Uno que sepamos todxs por Nicolás Jozami

Uno que sepamos todxs, por Nicolás Jozami

I

Si para algo sirve escribir en estos tiempos (si para algo sirve lo que yo hago), y si para algo sirve tener la posibilidad de algún espacio donde eso que escribo puede ser publicado, pretendo sea este un tiempo y lugar especial. No soy alarmista -al menos trato de no serlo- aunque ustedes tal vez crean que sí. No me importa. Quiero invitarlxs a un juego, donde las reglas son para todxs en todo momento del contacto social, y que remeda en aquellas simulaciones que muchos ejercitamos de niños. No sé desde dónde partió el juego (no es algo mío), ni de quién, pero lo escuché y me pareció urgente replicarlo. Dicho esto, vamos al manual de instrucciones.

II

Hay una sola. No me salgan entonces con que es difícil. Ahí va: todxs aquellxs que podamos, hagamos de cuenta que tenemos COVID 19, es decir, manejémonos con cada unx de las personas con las que tenemos contacto, como si estuviésemos atravesando esta enfermedad. ¿Vieron qué simple? Tengo para mí, y eso por experiencia inmediata, no por saber de neurología, un poquito más de psicología, que nuestro cerebro es cómodo, en muchos de sus aspectos, hasta camuflar y no resistir la tentativa de la aniquilación; no por ello es tonto, lo que hace es traducir la pulsión vital en conciencia de persistir en la vida. Cuando se explican las conductas humanas frente a tragedias colectivas como pandemias, se aclara que los seres humanos no somos sólo individualistas o irresponsables sólo por negligencia o desconsideración, que la hay y mucha; hay un componente que en términos psicológicos se denomina “sesgo optimista” y que “funciona como una inclinación comportamental que expresa el típico “a mí no me va a pasar” y que lleva a mucha gente a tomar riesgos para sí mismos y para los demás” (Budassi, Iván y Nesis, José, “Sabía que ibas a reaccionar así”, en revista Anfibia link: http://revistaanfibia.com/ensayo/sabia-ibas-reaccionar-asi/. Ese modo tranquilizador que invita a creer que el virus les afecta a los demás y no a mí, esta conjetura, funciona como la posibilidad del aplazamiento del contagio y la posible muerte. Llevado al extremo: nos levantamos cada día para hacer lo que hacemos (los que podemos) sabiendo que vamos a morir; en ese sentido los animales serían más sensatos porque “no saben” que mueren. ¿Por qué lo hacemos nosotrxs? Simplemente porque el aplazamiento de la muerte, de ese suceso, último bastión de todo lo que hagamos, se pone adelante, y los proyectos son los que constituyen nuestro quehacer diario. Bueno, con la pandemia enfrente, muchxs no queremos pensar que nos tocará, entonces, el mecanismo tranquiliza en vez de paralizar, aunque en el discurrir social, afecte y vaya si demasiado.

III

Dicha la única regla, recordemos ahora momentos en que -con familiares, amigos, conocidos- jugamos de niñxs a “estar en una guerra”, en la “sala de doctor/a”, en la “cocina”, a los “cowboys”, a “lxs superhéroes” y un largo etcétera; lxs niñxs la tienen muy clara a esta dimensión; creo que lxs adultos tenemos que volver a ella con un poco más de esfuerzo para poder cuidarnxs. Voy a casos concretos: si hace meses o años que no vemos a alguien y -por esas cuestiones de la vida (y más ahora, con esa idea “aplazada” de intuir si vamos a verlx por última vez)- planeamos encontrarnos, querremos como mínimo abrazarlx; ahora, sabiendo ambxs que “estamos jugando a tener COVID 19” la cosa cambia; la frialdad se convierte en tierna remembranza compartida y el resultado será positivo, pero porque los dos comparten la regla. Imaginemos que -sin decirlo, unx de lxs dos reencontrados actúa “como si tuviera el virus” y se lo dice cuando llega a un par de metros del otrx: conocemos estas épocas de susceptibilidades y ofensas; quién les dice que el reencontrado no pega media vuelta y se va, ante la frialdad estéril del amigx. Por eso, consenso en la regla para el juego del cuidado. Un ejemplo más cotidiano: nietos con sus abuelos. ¿No sería, cuando se ven, un juego más de simulación, que les quite a los niños un poco más de tiempo con las pantallitas de celulares? Jugar a meter las cosas en plásticos o bolsitas, por ejemplo, como si estuviéramos en un laboratorio, cubiertos, platos, caramelos, donde no podemos pasarnos las cosas si no tienen un envase, previa puesta de alcohol en las manos. Imaginen por un momento lo que sería poner la mesa familiar de ese modo: jugando nos cuidamos. El cerebro y nuestra conducta tarda en registrar esto, lo rechaza, pero el fracaso seguro es no intentarlo.

IV

Poco más para decir. Este bichito salido de Wuhan es vida, es inteligente y busca su comodidad también, su persistencia; de allí las cepas, las transformaciones, los daños diferentes en los huéspedes con el paso del tiempo. Sabemos que estamos complicados. Déjenme decir una última cosa: la palabra evolución, progreso, bienestar, ha traídos indudablemente sus avances y logros en épocas de globalización y capitalismo conectado, no puedo negarlo, pero veamos cómo esa relación directa entre progreso y amenaza tiene actualmente y en equilibrio un enemigo perfecto: el virus, que viaja con nosotros en aviones, barcos, colectivos, que migra, porque somos ciudadanos del mundo (de Wuhan a Lima, de Roma a Uruguay, nos cuesta entender cómo se diseminó). He escuchado que no hubo en la historia humana hasta el presente una pandemia de estas características, que afectara casi al globo terráqueo entero. (Tengo una alumna que hasta nos comentó que había soñado gente con barbijo). Laguna islitas perdidas, archipiélagos, no sufren este flagelo porque no están “conectados” con otros sitios ni gente. Podemos pensar que el retraso, ese “no progreso” tiene sus deficiencias, pero no este tipo de enemigos que le van como anillo al dedo a lo que hemos construido, aceptado y que vivimos a esta altura en la Tierra. Mayores avances, mayor infraestructura, tecnología, tiene su palpable y enorme correlato negativo.
Ojalá estas breves líneas se viralicen. Porque hay algunos virus que, con la vacuna del juego, pueden ayudar a detener un poco al otro.

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