Diego Vigna: «la Literatura vive de las pausas, los medios no»

“Estamos leyendo en pantalla todo el tiempo, y todo lo que leemos se solapa con datos que llegan y pasan”

Del éter virtual al manuscrito y como el cometa que da nombre a su última novela, la obra de Diego Vigna sigue su propia trayectoria, no sin reconocer el modo en que orbitan en ella “los vínculos afectivos, la lectura sobre lo ya vivido (lo perdido), los interrogantes sobre lo que nadie controla: la certeza de un fin, las formas personales de gozar, las formas de convivir con uno y con los otros”.



Vigna es neuquino, pero conforma la nueva camada de escritores anfibios que se mueven entre la blogosfera y los espacios disponibles para la pesquisa literaria en Córdoba; el “considerar a la escritura como una sola, más allá de lo que esté escribiendo”, le ha permitido incursionar en formas de narración que combinan su actividad como investigador del CONICET (La década posteada y Los desvalidos) con producciones digitales tanto propias (el blog Ponte una oveja) como colectivas (Fe de ratas, El lince miope), bloggeras (Ponte una oveja) y, en su último trabajo: “Cometa de la noche negra, ahondar en lo que él mismo define como “autoficción”.
Confeso admirador y arqueólogo de la obra de Daniel Moyano, en diálogo con Diario sierras, el joven escritor reflexiona sobre los hábitos culturales del lector cordobésdel consumo cultural en Córdoba, las nuevas narrativas y su búsqueda por fundir narración y reflexión hasta que los bordes de esta fusión “se vean cada vez menos”.

¿Cuándo y cómo comenzó tu camino como escritor?

Supongo que comenzó en Córdoba, cuando vine en 2002, a partir de algunas experiencias que recuerdo con cariño. Crecí en Neuquén; en esos años leía y probaba cositas, e incluso empecé la carrera de Letras, que dejé al año. Pero al poco tiempo de llegar a Córdoba, y de retomar mis estudios, conocí un grupo de chicos que acababan de lanzar una revista digital de literatura y medios, algo que para la época era una verdadera rareza. Muchos de ahí seguimos el camino de la literatura, y otros no pero la rozan desde otras actividades: Eloísa Oliva, Federico Falco, Elisa Ferrari, Luciano Lamberti, Agustín Privitera, quien suscribe… y varios nombres más. La revista se llamó Fe de Rata, duró dos años. Con esa experiencia aprendí mucho y empecé a sentir el gustito de la escritura de ficción; a partir de ahí me senté a escribir con la idea de hablarle a un lector. Al poco tiempo recibí la invitación de los editores de La Creciente (hermoso proyecto editorial surgido de la crisis en el que comenzaron a publicar casi todos los nombrados) para publicar un libro de cuentos, y le metí. Tenía 22 años, ahora me recuerdo como un niño, pero con una frescura que (creo) no volví a tener.



¿Cómo está compuesta tu obra de autor?

Bueno, nunca supe con claridad qué compone la obra de un autor, y qué hace a un sujeto convertirse en autor… ¿entran en esa categoría todas las intervenciones, textos, textitos, que a uno le piden, que uno publica solo? La época digital enturbió todavía más estas ganas de definiciones. Supongo que mi obra se compone de más cosas que los libros publicados. Los libros son seis: Grises, verdes, libro de cuentos publicado por La Creciente en 2004; Hadrones, cuentos publicados por Recovecos en 2009; Los próceres. Formas de ser del pasatiempo nacional, relato publicado por Funesiana en 2014; La década posteada, ensayo-informe de investigación publicado por Alción-CEA en 2014; Cometa de la noche negra, novela publicada por Nudista en 2017; y Los desvalidos, ensayo sobre la obra fotográfica de Daniel Moyano, publicado por el CRLA-Archivos de Francia en 2017.
Pero tengo la sensación de que otras cosas sueltas también forman parte del corazón de lo que produzco. Cuentos, algunas notas en diarios, incluso varios de los textos que publiqué durante años en Ponte una oveja, mi blog.

¿Crees qué Córdoba habilita actualmente espacios para la producción y publicación de las obras de escritores jóvenes?

