«Después del agua», un recuerdo a tres años del 15F (galería y video)

En Octubre de 2015 publicábamos este trabajo de Daiana Zilioli rememorando lo que fue la inundación del 15 de febrero de ese año, que se llevó vidas y bienes y dejó una huella imborrable en todos los habitantes de la región.



A dos días del gran diluvio, sentado en los restos de lo que era la entrada de su casa, está Moisés. La mirada detenida en el agua que corre frente a sus ojos. Tiene una pierna herida. Espera la ambulancia.

-Me van a curar el cuerpo, pero de los daños mentales que me provocó lo que viví quién me cura- dice, y con su mano derecha señala los vestigios de la catástrofe alojados en su cabeza.

Moisés vive en Unquillo hace varios años, con su pareja y un hijo de ella. Es paraguayo y luego de lo ocurrido el 15 de febrero no sabe si se vuelve a su país.

Su casa está ubicada a 10 metros del arroyo Río Ceballos, que el día de la catástrofe triplicó su caudal. El agua pasó por toda su casa, la del vecino, y por las de casi todo el barrio. Dejó marcas de más de un metro y medio de alto.



Todo ocurrió durante el mes en el que llegan los turistas a Sierras Chicas. Era medianoche cuando las nubes cubrieron el cielo y el agua comenzó a caer. Fuego y agua, el cielo de Unquillo se vio iluminado por la pirotecnia en la segunda jornada de los Corsos 2015. De llovizna a lluvia intensa, de alivio a preocupación. Y no paró hasta que el sol comenzaba a asomar.

Alrededor de las 9 de la mañana el agua comenzó a caer nuevamente. Hubo dos picos de creciente con un lapso de una hora entre cada uno.

La fuerza del agua corriendo derribó casas, tapias y árboles; arrastró muebles, electrodomésticos, autos, piedras, escombros y varias vidas humanas; levantó asfaltos; socavó caminos y calles; hundió terrenos y así iba encontrando su histórico cauce. El domingo 15 cayeron más de 300 milímetros en aproximadamente doce horas, un tercio de lo registrado durante el 2014. Febrero acumuló 586 mm y se ha convertido en el más llovido de la historia de la región.

La inundación dejó, según datos oficiales, 11muertos. En Unquillo más de 1000 evacuados, 478 viviendas dañadas y más de 170 comerciantes, trabajadores independientes y artesanos sufrieron grandes pérdidas.



En el límite con Mendiolaza, a metros del arroyo Saldán, se encuentran los restos de la casa de Carlos Pucheta.

-Eran como las once y media de la mañana del 15 de febrero y la lluvia aún no era tan fuerte- recuerda el hombre de pelo largo ondulado mientras camina sobre las huellas del agua y acaricia su frondosa barba blanca-. El arroyo se veía crecido, pero no más que otras veces. Nada me hizo sospechar lo que iba a pasar.

Carlos fue hacia el almacén que está del otro lado del arroyo. Cruzó el puente, faltaban cinco metros para que el agua llegara a la altura de la pasarela. De regreso a su casa con la comida para el almuerzo entre las manos, se detuvo frente al arroyo. Troncos inmensos y basura de todo tipo eran arrastrados por la fuerza del torrente. Regresar por la pasarela era imposible.

Se refugió en el negocio. El agua comenzó a entrar y se preocupó por su familia, su compañera y sus dos hijas que habían quedado en la casa. Si el arroyo seguía creciendo, la vida de ellas corría peligro. Minutos después – cuando pudo llamarlas por teléfono- le fueron relatando cómo el agua recuperaba su espacio e invadía el que era de ellos. La construcción obstruía su paso, la casa quedó en medio del arroyo crecido. Él sólo pensaba en la manera de poder estar con ellas y refugiarse, pero juntos.

-Traté de mantener la calma. Le pedí a mi compañera que no entrara en pánico y que subieran a la parte más alta de la casa – relata Carlos.

La mujer amontonó colchones sobre la cama, subió a las niñas y sentada en la ventana presionó con fuerza el respaldar para impedir que el agua le ganara la pulseada. Mientras tanto, Carlos intentó con la ayuda de unos vecinos cruzar atado con un cable largo, pero no pudo. El agua era más fuerte. Luego de trastabillar, volvió hacia atrás y pudo ver el segundo pico de la creciente.

-En ese momento el río además de palos traía autos- recuerda Pucheta con sus ojos color cielo bien abiertos.

Ellas pudieron salir de la casa gracias a la ayuda de dos vecinos atados a la cintura, con las niñas en los hombros y arrastrando a la madre. El único poste de la cuadra que sobrevivió a la corriente los ayudó a salvarse.

