El caso “Emma Zunz”: apertura a una posible lectura psicoanalítica de un  personaje de Borges

Por Mariana Valle (Dra en Letras). La primera interpretación que se puede hacer del cuento de Borges es la del “relato policial”, pero invertido dice Goldchuk: “lo tradicional es que el cadáver aparezca al comienzo y que el sospechoso presente su coartada, la que será desarmada por el investigador y, así, retrospectivamente, nos iremos enterando de los movimientos previos del asesino. En este cuento la coartada aparece al final, cuando ya hemos asistido al crimen” (Goldchuk, 1991: 43).

Es decir, al terminar el cuento, podemos hacer la siguiente lectura del caso: que se comete un asesinato-el de  Aaron Loewenthal-, que el culpable de ese crimen es Emma; que el arma utilizada para ejecutarlo es la pistola de la víctima que la asesina encuentra al llegar a su casa; que el móvil es la venganza de Emma del fraude cometido por Lowenthal en perjuicio de Emanuel Zunz (o, en su nombre ficticio, Manuel Maier)- quien se suicidara hace unos pocos días- y que la coartada presentada es la estratagema del acto sexual con un desconocido para justificar ante la ley el crimen como venganza ante una «supuesta» violación cometida por el patrón hacia su empleada.

Esta es una historia posible de Emma Zunz, pero no es la única.

 Según la tesis de Ricardo Piglia (retomada por Goldchuk): “Todo cuento siempre cuenta dos historias (…) Un relato visible esconde un relato secreto, narrado de modo elíptico y fragmentario” (Goldchuk, 1991: 43).

En nuestro análisis, nos abriremos paso hacia la lectura de esa otra historia, la que se puede leer entre líneas, la sugerida y a la vez vedada por el relato: la historia de la justificación del crimen desde la construcción psíquica de la figura de Emma.

Con esto, pretendemos abrir una “interpretación posible” de su conducta desde el aporte del psicoanálisis, sin descartar otras posibles lecturas que también podrían surgir desde tal enfoque. 

Decimos que la nuestra es una lectura “posible”, pero podría haber muchas otras, ya que el cuento está construido, precisamente, de una manera “enigmática” que se abre paso a diferentes interpretaciones. Esto se debe a la forma de la narración donde cuidadosamente cada dato aportado es susceptible de ser leído de más de un modo. Repetto resalta, a este fin la construcción y el proceder del narrador, quien “describe los acontecimientos desde el exterior, de manera imparcial y distante (…), pero, omnisciente, comenta por momentos (…) utiliza el presente canónico (…) acumula una serie de actos que parecen no tener relación entre ellos (…) –y- ante la particular gravedad de lo que está contando puede oponer una generalización que coloca esos hechos <fuera del tiempo>, pero también fuera de la emoción. Todo queda mitigado… (Repetto, 1994:78). 

La estructura psíquica de Emma Zunz –consideramos en nuestro análisis- es fundamentalmente histérica. ¿Pero qué es la histeria? Según el Diccionario de Psicoanálisis de Jean Lapanché y Jean- Bertrand Pontalis: «Se trata de una clase de neurosis que ofrece cuadros clínicos muy variados. Las dos formas sintomatológicas mejor aisladas son la histeria de conversión, en la cual el conflicto psíquico se simboliza en los más diversos síntomas corporales (…), y la histeria de angustia en la cual la angustia se haya fijada de forma más o menos estable a un determinado objeto exterior (fobias)» (Laplanché-Pontalis, 1993:171).

En este mismo libro se dice que el concepto de histeria fue acuñado antiguamente por Hipócrates. A fines del Siglo XIX, especialmente por influencia de Charcot, pasó a primer plano al pensamiento médico, y al método anatomoclínico imperante. El análisis de la patología se abrió a dos posturas: por una parte, atribuir -ante la ausencia de lesiones orgánicas- los síntomas histéricos a la sugestión o auto-sugestión; y, por el otro, considerarla una enfermedad como cualquier otra de raíz corporal y no psíquica.