Si se hace una curva de calor, o de crecimiento, o de interés (lo que sea), sí. Los autores de la ciudad han ido generando sus espacios para producir y difundir lo hecho. Y lo vienen haciendo desde hace tiempo. Y no tiene que ver estrictamente con las posibilidades abiertas a partir de nuevos formatos de publicación digitales, sino que todo forma un bloque multiforme de rutinas, espacios, vínculos, formaciones culturales que fueron creciendo, se fueron desarrollando, e intentaron, como en cada época, pasar de los bordes al centro. En los años de la crisis, 2002-2005, pongamos, ya habían despuntado proyectos en este sentido: el proyecto Llanto de mudo; la editorial La Creciente; grupos de autores produciendo en torno a fanzines o publicaciones callejeras (se me ocurre ahora La piedra en el zapato, la revista Peinate, El títere sin cabeza, la feria Papel de armar, los hermanos Tejerina imprimiendo sus textos y liberándolos a la calle, Cuqui y sus intervenciones poéticas, y un montón que no recuerdo ahora); varias revistas culturales o literarias que pasaron, y todo el aparato de la blogósfera y los centros culturales, que comenzaban a tomar fuerza. Lo que vino después fue una ampliación de personas con cosas para decir, sobre todo desde la ficción y la poesía, que empezó a hacerse ver con algunas antologías de jóvenes escritores que buscaron dar cuenta de esa efervescencia. Hoy hay un montón de editoriales chiquitísimas, chiquitas, chicas y medianas que están atentas, en Córdoba, a las escrituras que van surgiendo. Y esto puede extenderse a otras formas artísticas, que también volvieron más rico y complejo el mapa cultural de la ciudad. Hay un montón de cosas feas, también, y las hubo y las habrá, pero si uno hace un balance de los últimos 15 años, lo pasado y lo presente forman un bloque muy rico y muy vital. La producción poética, ficcional y ensayística de autores cordobeses jóvenes habla de esto.

Tiempo atrás publicaste una nota sobre material inédito de Daniel Moyano, uno de los escritores más recomendados recientemente por los autores locales en esta sección de Diario sierras, ¿cómo entraste en contacto con su obra y qué crees que te aportó en tu propia búsqueda de autor?

Por la profesión que elegí. Tuve la suerte de ser formado por personas alucinantes, y eso me llevó a Moyano. Conocía muy poco su obra, apenas había leído alguna compilación de sus cuentos, y en medio de mi tesis fue Marcelo Casarin, mi director, quien me introdujo en su universo. Menos mal. Casarin trabaja con la obra de Moyano hace ya como 15 años, o más. Dedicó su tesis doctoral a eso, y no lo abandonó. En su condición de especialista armó un grupo de trabajo para afrontar proyectos ambiciosos que por suerte hoy están a disposición de todo interesado o amante de la obra. En 2008 comenzó a darle forma, junto a colegas franceses, al Archivo Virtual Moyano, que mantenemos desde hace 10 años, y al que hemos ampliado a partir de investigaciones que me tocó hacer en Francia: primero la digitalización de sus negativos, y después la exhumación de sus archivos informáticos. Hoy el Archivo Moyano es mucho más grande y rico. En medio de todo eso hicimos otro trabajo demencial, coordinado por Casarin: la edición crítica de la novela Tres Golpes de Timbal de Moyano (ver imagen de tapa entre mis publicaciones), que editó en 2012 el CRLA-Archivos y también fue distribuida en Argentina. La Colección Archivos es una de las más prestigiosas en los estudios críticos y académicos de autores latinoamericanos. Fue un verdadero logro, que llevó en sí la singularidad moyaniana, porque se trató de una edición completamente distinta a otras de la colección. Eso es, fundamentalmente, lo que rodea a la obra y a la figura de Moyano: la sensación de estar frente a lo que dejó un ser humano realmente distinto, único. Gracias a todas estas experiencias de trabajo pude conocer a su familia, con la que hoy tengo contacto permanente. Gracias a las tecnologías de la comunicación hoy podemos comentar cosas con Ricardo, hijo de Daniel, y planear nuevas cosas. Así que el aporte de la presencia de Moyano en mi obra como autor ha sido, a partir de todo esto, decisiva, aunque no se refleje estrictamente en el resultado mi escritura. Aunque esto también es relativo: así como la escritura de Moyano (sobre todo en su última etapa) es imposible de copiar, hay otras cosas que sí se me pegaron con el estudio de su obra, como por ejemplo un regreso a la manuscritura. Escribí el 75 por ciento de mi última novela a mano, como nunca antes había hecho, después de haber visto cómo Moyano escribió su última gran obra a mano. Y ahora me puse a juntar apuntes para armar otro texto, y los apuntes están mecanografiados, que es la técnica que usó Moyano para corregir esa última gran obra que hizo.

