¡ATRÁPAME SI PUEDES!, EL CÓDIGO PENAL Y LAS CLASES POPULARES (POR MARIANA VALLE)

Atrapame, ¡si puedes! Estrategias de asimilación del Código Penal Tradicional en las Clases Populares y ejemplos en la narrativa del policía cordobés Víctor Retamoza

El libro Chanfles en Acción,[1]  del escritor cordobés Víctor Retamoza[2], muestra la tensión entre el “sistema legal” en donde la clase popular no ocupa sino el espacio del “anonimato”, atrapada su voz entre la encrucijada de los no siempre justos “códigos penales” y, por otro lado, la historia “mínima”, pero a la vez vital que sostiene esos grandes aparatos judiciales, mientras sus personajes tratan de hallar entre los resquicios de esos procedimientos un espacio para enunciarse.

Retamoza fue sumariante de una comisaría y muchas de sus historias provienen directamente de su experiencia, al tratar de señalar entre las “teclas frías”, que su trabajo como sumariante le exigía, la sensibilidad humana detrás de esas tragedias cotidianas. El escritor lo señala así:

En nuestra misión de sumariante obramos a la manera de una estación intemedia por la que pasan diriamente los vagones humanos cargados de problemas. Aunque a veces los desviamos a una vía muerta en donde los descargamos y otras veces siguen hasta un punto final donde la Justicia resuelve… (Retamoza, 1996: 13)

En la técnica que el escritor ofrece para no “desviar la mirada”, en esa especie de “genocidio” simbólico y real que genera la pobreza cede ,al menos en el acto figurativo de su narración la voz hacia el “desclasado”, a través de los diálogos de sus personajes o sus presentaciones y correspondencia en las oficinas de la Comisaría. Para ello utiliza la jerga policial incorporando directamente las notas que supo tomar de los damnificados que sentaban, en los respectivos expedientes, sus reclamos.

En “Las Teclas Heladas” trata la violencia doméstica citando el caso de Mercedes Aguirre y Carlos Puebla, la mujer acude a la jefatura para denunciar el maltrato de su marido, pero la institución le provee además un vehículo para poder contar su historia:

-¿Mi profesión? Quehaceres del hogar. Me hubiera gustado ser maestra, pero mis padres no pudieron darme una buena educación. Trabajo todo el día…, rinde poco, pierdo mucho tiempo buscando leña seca para prender el fuego, además el lavado es lerdo y me deja dolorida la espalda (…)Los primeros meses de casada vivía con Carlos una felicidad de “pan y cebolla”, pero nada dura. Mi marido trabaja en changas. Ahora, todo lo gasta en vino para él y sus amigos. (Retamoza, 1996, 13)

En este  relato el escritor/oficial se encuentra perplejo ante la situación, pero depone sus observaciones para  “ceder”  nuevamente el discurso a la mujer:

¡Maldita bebida! Estoy cansada de esta cruz. Desde hace unos meses me manda a dormir a la cocina. Pensé que sería una solución, ya no soportaría su olor a vino espantoso; pero eso fue en noviembre y estamos en mayo y los huesos ya no los siento de frío (…) Anoche, antes de irme a dormir con mi hijo, sabiendo de su tos rebelde y de las velas que le salen de la nariz, le pedi a Carlos que me diera una de las colchas que nos regalara mamá cuando nos casamos. La respuesta fue una paliza: “Andá a dormir al críon, yegua”, me dijo. Después mire mi cara (14)

A primera vista el relato ofrece dos perspectivas sobre la noción de “justicia”, aquella sustentada en fórmulas, cláusulas y derechos que da a la ciudadanía y la cuestión moral que subyace al relato de Mercedes.

El cuadro se complejiza cuando asume la voz el victimario, caratulado de este modo: Carlos Puebla, argentino, casado, nacido en Tulumba (…) Cuerpo mediano, cabello negro, cejas finas, arqueadas(…)Observaciones: no se registran antecedentes penales, sólo tres entradas por Art.13 del Código de Faltas (ebriedad) (15).