Desde el psicoanálisis, Freud estudia  la histeria, a través de una serie de casos que manifiestan los síntomas propios de la enfermedad; y se concentra, principalmente, en aquellos segmentos de los relatos vivenciales de los pacientes que parecen guardar directa relación con las respuestas corporales y psíquicas que generan en ellos durante los períodos de crisis de la patología. La clave, para él, se encuentra en develar los recuerdos reprimidos que fueran fuente del trauma y, para ello, en muchas ocasiones acude a la hipnosis. Si bien la noción de histeria es compleja –y hasta criticada actualmente, por algunos sectores de la psicología moderna-, vamos a tomar en cuenta la postura freudiana de la enfermedad (también con algunos de los aportes posteriores de Lacan) quien lo considera un problema particularmente femenino, caracterizado de la siguiente forma 

  • Como un retorno de un estado psíquico que el paciente ya ha vivenciado

alguna vez; un recuerdo que sale a la luz durante la entrevista con éste (como recién lo explicábamos). Dicho recuerdo es el regreso de aquella vivencia que causó el desencadenamiento de la histeria. Ese gran trauma único es reemplazado, a menudo, por una serie de traumas menores, vinculados por sus similitudes o por representar parte de una misma historia de infortunios (histeria traumática).En “el núcleo de la recepción”, Lacan (citado por Tassara) explica:  «El trauma, en tanto que cumple una acción represora, interviene a posteriori, nachträglich. En ese momento, algo se desprende del sujeto en el mundo simbólico mismo que está integrando. A partir de entonces esto ya no será algo del sujeto. El sujeto ya no hablará más de ello, ya no lo integrará. No obstante, esto permanece ahí, en alguna parte, hablado, si podemos decirlo así, a través de algo que el sujeto no domina. Será el primer núcleo de lo que luego habrán de llamarse sus síntomas» (Tassara, 2003: pd).

Este recuerdo es inconsciente, o pertenece al estado segundo de conciencia; por tanto, no es percibible en la memoria del paciente, cuando ésta se halla en un estado corriente. Si se logra atraer tal recuerdo a la conciencia normal, piensa Freud, cesará su capacidad de producir ataques.

Las experiencias psíquicas, que forman el contenido de los ataques histéricos, son impresiones que han quedado privadas de una descarga adecuada, ya sea por que quienes los vivieron rehusaron resolverlos por miedo a conflictos psíquicos dolorosos, o bien, porque se lo impidieron el pudor o las circunstancias sociales. Se trata de recuerdos reprimidos que, no obstante, siguen interfiriendo en sus vidas y, en especial, cuando algunas nuevas vivencias, relacionados a ellos por asociación, los evocan, aún cuando todavía permanezcan sumergidos en un estado inconsciente o preconsciente del sujeto.

  • Como un conjunto de repuestas somáticas generadas por aquellos: “Hallamos también un conjunto de 

afecciones más específicas que van de los insomnios y los desmayos benignos a las aliteraciones de la conciencia, la memoria o la inteligencia (ausencias, amnesias, etc.), e incluso a estados graves de seudocoma. Todas estas manifestaciones que el histérico padece, y en particular los síntomas somáticos, se caracterizan por un signo absolutamente distintivo: son casi siempre transitorias, no resultan de ninguna causa orgánica, y su localización corporal no obedece a ninguna ley de la anatomía o la fisiología del cuerpo. Más adelante veremos hasta qué punto, por el contrario, todos estos sufrimientos somáticos dependen de otra anatomía, eminentemente fantasmática, que actúa a espaldas del paciente” (Nasio, 2008: pd). 

  • La sexualidad constituye una de las piedras angulares de la histeria, que –como ya dijimos- es una patología típicamente femenina. Freud atribuye los síntomas histéricos, generalmente,  a los recuerdos reprimidos de traumas sexuales. 

Sobre la causa de la histeria escribe: “Tratase, desde luego, de un recuerdo relativo a la vida sexual; pero que ofrece dos caracteres de máxima importancia. El suceso del cual ha conservado el sujeto  un recuerdo inconsciente es una experiencia sexual precoz con excitación real de las partes genitales, seguida de un abuso sexual practicado por otra persona; y el período de la vida en el que acaeció este suceso funesto es la infancia: hasta la edad de 8 o 10 años, antes de haber llegado el niño a la madurez sexual. Así pues, la etiología específica de la histeria está constituida por una experiencia de pasividad sexual anterior a la pubertad” (Freud, 1996:282).

