Educar sin paredes

POEMA XIX. Por Oscar Taffetan
-¿Cuántas paredes son necesarias para hacer una cárcel?,
Preguntó el alumno un día.
-¿Cuántas paredes son necesaria para hacer una cárcel,
(Presto acudió el profesor al diccionario, quedando fuera del problema).
Los alumnos comenzaron: “-Son necesarias tres paredes y un techo, que no se vea el cielo”
“-Con tres paredes alcanza, no es cielo lo que así se ve”.
“-Con dos, porque se imprime el rumbo”.
“-Con una, porque se divide el horizonte”
Por último, desde el fondo del aula, con gravedad de filósofo, uno sentenció: “También hay cárceles sin paredes”.1

A Barrio Marqués Anexo se llega desde el centro a través de varias líneas de colectivos, a la zona a la que me dirijo, sólo acceden el A 8 Y A3,ninguna de las dos líneas tiene una parada cercana a la escuela; adentrarse en la zona en la que está inserto el IPEM 338, “Dr. Salvador Mazza”, es de algún modo, entrar en un recorrido inusual, en un mundo extraño que acontece y sobrevive a unos cuarenta minutos del centro y a la sombra de un mundo de bondades posibles, a expensas de un derrotero de marginación que a medida que caminamos las cinco cuadras que separan la parada del colegio, empiezan a surgir.



Para quienes no hemos nacido en Córdoba, el recuerdo de un paisaje serrano asomando al sol de la mañana mientras se ingresa a la ciudad, es sin duda una huella grabada a fuego en los sentidos; entrar Marques Anexo me recordó esa sensación primera de encuentro con un lugar extraño, con un paisaje que la mirada va incorporando lentamente. Años atrás, mi vista descubría entrando por ruta 19, una “Docta” inmensamente bella, custodiada por un cordón serrano pero flanqueada por villas que daban la sensación de estar entrando a la urbe por el “patio de atrás”; hoy el recorrido por “el Marqués” no es turístico, pero ese extrañamiento de la mirada nueva es muy similar y además, también ahora, estoy entrando por uno de los patios traseros a un espacio educativo de Córdoba que, ya de camino, se percibe como nada convencional.

“Lo que pasa en esa escuela, no pasa en ningún otro lugar”, me comentaba hace unos días un ex docente de la institución, y esa una sensación que uno tiene incluso antes de entrar. En mi recorrido, las dos primeras cuadras de barrio residencial, con chalets nuevos y con bellos frentes poco a poco van incrementando la altura de rejas, cruzando la Avenida Cornelio Saavedra la arboleda empieza a escasear, las casas (todavía del mismo estilo) van dejando ya el asfalto y se estiran sobre calles de tierra. Caminando sobre el cordón cuneta voy divisando un panorama de fondo que, lejos de ser aquel cordón montañoso de mi niñez, es más bien una contradicción imponente en forma de villas y casuchas desparramadas .

El barrio se corta en seco; tras un descampado con traza de potrero en donde pasta siempre el mismo burro, surge la escuela con su edificio relativamente nuevo y abierto…abierto a un fondo de marginalidad extrema, como si alguien hubiera querido trazar urbanisticamente una nueva zanja de Alsina. El edificio aparece allí, solo e inmenso, como frontera entre lo que la ciudad se atreve a mostrar y lo que se esconde bajo la alfombra.



Este adentrarse en la escuela no es nunca definitivo, uno entra por primera vez y durante mucho tiempo sigue entrando a ese otro mundo. En un primer recorrido, los vidrios rotos a pedradas y algunas marcas de balas, la escasa existencia de afiches o carteleras escolares, las paredes algo pintarrajeadas y la insoslayable presencia de una guardia policial en el ingreso por el inmenso hall que hace las veces de patio cerrado, fueron las primeras fotos que registró mi retina.

Poco a poco, la vista enfoca mejor, hace blanco en ellos: “los pibes”. “¿Fumancheros, chorros, con aguante?”, sí, puede que sí, pero por sobre todo: “humildes”, crecidos de apuro, con enormes cuerpos pesando en infancias interrumpidas por la violencia familiar, la ilegalidad, la droga, la delincuencia, las situaciones de judicialización, el abuso y siempre, pero siempre, la pobreza como común denominador.

