitos Ferreyra debía ser uno de los Bienaventurados herederos de la tierra. Quién sabe, quizás lo era, como aquella madre desalojada en el Romance de Armando Tejada Gómez; esa que sacaba sus cachivaches.

 

-Vamos, madre, está bueno ya, le dije,

deje de revolver las cosas viejas;

para qué sirven, madre? Y ella dijo:

-Para tocar la vida y comprenderla.

 

Cuando salió, traía su geranio

y se puso a regarlo en la vereda.

 

Tal vez la tierra de Carlitos Ferreyra comprendida en una maceta, en su montecito, tenía la semilla de la uva del vino que lo haría cantar a Petrocelli. Quizás el mismo Carlitos es la semilla que el vuelo de nuestro Poeta hace germinar por los cerros.

 

Formaré con los grillos

Una orquesta donde canten los que piensan

Cuando tenga la tierra

Te lo juro semilla que la vida

Será un dulce racimo y en el mar de las uvas

Nuestro vino, cantaré, cantaré

Campesino, cuando tenga la tierra

Sucederá en el mundo el corazón de mi mundo

Desde atrás de todo el olvido secaré con mis lágrimas

Todo el horror de la lástima y por fin te veré,

Campesino, campesino, campesino, campesino,

Dueño de mirar la noche en que nos acostamos para hacer los hijos,

Campesino, cuando tenga la tierra

Le pondré la luna en el bolsillo y saldré a pasear

Con los árboles y el silencio

Y los hombres y las mujeres conmigo

Cantaré, cantaré, cantaré, cantaré

 

Los versos que inmortalizó Daniel Toro.

 

 

Cantaré, cantaré, cantaré… inmortalizado en el vino: consagración de la uva. Ese vino que me enmudece y deslengua para adentro. Parfeniuk lo dice bellamente:

 

EL VINO

 

Ahora que atestiguo la consagración del vino

dentro de esta uva.

Ahora que me embriaga el prisma de este pámpano

jugoso, amorenado;

lo conjuro en mis labios, me deslenguo

hacia adentro con todos mis secretos

y lo siento de a poco, angelicado y tierno,

algodonarme el tacto y voltearme

despacio, hasta el umbral del sueño,

donde un príncipe negro, en su caballo blanco,

me acuchilla y me deja

dulcemente herido.

 

Me pasa esto. Me sangra

en su lágrima

el vino.

 

Ese vino que Cuesta abajo lleva a sus bebedores, aquellos que se cierran cuando abren la noche y miden honestamente la estatura de una rosa.

 

ROSA

 

¡Oh rosa feliz, hermosa

de ver pasar la vida

desde tu altura

de rosa.

 

 

     La Quirca es el comienzo de un gran viaje: el del retorno a las cosas de uno. Aldo Parfeniuk, gracias por el vehículo de tus palabras.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Cualquier sugerencia es bienvenida a  aynilibros@gmail.com

 

 

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