En tu última obra “Cometa de la noche negra”, editada por Nudista, te animas a la novela psicológica en una trama que parte de una legendaria figura del policial nacional –“el petiso orejudo”-, como excusa para describir, a través de un viaje familiar, paisajes internos y externos ¿qué papel juegan en esta novela los asuntos familiares pendientes?

Todos los papeles. El petiso orejudo es una figura que aparece ahí como otras relacionadas con la violencia, pero el núcleo de la cuestión está justamente en cómo impacta la violencia en la formación de los vínculos familiares, es decir, en cómo suelen crecer las familias, y el amor filial, a partir de episodios trágicos o violentos. No estoy seguro de que sea una novela psicológica; ni siquiera estoy seguro de que sea una novela. Pero lo que sí sé es que se trata de una autoficción que buscó exorcizar ciertas cosas íntimas a través de distintos relatos de viajes. Es la forma que salió, a lo largo de varios años de escritura. El libro está en la calle ahora, y todo igual queda un poco pendiente, porque no creo que haya asuntos familiares que se corran de esa suerte de condición latente.



Novela psicológica, crónica periodística policial, leyenda urbana ¿es posible para vos clasificar tu obra en un género predominante?

No, no podría… cada vez me cuesta más escribir, y el trabajo no me ayuda para nada. Así que por ahora sólo trato de que cada libro nuevo sea distinto del anterior. Más allá de lo que me salió bien o no en lo que hice, creo que lo más recurrente en mis textos es una tendencia a narrar, más allá del proyecto que tenga adelante. Creo que esto pasa tanto en los textos de ficción como en los que se acercan al ensayo o al informe de investigación. A mí me gusta leer una buena narrativa, y el resultado de eso es la intención de narrar lo mejor posible. Lo que sí noto cada vez más es que intento mejorar la “pericia narrativa” con un objetivo: tratar de fundir narración y reflexión, y que los bordes de esa fusión se vean cada vez menos.

¿Cuáles son los sitios claves en los que te anclas a la hora de sentarte a escribir ficción?

Lo que no entiendo o lo que me da miedo. En general creo que son los vínculos afectivos, la lectura sobre lo ya vivido (lo perdido), los interrogantes sobre lo que nadie controla: la certeza de un fin, las formas personales de gozar, las formas de convivir con uno y con los otros. Siempre termino hablando de lo mismo.



Tu libro anterior “La década posteada” recupera tu trabajo como investigador del CONICET sobre los entornos virtuales, ¿Cómo se enlazan la investigación científica y la ficción literaria en tu vida y en tu obra?

Trato de materializar algo que me propuso Casarin hace ya como diez años, en el comienzo de mi carrera como investigador: considerar a la escritura como una sola, más allá de lo que esté escribiendo. En La década posteada pude enlazar algunos interrogantes sobre el campo literario con mi escritura sobre esas cuestiones, producto de una investigación. Pero el trabajo más lindo en este sentido fue Los desvalidos, donde pude cruzar todo lo que me gusta: la literatura, la fotografía, la pesquisa, la memoria.

¿De qué modo la gramática de los nuevos medios digitales está influyendo en la producción literaria actual? ¿Cómo novelista, qué tan permeable sos a la información que te llega desde la biosfera virtual?

Eso intento hacer en el trabajo, ver de qué modo los nuevos medios influyen en la producción de los autores. Hay fenómenos reconocibles, hay cosas que se pueden explicar bastante, pero otras no. Lo que sí ha quedado claro es que, al menos en las rutinas urbanas, donde más se produce literatura, es muy notorio cómo los autores asimilaron el uso de dispositivos y de formatos de producción y de publicación digital. Pero no queda demasiado claro qué incidencia tienen esos procesos en la escritura propiamente dicha de los autores, salvo en algunos casos muy evidentes. En forma prudente uno podría decir que estos nuevos medios van apareciendo cada vez más como tema. Y también que en algunas decisiones escriturales aparecen ciertos tics o formas que se corresponden con la intervención en medios conectivos. Lo que no es muy seguro es que esta suerte de traspolación de los medios digitales a las formas literarias sea muy agradable a la lectura, porque en general las maneras en que intervenimos con nuestra escritura en los dispositivos son cada vez más fragmentarias. No creo que la literatura y lo fragmentario puedan juntarse alguna vez con una cierta armonía “estable”. La literatura vive de las pausas, los medios no.
Como escritor soy absolutamente permeable a esto porque forma parte de mi trabajo. Y no me gusta mucho. Hago fuerza para tratar de mantenerlo al margen, pero no me sale. Y no hablo de la escritura en sí: hablo de la lectura, que es lo que pocos miran. Estamos leyendo en pantalla todo el tiempo, y todo lo que leemos se solapa con datos llegan y pasan.