Si es verdad que la escuela es un prisma, lo primero que amplia no es la violencia y el odio barrial per se, sino la exclusión por mil, o mejor dicho por casi cinco generaciones de familias sin empleos formales y por ello, “informalmente “, fuera del sistema.



En Marqués Anexo, las luchas son territoriales, añejas, grabadas en el imaginario colectivo de cada barriada como huella identitaria fundacional e incluso, fundamentalista. Las mismas disputas se perpetuan en la escuela: los chicos, que apenas pueden con esta carga de extrema pobreza, mal podrían discriminar un adentro de un afuera tan proclive a los desbordes.

Hace tres años, la escuela dejaba de ser frontera y aleatoriamente también era terreno de disputas, lo que afuera se combatía, adentro de se defiendía. En ese sentido, los odios intestinos del entorno, acrecentados cada vez más por el embate de la droga entre los sectores más castigados, se traducía en una violenta resistencia al diálogo.

El otro, por mucho que se me parezca, es ese enemigo que me permite reafirmar mi existencia en una endeble identidad, pero identidad al fin, que me posiciona entre los míos, que me hace pertenecer en un mundo de impersonalidades: “nosotros hablamos así, y no nos van a cambiar”, “vos no sabes, porque no sos de acá”, “te asustan las balas porque no estás acostumbrado como nosotros que no les tenemos miedo”.



Las voces envalentonadas y de coraje se levantan a diario y en parte el discurso es creíble, hasta que algo pasa: un grupo revoltoso murmura y los dedos nerviosos “mensajean” con sus celulares a una velocidad inusitada: “- es que hay un procedimiento y lo hirieron al tío de …”; otro día las balas pegan contra la ventana del gabinete de química y hay que correr a cerrar las puertas de entrada: antes que nadie los chicos ya vieron a la “yuta” o a los “cobani” que por tercera vez en la semana se ensañan con realizar un procedimiento en la vereda del colegio y quieren salir. Varios móviles apuntan con armas y detienen a los familiares de los alumnos frente a una audiencia que desde las ventanas enrejadas de las aulas tiene una vista mucho más privilegiada hacia la trama policial diaria que hacia el pizarrón. De golpe, los abúlicos chicos que no leían dos consignas en clase, se despiertan para gritar y tomar parte “por los suyos”: “-¿qué harías vos profe si al que agarran y le pegan fuera de tu familia?… y entonces uno también duda de todo menos de que cuando la violencia está a la orden el día, el entorno deja de ser entorno. En realidad, el entorno está adentro desde hace rato por más que las instituciones totales intenten mantener sus formas de control.

En este ámbito, la certeza única que cobija la práctica docente es la de la multicausalidad de factores que confluyen todos en la escuela en días en que la ebullición parece estar por reventar la caldera, acompañada también por una única convicción: la de que “hay que estar”.

Los violentos días que la prensa relevó en el año 2013 y en los que la institución perdiera varios alumnos en disputas barriales están lejos de ser hechos aislados, tampoco es una sola la explicación a tales fenómenos sociales pero, como ocurre siempre, poco a poco los conflictos parecen menguar y los chicos que habían abandonado el colegio por ese temor vuelven a clases.



Esa es otra imagen a la que la vista se acostumbra paulatinamente en este contexto, a la de las aulas vacías y a los retornos esporádicos de alumnos “golondrinas”. Casi igual que después de varios días de lluvia, cuando van volviendo los que sabemos que pasan frío; haciendo frente a esa otra violencia que ya no es noticia, se acomodan en los bancos, charlan y bromean como cualquier adolescente, las manos tullidas agarran acaso la única hoja que quedó en la carpeta, piden una lapicera porque se olvidaron (o no tienen), miran al frente con dignidad bien ganada y preguntan como todos los días: -¿qué fecha es hoy?

1 Poema leído por alumnos de sexto año del colegio IPEM 338, Dr. Salvador Mazza en la apertura de la jornada institucional por la no violencia realizada el 7 de mayo del 2013 como respuesta institucional a la ola de violencia barrial acontecida hace tres años entre jóvenes de la zona. Cabe señalar, que a partir de dicha jornada la escuela obtuvo la institucionalización del 7 de mayo como “Día de la palabra por la NO Violencia” y que dicho proyecto fue aprobado por la Legislatura con la adhesión de la UNC y de la Municipalidad de Córdoba.



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