Sin embargo, no siempre el trauma se origina en un real abuso sufrido por el infante, sino que puede explicarse dese una negativa impresión generada hacia el acto sexual relacionada con una percepción precoz de éste (por ejemplo la observación del hijo de la llamada “escena primaria”- relación sexual- entre los padres) cuando el sistema nervioso era incapaz de enfrentar su comprensión.

 

  • Como un impedimento hacia una adecuada descarga sexual: El cuerpo del histérico sufre de dividirse entre la parte genital, asombrosamente anestesiada y aquejada por intensas inhibiciones de esta índole (eyaculación precoz, frigidez, impotencia, repugnancia sexual…), y todo el resto no genital del cuerpo, que se muestra a menudo (paradójicamente), muy erotizado y sometido a excitaciones permanentes. Según Nasio: “Todo se presenta como si el histérico prefiriese enfermar de su fantasma angustiante antes que afrentar lo que teme como al peligro absoluto: gozar. A mi juicio, éste es el concepto decisivo para comprender lo que es la histeria, así como para orientar la escucha del practicante psicoanalista.” (Nasio, 2008: pd).
    La histérica, para mantenerse apartado del goce y persistir en su negativa, se cohíbe con la amenaza ficticia de la castración y con el temor a perder la fuerza fálica que cree  poseer (este es un rasgo propio de la histeria, el creer que se puede poseer la fortaleza de la hibridad del hombre y no del “sexo débil” lo que retomaremos cuando hablemos de Isabel y, después, de Emma Zunz) y, el más terrible de sus miedos, el de de sucumbir al goce.
    Esto lo hunde en el sufrimiento corporal (sintomático), relacional (escisión de la vida en sociedad) y en una profunda angustia provocada por tal desajuste de su sexualidad y el dolor de la insatisfacción permanente.

 

Freud analiza al comienzo la histeria desde los relatos de sus pacientes a quienes atribuye este mal.

Generalmente se trata de mujeres jóvenes. Vamos a sintetizar a continuación sus experiencias para después someternos a análisis del personaje de Emma Zunz desde esta perspectiva. Tomaremos dos casos:

El primero es el de Isabel.

Freud conoce a Isabel en 1892, por medio de la recomendación de un colega amigo suyo, quien creía que, por sus rasgos,  padecía de un cuadro de histeria aunque no presentara ninguno de los signos habituales de la neurosis.

La joven tenía veinticuatro años y padecía de dolores intensos en sus piernas. Había sufrido grandes pérdidas y situaciones dolorosas en el último tiempo: en primer lugar, su padre había muerto, luego su madre se había sometido a una grave operación de la vista (razón por la cual ella había quedado, al menos momentáneamente, sin ningún sostén parental de padre o madre) y, por último, una hermana suya (recientemente casada y con un hijo) había fallecido de un infarto al corazón.

Todos estos hechos traumáticos, uno tras otro, habían hecho impacto en Isabel quien, en todas las enfermedades de sus familiares, había intervenido, no sólo afectivamente,  sino prestando a sus familiares la más abnegada asistencia (incluso más tarde  se recibiría de enfermera, lo que vendría a coronar su gran vocación natural para este rol).

La muerte de su padre, principalmente, había sido vivido como un hecho intensamente doloroso para Isabel ya que mantenía una relación muy profunda con éste, según Sergio Endré: “En este relación la posición de Elizabeth evolucionaba entre dos polos: el de amigo o confidente y el de en enfermera abnegada, papel en el que ella se instala desde que él enferma” (ver)

Su padre, explica ésta a Freud, siempre la consideró como un hijo, más que como una hija, con quien podía “intercambiar ideas” e incluso solía decirle que le resultaría difícil encontrar marido: hecho que, en vez de lamentarlo, a ella la tranquilizaba pues jamás, hasta el momento, había tenido ese anhelo se negaba rotundamente a la idea de sacrificar  por otro hombre su bien más preciado: la relación con su padre. Según Endré: “El padre no repara en mostrarse generoso legando a su hija la herencia del falo, hasta convertirla en un hombrecito” (Endré, sf: 122). ). Si retomamos lo dicho anteriormente, este es además un rasgo común de las histéricas: el querer sentir que poseen la fuerza “superior” (así lo creen) del sexo masculino.

