La Educación a la intemperie

Si de verdad llega a ser cierto eso de que hay caminos que nos buscan; me doy por hallada.
Desde su enclave de montaña emerge el sencillo duomo que los aires serranos vuelven majestuoso. Me encontraste Villa Leonor y aquí vengo subiendo a pie tu ladera fogosa en una siesta de verano.



No voy a mentir jurando lo que no recuerdo: no sé si alguna vez prometí el regreso pero sí puedo asegurar que hace tiempo ya, vengo sintiendo el impulso de ver nuevamente los azules de la cúpula cósmica de Guido Buffo y aunque Sabina sentencie que donde has sido feliz no debieras tratar de volver, creo más bien que demoré el retorno porque temía haber perdido el don de ver con los ojos de fascinación con el que mis trece años entendieron, sin poder aun ponerle palabras, el sincretismo místico que impulsa al arte. Algo así como aquello a lo que el pedagogo italiano Francesco Tonucci (Fratto, para sus seguidores) se refiere cuando habla de ver “con ojos de niño”.
Una de las cosas que más me ha llamado la atención sobre este paraje es que en los más de veinte años que llevo en Córdoba, oí muy poco sobre la Capilla que Guido Buffo construyera en honor a su esposa Leornor Allende, pionera en el periodismo local y a la hija de ambos y precoz poetisa: Eleonora. Decía, que me resulta llamativo que no haya sido éste destino promocionado ni salida de fin de semana sugerida por más que se encuentre a unos pocos kilómetros de Unquillo, siguiendo el camino a Cabana. Se llega perfectamente tras una breve caminata accediendo al transporte público local que se anuncia con destino a Don Bosco y que pasa, a modo de referencia, frente al complejo vacacional de la UEPC.
Para quienes visitan por primera vez la modesta residencia del matrimonio que se yergue unos metros más debajo de la Capilla; separada apenas por unos metros de escalinatas que permiten al peregrino adivinar un ascenso espiritual, la experiencia suele ser conmovedora. La también nombrada “Villa Leonor” se extiende sobre una ladera de montaña que circunda un manso río, pertenece al área protegida que ya más recientemente ha sido conocida como Reserva los Quebrachitos. Sin embargo, para los que venimos ya por segunda vez, Villa Leonor es algo más que un bonito sitio histórico escondido en medio de la quietud serrana, es también el regreso a lo que comprendía el campamento de montaña donado por Buffo al Ministerio de educación para que miles de alumnos de la escuela pública pudieran disfrutar gratuitamente de la naturaleza.



En la visita me sorprendí comentando recuerdos con otra visitante que venía de la ciudad santafesina de Rafaela y traía a turistas de España a conocer el paraje, ambas intercambiamos vivencias como figuritas. Ex alumnas de escuelas Normales del interior del país, orgullosas hijas, y a en mi caso también docente, de la escuela pública, nuestra visita significó también de algún modo un homenaje a la educación integral que nos cobijaba allá por los fines la década del ochenta cuando el Estado nos brindaba una experiencia gratuita de aprendizaje significativo que hoy podría perfectamente ponerse el título tan bastardeado de “inclusión”.
Y antes que los detractores a ultranza de las políticas sociales pongan el grito en el cielo porque dije “inclusión” (sí, inclusión), paso a contarles qué otra cosa guarda este místico lugar para los alumnos (con amplia mayoría femenina a pesar de la naturaleza mixta de la institución), de escuelas como la Normal Superior de Profesorado Dr. Nicolás Avellaneda, de San Francisco que tomamos parte de esta experiencia formativa.
La historia del parque y algo más.

Creado y bautizado en 1950 por su fundador Guido Buffo, como ¨Parque de Montaña de Villa Leonor de Los Quebrachitos”, el predio fue donado un año después al Estado Nacional durante el gobierno del presidente Juan Domingo Perón, bajo algunas las condiciones y reservas que Buffo estableció previamente con la idea original de que en dicho espacio se llevaran a cabo actividades culturales, científicas, artísticas e intelectuales.
Poco tiempo después, en 1960, Buffo falleció y el campamento quedó a cargo del Ministerio de Educación de la Nación, aunque Claudia Buffo, hermana de Guido, continuó viviendo allí hasta que fue internada, años después, tras la venta de parte de la propiedad.
Entre 1965 y hasta 1989 el campamento, entre otras dependencias, estuvo a cargo quien se desempeñara como Inspector Nacional de Educación Física, el profesor Ricardo Viñas y ya hacía 1983, la Dirección de Educación Física, puso a cargo del Campamento Leonor a Roberto Jiménez, mientras que Casa – Capilla estuvieron a cargo de un señor de apellido García.




Ya en las décadas del 80 y 90, en marco del retorno de la democracia y el posterior achicamiento del Estado, el predio se sub-dividió, casa y capilla quedaron en manos del municipio de Unquillo y el campamento a cargo de la Secretaria de Turismo de la Provincia. Esta medida se terminó de formalizar el 6 de septiembre de 1994 en un acuerdo firmado por el Ministro de Cultura y Educación de la Nación, Jorge Rodríguez y el entonces gobernador de Córdoba, Eduardo Angeloz.
Debió haber sido más o menos por esa época, finales de los ochenta, cuando conocimos Villa Leonor. Bastó compartir en mi muro de facebook la nota que este mismo diario publicara días atrás para que el aluvión de comentarios de ex compañeros nos reuniera en una añoranza virtual y colectiva. Todos coincidieron en algo, fue una experiencia inolvidable. Las anécdotas que los posteos fueron soltando empezaban con el fantasma de Leonor, pasando por la conformación del contingente y los profesores que acompañaron, hasta llegar a la evocación de las madres que hicieron las veces de cocineras para la semana entera que duró el campamento y que, en algunos casos, ya no están entre nosotros.