García Canclini, escribió hace un par de décadas que el consumo sirve para pensar, desde tu doble oficio de investigador social y escritor y en vistas al avance de las nuevas formas de consumo cultural que ofrece el mundo digital, ¿crees que la oferta literaria local permite al lector el ejercicio del pensamiento crítico?

Siempre la oferta literaria permite al lector el ejercicio del pensamiento crítico. Es una de las virtudes de la literatura, como también ejercitar algo como así como el “pensamiento sensible”. Así que la oferta local también lo hace, claro. Después, desde la discusión crítica, uno puede concluir si el consumo atenta contra el pensamiento crítico (creo que sí, por supuesto). Aunque quizás los medios conectivos atenten tanto o más que el consumo, porque nacieron de ahí y creemos que no tienen que ver con eso. En fin, hay muchos libros livianos malos ahora, flaquitos, livianos, pero eso debe haber pasado en todas las épocas del mundo. Lo cierto es que, con que aparezca uno solo que te vuele la cabeza, la respuesta a esta pregunta será siempre afirmativa.

¿Cómo describirías el consumo cultural en Córdoba?

Como raro: es un consumo rarísimo. Raro como la gente en Córdoba. No así la producción literaria, que en general me parece buena, hay muy buenos autores que no tienen nada que envidiarle a nadie. Y la producción literaria creció muchísimo, por suerte. Ahora: el consumo cultural es raro. El campo de la música también metió una explosión muy interesante, sobre todo desde el rock y el pop. Lo mismo el cine, el teatro ni hablar: hay muchísima oferta, que no se ve mucho en los medios porque no interesa, pero hay muchísima oferta. Lo que es rarísimo es el consumo que se llama popular: todavía me sorprende que la gente con menos plata, más castigada por el sistema, que más labura, y más desplazada del diseño “cool” de la ciudad, sea en algunas cosas tan conservadora como la gente con más plata, más encerrada en ghettosguetos, que se cree distinguida. Eso es un fenómeno muy de la ciudad de Córdoba, creo. Alucinante.



Si trazaras tu mapa vital ¿qué autores de tu trayecto transitado estarían en las referencias cartográficas que recomendarías visitar y cuáles aparecen en tu futuro itinerario?

En el futuro no tengo idea, por suerte. Y en el pasado, cómo decirlo: encima ahora que leo cada vez menos, se me borran un montón de nombres. Pero lo intento, de más chico a más viejo, así al voleo, sin atender a autores que antes me gustaron más que ahora, y así: lo intento más allá del gusto actual. Borges, Di Benedetto, Cortázar, Castillo, WlashWalsh, Blaisten, Chéejov, Hemingway, Yates, Carver, Cheever, Bizzio, Ramos, Benjamin, Schmucler, Juarroz, Gelman, Berger, Casas, Fogwill, no tengo idea cómo ordenarlo, en realidad: no estoy mirando la biblioteca ahora, y me cuesta. Hay muchos huecos en el medio. Pero la escritura de todo esos, aunque sea con detalles, me dejaron marquitadejó marquitas para pensar.

VIGNA básico (cartografía literaria)
Diego Vigna nació en Buenos Aires en 1982, pero es neuquino. Es licenciado en Comunicación Social, doctor en Estudios Sociales de América Latina, investigador de CONICET, docente de la Universidad Nacional de Córdoba. Publicó los libros de cuentos Grises, verdes (La Creciente, 2004) y Hadrones (Recovecos, 2009); el relato Los próceres (Funesiana, 2014); la novela Cometa de la noche negra (Nudista, 2017), y los ensayos La década posteada (Alción-CEA, 2014) y Los desvalidos (CRLA-Archivos, 2016), además de haber participado en varias antologías. Publicó artículos científicos en revistas de Argentina, Francia, Ecuador, Chile, Colombia y Venezuela, y otras intervenciones en distintos medios de prensa.



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