En dicha situación simbiótica la madre había quedado relegada (además de estar enferma de los ojos, padecía algunos trastornos nerviosos y esto la alejaba de su hija.

Cuando su padre enferma, de una afección cardíaca, Isabel soporta pacientemente junto a su lecho durante un año y medio hasta el final, de ese período data el origen de su dolor somatizado en los muslos.

Después de la muerte de éste, Isabel queda devastada.

Poco después se entrega al cuidado de su familia, en especial, de su madre convaleciente. Pero sucede algo inesperado en su vida, su normal desinterés hacia el sexo opuesto se ve súbitamente afectado por el gran cariño que experimenta hacia un hombre que es, nada más y nada menos, que su cuñado. Cuando su hermana, muere, a Isabel, se ve obligada a confesárselo  a Freud se le cruza un pensamiento: “ahora ya está libre y puede hacerme su mujer” (Freud, 1996: 121).

Descubre el analista, que estando su padre enfermo, Isabel también ha conocido a un joven por quien ha sentido “algo”. El contraste entre esa “felicidad” y el dolor paterno ha sido el causante (¿podríamos decir ¿un sentimiento de culpa?) de los síntomas somáticos que, sin saberlo, han reavivado ante la asociación con esa experiencia vivida y la actual con su cuñado.

Desde este primer caso, podemos ya señalar algunos rasgos coincidentes con el personaje de Emma Zunz.

Emma es una mujer joven de 19 años. Cuando conoce de la muerte de su padre, por medio de una nota, se muestra especialmente afligida por ella, según el narrador: “Su primera impresión fue de malestar en el vientre y en las rodillas, luego de ciega culpa, de irrealidad, de frío, de temor (…) En la creciente oscuridad Emma lloró hasta el final de aquél día el suicidio de Emanuel Maier” (Borges, 2001: 56).

Incluso la expresión malestar en el vientre es un índice de que ha somatizado esa experiencia traumática.

Como Isabel, Emma ha intentado siempre excluir a los hombres de su vida y su conducta no se asemeja en nada a la de sus adolescentes amigas (Elsa y la menor de los Kronfuss), según dice el narrador: “Se habló de novios (éstas lo hicieron) y nadie esperó que Emma hablara” (Borges, 2001: 57) lo que nos hace pensar, además en una compatibilidad de caracteres entre ambas: “(Isabel) parecía inteligente y psíquicamente normal, y llevaba su enfermedad, que la apartaba del trato social y de los placeres propios de su edad, con extraordinaria conformidad, haciéndose pensar en la belle indifférence de los histéricos” (Freud, 1996: 108).. Este apartamiento del sujeto histérico, quien se muestra “indiferente”, con respecto a la sociedad es, por otro lado, un rasgo típicamente histérico.

Otra característica de la histeria es, como ya explicamos, la represión en materia sexual (en lo que cabe que destacar que el goce se reprime, pero nunca se anula definitivamente, sino que hasta  incluso puede verse potenciado en un continuo nivel de excitación erótica). Emma es frígida, virgen por eso se ve subrayado su sacrificio al acostarse con un hombre repugnante para exponer una coartada ante la ley por el posterior asesinato de Lowenthal  

Sin embargo, es curioso que, cuando Emma va al bar a ejecutar su angustiante futura coartada y observa a los hombres que allí están, el narrador comenta que “de uno muy joven, temió que le inspirara alguna ternura y optó por otro, quizás más bajo y grosero”  (Borges, 2001: 58): ¿teme qué le inspire ternura o que pueda sentirse a gusto estando con él?, ¿teme, tal vez, Emma perder una fuerza  “superior” o fálica de la que se cree dotada –acaso parte también de semejante coraje vengativo- y sucumbir ante el goce?, ¿por qué opta por uno “más bajo y grosero”?, ¿acaso esas características son propias de alguien a quien ella conoce, tal vez su propio padre? (después retomaremos algunos de estos interrogantes a medida que avancemos en nuestra exposición).