Detrás de las formalidades del lenguaje y sus procedimientos, el testimonio del hombre se distancia sustancialmente de aquella descripción casi lombrosiana del oficial:

-Empecé a tomar por no decirle no a mis amigos, después para olvidar mi pobreza, para abrigarme porque siempre tuve esta remera, ya es parte de mi piel. El vino me daba ánimo, ¿sabe? (…) en la fábrica de ladrillos trabajé diez años (…) No sé que hacer, no sé qué me pasa, mi pobreza me aplasta (Retamoza, 1996: 16)

Este cuento pone en conflicto las distancias culturales entre la moral “civilizada” y la “moral consuetudinaria” de las clases populares, presenta primero el testimonio que en el lector/juez evoca toda una serie de “sensibilidades” asociadas a la conformación del sistema penal moderno.

El narrador-policía trata de adentrarse en la profundidad de las causas del delito, más alla de lo visible en las apariencias y aún en los hechos consumados, ello le provoca un dilema que resuelve “facilitando las cosas” para que el hombre no entre en prisión, apartando la Ley del complejo conflicto de una “familia tan sufrida” como aquella. Sin embargo, el desenlace menciona que el hombre reincide en la comisaría luego de que la mujer quede internada por sus golpes.

A veces, el derecho penal moderno se confronta con formas pretéritas de castigo moral, de modo gracioso, tal como sucede en el cuento “El Gatito Dormido” donde un hombre acusado de violación padece las primeras sanciones de parte de un suboficial “poco avezado” en material intelectual y con prácticas de castigo poco ortodoxas:

El subcomisario, Nicasio Oliendo, de escasa instrucción, pero con ciertas ínfulas intelectuales, una vez recibida de boca de la madre de la víctima la denuncia, le pareció mejor solucionar el problema a su manera (…) Capturado el culpable, lo tuvo de plantón sobre el cajón unas tres horas. El castigo consistía en tener parado al detenido sobre un cajón, con la prohibición de moverse y si lo hacía o se caía, recibía una tunda de rebencazos (36)

La madre de la presunta daminificada, en cuestión, acude a la policía porque su hija acusa al comerciante italiano de tocarle el “gatito dormido”, frase que ella asume como prueba de la violación que no puede constatarse ante la falta de pedido de peritaje inicial de los oficiales, pero que parece ser producto de un error entre el doble sentido del término y el poco dominio del idioma español por parte del acusado:

En primer término habló “in voce” la parte acusadora, la madre. Con lenguaje sencillo y claro, por momentos emotivo, llegó a hacerle anudar la garganta al magistrado (…)- En la triste mirada de la nename di cuenta que algo malo había pasado y no tarde en saber toda la verdad por confesión de mi hijita que es tan buena y no merecía lo que le pasó (…)-Señor, ¿cómo cree que me voy a conformar con una bolsa de caramelos que yo también los puede hacer?, ¿cómo me voy a dar por contenta con sólo cuarenta centavos de recompensa?, ¿ es que podemos permitir que los intalianos vengan aquí y nos monten a todos?…

(Ante lo cual responde el acusado) -es que io no l’ho violata, io li ho baciato il gattito dormito, por la Madona benedetta, io non dianro, sono un povero lavorattore… (Ibidem, 37- 38)

Sin embargo, la mujer acude a la comisaría buscando un pago compensatorio para ella (de “por los menos docientos pesos”) y no la pena del sujeto, una práctica que es común para resarcir una ofensa grave o una deshonra según un código vecinal paralelo al de la ley moderna. Estos textos ponen de manifiesto el carácter que el Código Penal adquiría en la práctica para las clases populares, el “vulgo”, de acuerdo a sus cosmovisiones y a la moral consuetudinaria por la que se regían al interior de sus comunidades:

Por mucho tiempo se creyó que la propiedad se definía solo por el aspecto legal. Thompson esclarece, con todo, que la costumbre siempre tuvo una dimensión sociológica reconocida, expresada en una frase ordinaria en las normas legales y sentencias judiciales del periodo: “de acuerdo con la costumbre”. Se trata, por lo tanto, de un “conjunto de prácticas establecidas y experiencias colectivas compartidas” que moldeaba el equilibrio de las relaciones sociales, pues la costumbre antecedía a la ley y determinaba tanto su forma cuanto su contenido final (Thompson, 2000: 47)

El subcomisario, que oficia de juez, acepta el pedido de la madre e interviene para sellar burocráticamene el pacto de palabra haciendo constar mediante recibo el pago de la dedua, después de que se muestre su proximidad con el entorno social de ambas partes, según el lenguje que usa en el relato para amedrentar al italiano:

-Gringo,arreglá las cosas aquí porque si pasa a segunda instancia, te van a meter por la cabeza como diez años de prisión y no sé todavía si no vai a parar a Usuhahia, mirá que este delito no es axcarcelable (Retamoza, 38)

Después de lamentarse arduamente y con insultos en “cocoliche”, el hombre asume el pago a la “víctima” y el soborno al oficial, con resignación.