Pero yo recuerdo aún más (a veces la carga de quienes tenemos esta memoria elefantesca que no siempre es fácil de portar, se aliviana con la cortesía que imponen los años, supongo que es una buena estrategia de nuestro inconsciente para no pasarla tan mal), a veces, decía, se diluye el recuerdo de la vergüenza de la pubertad y las inseguridades que todos atravesamos cruzando el arroyo de la reserva cuando portar cuerpos nuevos no era simple.
En este “pido gancho” de la memoria es que puedo recuperar las clases a cielo abierto o dentro de la capilla. No hablo de las clases tradicionales, hablo de la clases informales de nuestros profesores charlando del macro y micro cosmos estampados en los frescos de la Capilla, de la lluvia de organismos de la escala explotando en esferas soltadas al universo por la mano de un creador. Recuerdo el repaso por los mitos griegos cuando identificábamos a Palas Atenea junto a las musas que inspiraban a la figura de la joven Eleonora artista. El misterio de un péndulo de Foucoult también fue el disparador para hablar de los sismos, así como la vista panorámica desde el anfiteatro natural pensado por don Guido a modo de Ágora, no permitió evidenciar el desgaste de las sierras bajas de nuestros cordones montañosos mientras la profe de geografía nos transportaba en su relato a la era geológica en la que las placas tectónicas se chocaron y tocaron un titánico acordeón que las frunció para siempre. No hubo manual ni documental de la Nathional Geografic, “La aventura del hombre” o “Jacques Costeau” que para mí fuera más elocuente que el relato de mi profesora señalando la serranía tan absolutamente imponente en esa tangibildad sensorial a la que aun hoy, como dirían mis alumnos: “no hay con que darle”.



Podría explayarme mucho más recuperando el valor de lo lúdico escondido tras la búsqueda del tesoro, cuando las pistas y prendas ponían a prueba saberes integrales y forjaban hábitos necesarios para el trabajo en equipo, o el espacio para las expresiones artísticas en la austeridad de los fogones nocturnos, pero mi búsqueda llega hasta aquí, hasta la recuperación de lo que Freire denomina “condiciones de educabilidad” o a la enunciación de uno de los objetivos que habitualmente encabeza programas y planificaciones y que habla de ampliar el universo cultural de los sujetos de aprendizaje y de ofrecer nuevos horizontes .
Y digo que llega hasta aquí porque en el lapso que me tomé para considerar que me estaba queriendo contar a mí esta la historia, recibí varios whatsapp de colegas que me sacudieron más que los sismos del péndulo de Buffo y aunque pensaba por lo menos desconectarme en estas sencillas vacaciones que pasé-a este año, como tantos otros profesores y maestros, en entre libros y plantas en casa (inútil contra- argumentar el discurso categórico instalado sobre la supuesta natural tendencia al ocio de los educadores argentinos que ostentamos tantos meses de vacaciones y aun nos quejamos), me decidí a escribir.
El mensaje alertaba sobre varios cambios que nos depara la actual política educativa y que reproduzco literal, a modo de baldazo matutino ya que el tiempo de carnaval anda rondando.
“CTERA informa sobre el decreto de Macri contra los docentes:
1- pone fin a la paritaria nacional salarial docente.
2- Elimina definitivamente el programa “Nuestra Escuela”.
3- Deja de existir el incentivo docente pues su cláusula deja de discutirse nacionalmente.
4- El incentivo actual es de 1210 pesos por cargo. Si se toma la actualización de la ley de incentivo, debería multiplicarse por cuatro pues está sujeto al valor de los combustibles y el patentamiento vehicular. Es decir, lo que no quieren reconocer a los docentes son casi 5000 pesos por cargo, razón de fondo de la rigidez del Gobierno Nacional en complicidad con los gobernadores del peronismo.
5- Todo el decreto reduce la discusión a las condiciones laborales, y de titulación; movilidad docente…



El texto continuaba con una serie de novedades tan poco alentadoras como el pago depositado por la famosa “cláusula gatillo” unos días después y si bien la lectura y re lectura de la veracidad de las posibles acciones anunciadas contra el actual sistema educativo quedará para otro análisis, la comezón rasca en donde pica. A pocos días del reinicio de las clases sigo pensando en la contradicción permanente de un sistema educativo que parece querer expulsar a los docentes mejor formados, que no sólo no garantiza la dignidad de la tarea educativa sino que tampoco se plantea generar espacios de aprendizaje que nos devuelvan el placer simple y cotidiano de enseñar y disfrutar, como en aquellas noches de campamento, un cielo constelado de aprendizajes por venir.
El carnaval va entrando en retirada, pero el sistema educativo parece seguir sin dar cuenta de ello y en vez de deponer las máscaras, ya alista el maquillaje de una educación que esconde pero no divierte.



3 comentarios sobre «La Educación a la intemperie»

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