La Democracia no se mancha

Por Lucas Martín Di Marco.

La foto de esta mañana da una esperanza al fortalecimiento y mejora la calidad institucional de la Democracia nacional, tan vapuleada por más de diez años de Grieta, desde aquel primer conflicto de las Retenciones Rurales a este cambio de guardia en la Casa Rosada. 

La escena de los dos contendientes que el domingo anterior se habían acusado mutuamente de corrupción en el Debate de la Facutlad de Derecho de la UBA, desayunando y planeando una Transición ordenada esta mañana es una foto ajena al curríclum intolerante de la sociedad argentina, tan dada a la descalificación del quien piensa distinto y a recurrir al medio que sea para alcanzar el poder.

El peronismo obsecuente y sin oposición genera feudos, mandatos eternos y corrupción, el antiperonismo bobo favorece el advenimiento de dictaduras, el crecimiento de las Deudas Externas y los intereses extranjeros (y también corrupción). «Si entre ellos se pelean los devoran los de afuera», dictaba como máxima José Hernández en el Martín Fierro, casi anticipando un siglo y medio de Historia nacional.

El día después de las PASO criticábamos a Mauricio Macri por salir a decir que no tenía nada que hacer ante la corrida cambiaria que afectó y afecta los bolsillos argentinos. Hoy toca empezar a mirar el presente momento con perspectiva histórica y reconocer en Macri algunos méritos que van más allá de si uno está a favor o en contra del modelo neoliberal por él encarnado.

Guste o no, Macri deja un precedente valiosísimo para el Sistema Político y las instituciones al ser el primer presidente no peronista desde el advenimiento de la Democracia en terminar su mandato y no sólo eso, sino que llega al final del mismo siendo competitivo electoralmente y «dejando todo en la cancha» para vender cara la derrota que desde las PASO se veía como inevitable. Ese esfuerzo le permite dejar el Sillón de Rivadavia para pasar a ser un referente de Oposición con nueve millones de votos que lo avalan como tal. Nada tiene que ver la foto de hoy con el inicio del mandato de Carlos Menem tras la entrega anticipada del poder de Raúl Alfonsín en 1989 o la de Eduardo Duhalde en 2002 tras el Argentinazo.

Aquellos presidentes peronistas llegaron a Casa Rosada con una Oposición en desbandada y un cheque en blanco a nivel político para hacer y deshacer sin que ninguna voz autorizada desde la vereda de enfrente que los pudiera controlar ni amenazar con volver al llano. Alberto Fernández, que fue arte y parte en la reconsrucción nacional post De la Rúa, tendrá en frente una oposición que ya dejó claro en las retinas de los ciudadanos la idea de que no solo el PJ puede gobernar la Nación, inaugurando una sana competencia política de cara al futuro. La ciudadanía tiene más de una opción para repartir su voto de aquí en adelante.

BREVE HISTORIA DE LA INTOLERANCIA ARGENTINA Y LA NEGACIÓN DEL «OTRO»

Quedan bien posicionados para esta nueva etapa además una camada de dirigentes jóvenes que ya saben lo que es gestionar el aparato estatal, tanto en el Frente de Todos como en el de Juntos por el Cambio. La vieja camada, fogoneada al calor de la Restauración Democrática, se acostumbró a denostar a quien piensa distinto. Ejemplos de ellos (hay miles en estos años de Grieta), lo son desde el cajón de Herminio Iglesias a las veces que Lilita Carrio señaló al kirchnerismo y a sus seguidores como la «antirepública» y el narcotráfico sin argumento alguno, o el propio Fernández cantando pocas horas antes del final del comicio de ayer el clásico futbolero «un minuto de silencio para Macri que está muerto».

Ese «folclore» de las campañas políticas nacionales encuentra en personalidades como Raúl Alfonsín o Antonio Cafiero momentos de grandeza donde lo partidario quedó relegado al interés común mostrándose juntos ante la asonada carapintada de 1987. Antes Perón y Balbín habían tenido la idea de una fórmula conjunta luego de años de conducir «ejércitos enemigos». Luego y mas cerca en el tiempo, la debacle radical del ’89 y del 2001 dejó la impresión de que sólo el Justicialismo podía gobernar sin generar descalabros.

El presidente tuvo ante si la chance irse agigantando la Grieta como lo está haciendo Lilita Carrio, que a estas horas aún no reconoció ni felicitó a los ganadores, pero prefirió una transición ordenada, institucional y realmente republicana. El ideólogo de esa transición fue el ministro del Interior Rogelio Frigerio, el mismo que le presentara la renuncia apenas consumada la debacle de las PASO. Para él habrá seguramente un rol importante en el nuevo armado opositor, mientras que Carrio seguirá deambulando por estudios de TV fomentando el odio sin ninguna idea o proyecto constructivo. Otro tanto que decir de Marcos Peña, que luego de ser señalado como uno de los que «hundió el Titanic» en Agosto, tiene sus valijas listas para irse a estudiar a EEUU.

«Deglutiendo el rencor de las afrentas», para citar a Almafuerte, Macri con su esfuerzo final dejó la autoestima alta en sus seguidores. La ciudadanía le dio a uno (Fernández), el mandato de ser Gobierno desde el 10 de Diciembre, pero no mató al otro, como no estuvieron muertos los que pensaban distintos durante cuatro años mientras eran señalados como «kukas», «choriplaneros», y un etcétera larguísimo rubricado con el «no vuelven más». Bueno, volvieron, «para ser mejores» según dicen, y esperemos que no para descargar una nueva y cíclica venganza. El macrismo no se va muerto políticamente hablando y se alimentará de cada error que cometa el nuevo Gobierno.

«Ganamos, pero no derrotamos a nadie», fue el slogan de Alfonsín tras darle al Justicialismo su primera derrota en las urnas en aquel mítico 1983. El «otro» tiene el mandato de ser oposición. Ying y Yang, progres y conservadores, todos tienen nuevas cartas y para que el sistema funcione, ninguno debe sacar los piés del plato. Todos deben respetar a los dictados de ese referí sagrado que son las urnas (aunque se equivoquen a veces). Se puede ganar, se puede perder, pero la Democracia no se mancha. 

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