En los relatos, el policía y el escritor se hacen uno en la persona del autor, ambas profesiones se postulan como  representantes de la cultura letrada, la institución y apelan a códigos que tradicionalmente se encuentran distantes de los problemas y las formas que las clases populares enfrentan a diario y con las que se expresan. Pero aunque en la ciencia penitenciaria se hace uso de símbolos, signos, declaraciones y dispositivos retóricos empleados por la clase dominante, no sólo debía ser vista como un signo de dominación para Thompson sino que era de interés de toda la comunidad, sobre todo para las clases populares que adherían al régimen legal sus propias tradiciones y costumbres y veían en dichas leyes una posibilidad de participación social, de intervención personal, que la cosificación del sistema capitalista terminó suprimiendo.  Parece ser esta concepción antigua del sistema penal la que el autor (policía, historiador) representa en sus cuentos.

Sin embargo, en algunos segmentos ambas figuras se bifurcan y el escritor se da a la teoría de recoger la profundidad del retrato social más allá de los modismos de su oficio policial.

En “Carta al jefe de la policía”, un tal “Carlos Alberto Olmedo” acude a él, para expresarle su desconsuelo:

De mi mayor consideración: pongo en su superior conocimiento, que un tal Garcés Roa con domicilio en Oncativo 1733 de esta ciudad dispone la llave particular de mi domicilio entrando en él con toda libertad y en mi ausencia de respeto y guarda de la honorabilidad del mismo y de mis hijos…Dado que en el mismo vive mi esposa, no haciéndome creer que dicho señor entra con fines sanos en mi domicilio…como así atestiguan todos los vecinos y ha sido comprobado por otras personas que han estado observando el detalle (Ibidem, 10)

El acusante utiliza un lenguaje muy formal, casi afectado, para dar claridad a su historia y ser interpretado por el representante de la institución penal, mientras que el narrador/policía, por el contrario, apela al trasfondo sensible de la situación y en vez de darle una respuesta legal a su problema trata de insertarse en su problemática como si a nivel metaliterario el autor tratara de dialogar con su personaje:

La presente es una carta que fulano de tal le dirige al jefe de policía por algunos problemas que él tiene en su hogar. Su hogar se desmorona y sus esfuerzos son vanos. Sus brazos no sostienen lo que hizo con tanto amor. Aún quiere… y se esconde tras del amor hasta perder su dignidad. No interesa quién es su esposa y quién el amante de ella, lo importante es que ñel ha dejado de ser hombre y mendiga una protección que nadie le puede dar. No importa su ayer ni los pasos que dio; preocupa su hoy cargado de dolor. (9)

En todas las historias, se percibe –tal como Thompson lo define- que el sistema penal, lejos de ser percibido sólo como una práctica de dominación y control social, es a veces considerado un  símbolo de cohesión social, de pertenencia y correspondencia con valores y pautas morales que todas las clases reconocen como propias, aunque no siempre se condice en las formas del castigo y la consideración de los delitos.

En el texto “El delito del anonimato”, Thompson sugiere que la carta anónima es una forma común de protesta social en todas las sociedades que han superado cierto umbral de alfabetización y en la que las formas de la defensa colectiva han sido débiles al exponer a los participantes a las fuerzas de la represión (V. Thompson, 1989:194).

Las cartas anónimas eran utilizadas en la sociedad inglesa del XVIII, por ejemplo, tanto como un modo de reparación personal como por medio de la extorsión  (aunque en este caso, no pertenecen a una determinada fase de desarrollo social) y en ese caso el anonimato era sólo una forma de esconder las marcas de subordinación del vulgo para exortar justicia a las autoridades con la misma presión de los poderosos[3].