Empecemos por esclarecer un punto al menos: este hecho nos da el indicio de que Emma no anula su interés hacia el sexo opuesto, tampoco es homosexual, pero, sí, lo reprime por algún motivo. 

Volvamos a la relación Emma –Isabel: ambas han mantenido  una relación muy profunda con el padre, en el caso de Emma es de tal magnitud que provoca semejante sacrificio para después vengar su muerte. El padre de Emma, como el de Isabel, toma a su hija como confidente de la causa de su ruina, del fraude cometido por Lowenthal e injustamente achacado por éste a su empleado: ¿acaso es Emma el único ser en el mundo que carga con el terrible secreto?

Cuando Emanuel muere, se dice que ésta sintió ciega culpa: ¿de qué se culpa Emma?, ¿sintió que no hizo cuánto pudo para evitar ese final trágico?, ¿que lo desatendió a su aún conociendo la infame injusticia que éste acarreaba sobre sus espaldas?, ¿acaso pudo haber deseado (aunque tal vez de manera muy inconsciente o reprimida) semejante final?

Veamos ahora las “claves” que puede darnos la lectura de segundo de los casos propuestos de Freud:

Catalina es una  adolescente de “diecisiete o dieciocho años” con  quien Freud se encuentra mientras está de vacaciones en las montañas. Desde hace dos años, ésta

sufre de ahogos y una sensación de opresión el pecho que le impide respirar con soltura, además se ve perturbada por una fantasía  recurrente en la que alguien la agarrara de repente por detrás. En estos ataques suele ver una cara horrorosa que la mira con ojos terribles. Cuando Freud, le pide que le comente cuándo empezaron dichos  síntomas, la

joven recuerda que fue hace un tiempo, en ese entonces tenía dieciséis años, cuando sorprendió, por azar, a su tío tendido sobre su prima en la cama de su alcoba y, entonces, experimentó , por primera vez, una gran sensación de ahogo o asfixia.

Cuando Freud la interroga acerca de lo que sintiera en ese momento, ella responde que no lo sabe, pero que tuvo vómitos en la siguiente semana, hecho que Freud asocia naturalmente al asco y que la muchacha, finalmente reconoce, fue la sensación experimentó en el momento.

Pero, ¿por qué su reacción desmedida ante tal visión? Catalina, al igual que Freud, no podía entenderlo.

Al parecer, la imagen del hombre que en sus fantasías la agarraba por la espalda era la de su tío: ¿pero, por qué a ella y no a su prima?

Fue allí que surgió el recuerdo reprimido por la muchacha: su tío solía acostarse en su cama y apretar su cuerpo contra el de ella. Al mirar la escena entre éste y su prima ella pensó: “Ahora hace con Francisca lo que quiso hacer conmigo aquella noche y luego las otras veces”  (Freud, 1996: 105). 

Según Freud: “la angustia se me había revelado muchas veces, tratándose de sujetos femeninos jóvenes, como una consecuencia de horror que acomete a un espíritu virginal cuando surge por vez primera ante sus ojos el mundo de la sexualidad (Freud, 1996: 102).

El verdadero origen traumático estaba en un suceso anterior que había desencadenado su respuesta somática por asociación a una experiencia similar.

Como explicabamos,  es común que sea un trauma de índole sexual el que afecte a las muchas que, generalmente, se ha vivido a edad muy temprana y que, puede ser tanto un abuso como una impresión negativa del sexo causada por la sorpresa que generó en su momento en el sujeto.

Veamos el caso de Emma Zunz: 

En el momento que ésta “sirve al goce” del grosero marinero, nos dice el narrador: “¿En aquél tiempo fuera del tiempo, en aquél desorden perplejo de sensaciones inconexas  y atroces, pensó Emma Zunz una sola vez en el muerto que motivaba el sacrificio? Yo tengo para mí que pensó una vez y que en ese momento peligró su desesperado propósito. Pensó (no pudo no pensar) que su padre le había hecho a su madre esa cosa horrible que a ella ahora le hacían” (Borges, 2001: 116). 