En el ejemplo citado, la carta es el vehículo de presentación del pobre para pedir contención social de manera personal a un agente de la ley y reparar, así, un agravio moral que excede en este caso los términos de la justicia moderna, de involucrarse en la cultura como un “todo” incorporando su discurso en la legitimidad del discurso penal. Según Garland:

Las políticas y los discursos penales, por cotidianos o útiles que parezcan,

tienden al mismo tiempo a cobrar significación para relacionarse con

la cultura como un todo. Sin duda la información disponible acerca de la

formulación de la política penal y la administración de los regímenes institucionales sugiere enérgicamente que los funcionarios penales son conscientes de esta resonancia simbólica y se preocupan por controlar la manera

en que se interpretarán sus políticas. (Garland, 1999:  299)

Víctimas y victimarios piden ser también reconocidos por esas actas, figurar en los registros, difundir sus historias. Thompson entendía que “El sistema jurídico ofrecía efectivamente una protección para el hombre común. El pobre hasta podía sentirse poco protegido ante la ley; sin embargo aquél fue el gran siglo de los teóricos, los abogados y los jueces constitucionales porque en realidad el sistema de jueces ofrecía cierta protección  para el pobre hombre común”  (Citado por Duarte, 2013: 407).

En el cuento “Prudencio F. Acosta” la trama de la narración también se centra en la confrontación entre el comisario y el acusado a través de la correspondencia, usando el “argot” policial para validar ambas posiciones. En la primera carta, la víctima asume todos los códigos y rituales formales de la escritura para validar su inocencia ante  el cargo que se le imputa, privación ilegítima de la libertad contra su esposa, Dora Adela Muso de Acosta:

El día 3/2/62 solicité en la seccional Octava, la captura del menor Jorge V. Acosta, hijo del suscripto, por fuga del hogar de acuerdo al Art. 276 del Código Civil. Salvada las diligencias de su detención me fue entregado el día 5/6/62 el excelentísimo comisarió Roberto Figueroa se negó a decirme quienes fueron los retenedores del menor, en abierta violación del Código Civil e incurso de los delitos de encubrimiento y falso testimonio Art. 277 y 275 del C.Penal respectivamente (Retamoza, 1996: 29)

Tal como lo veíamos en el caso del cuarteto, el acusado se asume en el rol de “víctima” reclamando las fallas del sistema que lo condena (especialmente al comisario Roberto Figueroa), pero a través de un registro y unos modismos propios de un lenguaje afectado llevado al paroxismo.  Desde las primeras líneas de la carta, el imputado asume un vocabulario, tecnicismos y conocimientos sobre el Código Penal que no son los usuales para un damnificado y que llegan al absurdo en varios tramos del relato, rozando el registro del humor como vemos en estos párrafos:

Durante el tiempo de mi detención, permanecí casi incomunicado y en la lectura de las declaraciones de descargo, pude comprobar la omisión calculada de un hecho que por sí solo, probaba fehacientemente la falsedad del delito que la mujer, Dora Adela Muso de Acosta, mi cónyuge denunciaba y Roberto Figueroa encubría.  SÍ, hasta el dinero que me incautaron en el momento de mi detención lo dispuso a su arbitrio el Comisario Roberto Figueroa. (Ibidem, 30)

No fue el mejor caso sumariado por “lesiones leves” el día 13/2/63 felizmente sobreseído y otros casos más por falso testimonio consumado por Roberto Figueroa en mi contra, que estoy pronto a declarar en cualquier momento (Ibidem, 30)

Por último el 27 del corriente fui citado a la seccional 8ª. Por denuncia en mi contra de Dora Adelapor deterioros producidos en mi propia casa y con mis propias manos. Luego de la exposición registrada aparece como víctima de una crueldad mental que me adjudica y en el descargo que sigue el Oficial Ayudante Roque Frías omite premeditadamente mi acusación contra Dora Adela y Jorge V, en el caso de agresión de palabra y de hecho en contra de María Elena Garcia de Acosta, madre del suscritpo, abuela paterna de Jorge V. y suegra de Adela Dora de 74 años de edad.  (Ibidem, 31)

Se trata de una lucha por el poder, asumiendo los códigos de la lengua institucional que sirve para controlar y educar a “las masas” mediante un conjunto de signos y símbolos, los cuales no se consideran tradicionalmente accesibles para ellas:

Los signos y símbolos penales son parte de un discurso autoritario e institucional

que pretende organizar nuestra comprensión política y moral y educar nuestros sentimientos y sensibilidad; proporcionan un conjunto continuo y recurrente de instrucciones respecto a cómo debemos pensar acerca del bien y el mal, de lo normal y lo patológico, de lo legítimo e ilegítimo, del orden y el desorden (Garland, 199:294).

Volviendo al relato, se produce una disputa resuelta en términos escritos, entre la víctima y el victimario (con roles alternados según la posición de uno y otro) y una batalla en el campo de los signos, espacio privilegiado, donde la “cultura letrada” tradicionalmente erige sus “celosos” portones de acceso y efectos de legitimadad institucional.

La contrarrespuesta del representante de la ley, el comisario, por momentos llega a ser tan absurda como la del imputado, recuperando procedimientos (como la scopometría[4]) y nociones del paradigma penal fundamentados en la herencia del  positivismo científico a comienzos del XX[5]:

LO ACTUADO: Con fecha 6 del actual, siendo las 19 horas, se hace presente chapa 841, Antonio Ruiz, dando cuenta del siguiente procedimiento: en circunstancias en que diligenciaba en su carácter de correo de ésta, una situación judicial a nombre del mencionado Prudencio F Acosta se apersonó al domicilio de ese y en tal circnstancia, una señora que resultó ser esposa del mismo le hizo conocer que el nombrado Acosta, su esposo, la tenía recluida en su domicilio bajo llave y le negaba la salida a la calle. Por ello, pidió explicaciones al nombrado Acosta y éste le respondió que era dueño de tener encerrado a quien quisiera-al perro y asu esposa si quería- y que él mandaba en su casa. En consecuencia, luego de breve diálogo, logró que Acosta dejase salir a su cónyuge y citó al mismo a esta dependencia, como así también a la víctima. Que practicadas las averiguaciones de rigor, estableció como testigos a Luis Lucero y Fernando Ariza quienes corroboraron los términos de la víctima. Luego labró acta de inspección ocular y solicitó los servicios de Scoopometría para establecer el grado de encierro  o privación de la libertad que fuera objeto la víctima. Se hace constar que el imputado fue puesto en libertad por así haberlo ordenado el fiscal interviniente. Roberto Figueroa, comisario. (Ibidem, 33-34)

Podemos insertar el estilo del autor en toda la tradición que en Córdoba tuvieron los escritos dedicados a difundir casos de resonancia policial, a medio camino entre las formas de los llamados  “impresos populares”, destinados a expresar la mentalidad o la “visión del mundo” de los lectores populares, y otras crónicas de esta misma especie que  podrían denominarse “ilegalismos cotidianos” y emergieron en Córdoba sustentadas en una axiología basada en ideas expuestas y divulgadas por el discurso criminológico del siglo XIX y principios del XX.

En base a construcciones criminológicas respecto de los “estigmas” psíquicos, sociales y morales del “delincuente” y entrelazadas con las problemáticas sociales de la época y sus intentos de resolución los “ilegalismos cotidianos” presentaban rasgos comunes de estilo y presuposiciones técnicas del delito : Escritas en estilo costumbrista, en su discursividad se observa la asignación de una serie de atributos negativos a los sectores populares que son análogos a los esgrimidos por la criminología positivista para definir el concepto de “mala vida” (delito natural) (Brunetti, 2007: 122)

En los textos de Retamoza se presentan ambos modelos, la herencia de los “impresos populares” (del cual es exponente por excelencia la escritura de otro narrador-policía, el célebre Fray Mocho) y los “ilegalismos cotidianos” que tuvieron un gran éxito en Córdoba. Estas narraciones aparecían en todos los diarios a comienzos del XX (La Libertad, La voz del Interior, Justicia)  y portaban un estilo similar se trataba de “historias mínimas” que para Brunetti no ocupaban la primera plana en policiales como grandes accidentes o catástrofes sino que “se trataba, mas bien, de riñas, peleas vecinales, “bochinches”, “batuques”, volencia callejera,  en fin “torpes y vulgares conductas, que a juicio de los diarios, mostraban a los sectores populares en sus interacciones en el intragrupo” (Ibidem,127)

En el relato anterior, lo que se confronta es el concepto de “mala vida” o “delito natural” en la figura del acusado capaz de acceder a la “cultura letrada” en el registro directo, oponer resistencia a tal concepción utilizando el vocabulario propio del discurso policial:

La criminología puede leerse como un ingente esfuerzo por alcanzar un cambio en el paradigma de la penalización, para imponer la idea de temibilidad, esto es, de la peligrosidad de ciertos individuos para la sociedad (…) En este planteo, la criminología observó a los sectores populares como sospechosos de poseer un germen criminal; esto queda expuesto ya sea en la teoría o en la casuística al recoger, en los antecedentes de personas que habían cometido un delito, una serie de conductas que se reputaban como “patológicas”. En esta línea la ausencia de educación, el alcoholismo, la ira, el exceso en la expresión del amor o del odio, la falta de trabajo o el trabajo ocasional y aún el hecho de ser criollo eran señales insanía (Ibidem, 125-126)