Este sintagma “su padre le había hecho a su madre esa cosa horrible que a ella ahora le hacían”  se parece bastante a “ahora hace con Francisca lo que quiso hacer conmigo aquella noche y luego las otras veces”, pero ¿a qué se refiere Emma con estas palabras?

Podemos hacer varias conjeturas: 1) Emma asocia el acto sexual entre sus padres a su experiencia “horrible” con el marinero porque  la primera impresión que el sexo generó en su conciencia fue negativa. Tal vez porque aún era muy pequeña para comprenderlo, lo  que nos permite inferir que quizás viera la “escena primaria” (a los padres haciendo el amor) cuando era una niña aún. 2) Emma siente que ella está siendo “abusada sexualmente” por el marinero (pues, si bien provocó el suceso de manera consciente para llevar a cabo su venganza, no pudo transmitirle eso a su cuerpo que sufre por estar con un hombre tan “grosero”). Entonces lo que su padre hizo a su madre, fue violarla y ella lo vio o, simplemente, lo sabe, tal vez, hasta pudo haber sido fruto de esa violación…3) Tal vez su impresión negativa sobre el sexo es parte de un trauma aún anterior, un recuerdo reprimido. A lo mejor a ella le hicieron una “cosa horrible” cuando niña, tal vez un desconocido, tal vez un familiar, tal vez su propio padre…

En cualquiera de los tres casos, es seguro que hay un recuerdo evocado, por asociación, ante una experiencia similar y que tiene un carácter traumático para quien lo experimenta.

Reflexionemos una vez más en las palabras del narrador: “¿En aquél tiempo fuera del tiempo, en aquél desorden perplejo de sensaciones inconexas  y atroces, pensó Emma Zunz una sola vez en el muerto que motivaba el sacrificio? Yo tengo para mí que pensó una vez y que en ese momento peligró su desesperado propósito. Pensó (no pudo no pensar) que su padre le había hecho a su madre esa cosa horrible que a ella ahora le hacían” (Borges, 2001: 116). 

Cuando Emma piensa en su padre, peligra su “desesperado propósito”: ¿acaso no se merecía el muerto semejante sacrificio?, ¿Emma pudo haber, en su tremendo dolor, evocado un recuerdo reprimido, un terrible secreto hasta para ella misma en la que su padre hacia una “cosa horrible” con ella?

Y si es así, ¿por qué persiste hasta el final en su increíble afán justiciero?

Emma es un personaje con fuertes preceptos morales y de rasgos obsesivos que se ven enfatizados por su condición de judía, hecho que le hace ver como algo “terrble”, por ejemplo, el destruir el dinero que le deja el marinero.

¿Podía flaquear en la empresa que tanto había planeado, tal vez, desde antes del suicidio de Emanuel Zunz, tal vez, desde que se enteró de la sucia jugada de Lowenthal?

Emma estaba sola en el mundo, alejada de sus amigas, lejos de su madre (no sabemos por qué motivos). Borges compone un personaje solo en el mundo con su dolor y el recuerdo de un muerto… un muerto al que parece corresponder con desmesurado amor: al fin y al cabo, ¿existía algo más que ese amor para Emma) ¿y ahora que ya él no estaba?, ¿existía algo más para Emma que la venganza de su muerte?

Volvamos a las certezas, a la historia narrada y no a la oculta, fragmentada: Emma, sabemos, mató a Lowenthal. Ante la ley estaba excusada (¿ante Dios también’, sólo eran falsas las circunstancias y “uno o dos nombres propios”: ¿se vengaba Emma de la muerte de su padre o de algo más?

En todo caso, se quedaba sola con sus fantasmas, ahora ya no tenía destino sobre la tierra y había matado a un hombre…

 

http://deliranteserial.blogspot.com/2008/06/el-rºostro-de-la-histeria-en-anlisis.html

 

http://deliranteserial.blogspot.com/2008/06/diferencia-entre-los-fantasmas-histrico.html

 

Este rodeo histérico por el hombre para preguntarse por la femineidad, que denota (como muestra Lacan en Dora) una ligazón al padre que no le permite o le dificulta recibir de un hombre, ser objeto de deseo para un hombre, no favorece el acceso a una posición femenina.

 

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