En los ejemplos de “ilegalismos cotidianos” seleccionados por la investigadora, siempre destacaba la figura de un narrador/autor marcando las causas y consecuencias de esos pequeños “cuadros sociales”, con naturaleza pedagógica, descriptiva y moral, pero ajena a una comprensión de los trasfondos de tales problemáticas para las clases populares (recordemos, mayormente, “criminalizadas” por esas apreciaciones legales).

En los cuentos de Retamoza, la descripción del cuadro social,  se complejiza cuando la voz narradora de cada relato supera ese planteo “maniquiesta” y “cientificista” para indagar en la profundidad de los personajes esbozados:

El segundo motivo de selección se debe a la característica del denunciado. Un ebrio consuetudianrio al borde del abismo: sin embargo, la sociedad, esta vez representada por este pobre vecindario inculto, trata de darle la mano para ayudarlo a vivir. Pero él se hunde en la ciénaga del alcohol sin voluntad de salir de su encierro de candado y cadena… (Retamoza, 1996:53)

En algunos de los relatos, se produce una escritura “paralela”, con la hoja dividida al medio, y el autor describe lo que sucede “para el afuera” en los personajes y lo que sucede “internamente” para ellos usando el monólogo interior o la descripción de un narrador omnisciente focalizada en el pensamiento de sus personajes. En el  “El Hombre de adentro-El Hombre de Afuera” describe en paralelo la escena exterior y los pensamientos de un asalariado con problemas económicos que pierde su trabajo a la vez que se degrada moralmente y surgen en él “instintos criminales”:

Medio dormido se desayunó. Un sueño que lo aletargaba venía persiguiéndolo desde un tiempo a esta parte. Debilidad, trajin, debilidad, esfuerzos, debilidad, problemas económicos y esa debilidad que lo mantenía como ahora estaba (97)

Este hombre fue uno de los últimos es descender. El sueño lo detuvo unos instantes más y sintió que alguien lo chistaba. (98)

Su mujer lloró amargamente…, él también. No podía ser que estuviera así. La mujer le trajo una aspirina…La tomó. Ella tragó otra. Los minutos pasaron lentos, tensos. (104)

_______________________________________________________________________

El sueño lo tenía aprisionado en la pared de treinta, adentro del revoque, moviéndose con cierta comodidad, como si fuera una hormiga; pero como ésta había perdido el hormigueo porque el revoque reciente acababa de cubrir la entrada (97)

Se miró los brazos, y no eran patas delanteras ni en la boca tenía tenazas. Sólo un sabor amargo a realidad del trabajo, a salario insatisfactorio, a cansancio muscular y ese despertar en viejo con hijos pequeños, con incapacidad para mantener a su mujer y a los suyos (98)

El gato se había dado cuenta (…) Las uñas de las patas traseras rasguñaron violentamente las manos que estaban asidas al cuello. El hombre por dentro tenía una mirada fija y lejana, su inconsciente estaba hermanado con los instintos criminales (98)

La técnica le permite retratar lo que la sociedad es “para los demás” para el sistema que nos reconoce por las huellas que dejamos a través de los sumarios policiales, los ingresos que ganamos, lo que gastamos y pagamos, nuestros documentos de identidad, nuestras respuestas en los censos y lo que somos “por dentro” hasta donde es posible sondear los resquicios de libertad de un poder cuasi omnipotente, como lo hace también en el cuento “Martín Váldez” en el que un humilde joven parapléjico imagina un escenario final para su muerte.“Marginal” es también aquél sujeto que padece del hambre hasta el trauma corporal y esto le imprime a nivel descriptivo una serie de rasgos comunes. Según Masseyeff: “A la larga el estado de inanición provoca trastornos fisiológicos importantes: paralización del crecimiento en el sujeto joven. Adelgazamiento, extenuación y al cabo, muerte” (Masseyef, 1960: 7). Para el autor:

A nivel psicológico, el hambre genera los siguientes síntomas. El niño mal nutrido (y esto es particularmente cierto para la hiponutrición proteica) se vuelve apático, indiferente, triste, gruñón. Grita por cualquier cosa de una manera monótona, sin llorar verdaderamente. El síntoma más importante es la lentitud, hasta la paralización del crecimiento ponderal” (MASSEYEF, 1960: 31).


Considerar este enfoque crítico es de vital importancia para analizar la “estética” de la
pobreza. La representación de los pobres como seres deformados por los padecimientos diarios en una representación horripilante del mundo de los suburbios cordobeses es visible en varios de los libros que abordamos en el corpus y que tratan la pobreza desde su ángulo más sociológico, como un padecimiento propio de las sociedad modernas sin solución actual, es una especie de retorno al “malthusianiasmo” teórico como señala González.

En “El Viejo y las Ratas”, la miseria en la decadencia progresiva de un hombre a causa de su pobreza es reflejada con la cruda metáfora de un hombre lentamente consumido por las ratas, tal como el resto de su familia:

El abuelo fue secándose de a poco antes de morir. Tarde se dio cuenta que sus amigas no respetaban enfermedad ni incapacidad. Ya en vida comenzaron a devorarlo, no se espantaba tanto por los mordiscos, aunque sí por los ojos fijos y pequeños de los animalitos, otrora queridos. El final fue el que se podía esperar de tal insólita amistad por que el final no vino cuando el anciano dejó de resistir ni cuando dejó de latir el corazón. Las ratas continuaron su ataque, comieron todo lo que encontraro y hasta las células que no querían morir. La muerte fue total y hereditaria. Hoy las ratas continúan la obra devastadora en los hijos que, recién se sabe, tuvo el pobre viejo. En la fecha ha muerto el segundo de ellos. Lo encontraron medio comido por las ratas, y ya ha sido mordido otro mñas mientras dormía. Dicen que quedan otros dos hijos y que los nietos del viejo serían cinco. No hay más descendencia (Retamoza, 1996: 78)

Bibliografía:

Brunetti, Paulina (2007) “La Mala Vida. Prensa, delito y criminología positivista a fines del siglo XIX y comienzos del XX” en Marginalidades, Publicación del CIFFYH. Universidad Nacional de Córdoba, año V, número 4, marzo de 2007.

Duarte, Luis. “¿Qué hacer con E.P Thompson?” en Rey Desnudo, Revista de Libros. Jornadas Interdisciplinarias, 27 y 28 de Junio de 2013, año II, nº 3, Universidad Nacional de Quilmes. Publicación online disponible en http://reydesnudo.com.ar/rey-desnudo/article/viewFile/122/120

Garland, David. (1999). Castigo y Sociedad Moderna. Un estudio de la teoría Social. Siglo XXI Editores. Bs. As.

Masseyef, René (1960) El hambre. Ed. Eudeba (Editorial Universitaria de Buenos

Aires). Argentina. Bs. As.

Retamoza, Víctor.1996.  Chanfles en acción. Ediciones del Fundador. Córdoba.

Thompson. Edward. 1989. “El delito del anonimato”  en Tradición, revuelta y Conciencia de Clase. Barcelona Crítica.

Thompson, Dorothy. 200º.  E. P. Thompson: obra esencial,  Barcelona, Crítica,

 

[1] Publicado inicialmente en 1968 y reeditado en 1996 por Ediciones El Fundador

[2] Retamoza fue parte del grupo de “Escritores de la Cañada” (junto con Marcos Bienvenido, César Altamirano, Carlos Gili, Juan Coletti y Maximiliano Mariotti).

[3] La carta anónima fue para Thompson la forma más primitiva de la protesta social en una sociedad industrial en la que la victimización era constante y directamente proporcional a la protección que la comunidad podía ofrecer contra “la venganza de los más influyentes” (Thompson, 1989:194)

[4] Su nombre deriva del griego skopein que significa «observar», y metrón, que significa «medida», pudiendo traducirse como “medida de la observación” u “observación de la medida”, aunque también puede apreciarse simplemente por su significado literal “observar-medir”. Algunos autores proponen la idea de que la palabra fue inspirada en Sherlock Holmes, más precisamente en “Estudio en escarlata”, donde el personaje investiga una escritura utilizando un cristal con aumento y un elemento de medición, observando y midiendo el documento. Aunque esto suene a fábula y no existan documentos que afirmen este hecho, no se puede negar que muchos términos de la criminalística se inspiraron en novelas policiales

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