Seis horas después de la odisea, Carlos y su familia se reencontraron.

Carlos Pucheta es un escultor reconocido en Sierras Chicas. El agua le llevó 30 obras y su casa. Los mismos paisajes que le hacían florecer nuevas formas plasmadas en sus esculturas, hoy lo llenan de tristeza. Se fue con su familia a lo de su madre en Carlos Paz y decidió no volver a Unquillo. Convencido que desde la tristeza es difícil recomenzar, busca en la Villa una nueva casa para mudarse.

Pero el arte reflota. Por estos días Carlos anunció que realizará una muestra con las obras que le quedaron, tal cual las dejó el agua: húmedas, manchadas, atacadas por el barro.



Hace poco más de un año Ana Acacia pudo dejar la casa de sus padres y hacer realidad el sueño de mudarse con sus hijos a otro lugar. La casa, grande, vistosa y siempre limpia reposaba en un jardín con frutales, rosas y una quinta. Desde el patio se escuchaba el ruido del agua correr por el arroyo. Ahora, las tapias que dividían las viviendas de la cuadra ya no existen, los patios son de todos. Pero sus vecinos ya no están, eligieron alejarse.

El día que su casa se inundó, Ana no salió hasta la llegada del segundo pico de la creciente. Luego agarró su perra y le dijo a sus hijos que salieran a la calle.

-A Nair, mi hija mayor, la salvó un vecino con una soga.

Veían cómo el agua entraba sin pedir permiso y se llevaba sus cosas, rompía puertas y ventanas, tiraba abajo paredes y destruía jardines.

Un ventilador encendido desde hace varios días, el olor a humedad que aún no se despide se entremezcla con el de desinfectante. Después de tanto rasquetear, de limpiar ladrillo por ladrillo, manguerear la cocina y el lavarropas, armar las habitaciones y ordenar lo que quedó en el placard, su casa ya es otra, pero todavía le quedan marcas.

El jardín donde Ana disfrutaba de las tardes y se distraía ya no es el mismo, como tampoco su vida. Sin embargo el paso del agua y los días de sol dejan entrever brotes de vida. Las plantas están renaciendo, como su esperanza.



Al pie de las Sierras Chicas las ciudades conviven con los arroyos. Según registros fotográficos, fechas aproximadas de fundación y testimonios de quienes habitaron estas tierras, estas ciudades en sus inicios fueron construidas sobre los cauces naturales del agua.

Unquillo comenzó a constituirse gracias a la llegada del ferrocarril el 29 de agosto de 1913. El núcleo de la población al principio no se asentó alrededor de la estación ferroviaria, sino desde la confluencia de los arroyos Unquillo y Río Ceballos hacia el noroeste. Es por ello que la ciudad se estructuró con una marcada dirección sur norte que se mantiene en la actualidad.

Antes de la ciudad, los comechingones también se asentaron cerca de los arroyos, pero eligieron los sitios más elevados.



En el hall de entrada de su casa Cristina limpia muebles con la mirada perdida. Sus manos se mueven solas, como si ya conocieran por dónde deslizarse, la rutina les marca el camino.

A un costado, una montaña de basura. Cables enredados a un esqueleto de lo que alguna vez fue una computadora. Ropa anudada. Barro por todos lados. Al fondo, cerca del arroyo, los niños juegan con una pelota. Parecen amigados con el agua, que es parte de la cancha.

El ruido de una máquina de cortar el pasto suena de fondo. A unos 50 metros, se encuentra Julio, en la vereda de la casa de un vecino, arreglando el césped. Es que a esta familia vecina, el agua no le llegó, el barro tampoco.

Hoy su vivienda esta apuntalada para que no se derrumbe.

“La Guerra de Malvinas y ahora esto” – lamenta Julio Malamfant, ex combatiente y Héroe de Malvinas, como le gusta nombrarse. Conmovido, señala su casa. Invita a entrar y presenta a su compañera.

Cristina habla y llora, sonríe por estar con su familia y se quiebra nuevamente.

-Es tan difícil de explicar, porque de un día para el otro cambia todo. Ahora estamos todos bien, estamos sanos y a salvo, pero ya no es lo mismo.

Ese domingo al empezar a llover Cristina y su familia estaban en la casa. Cuando vieron que el agua del arroyo aumentaba cada vez más y se acercaba a ellos, subieron a la cama lo que podían agarrar. Junto a su hija Victoria amontonaron las otras cosas “en una esquinita, por las dudas”. Nunca imaginaron que todo eso era en vano. El agua subió más de un metro y medio.

-Enzo, mi hijo menor, entró a su pieza y vio que su placard se estaba mojando. Agarró una almohadita que tenía de recuerdo en uno de los cajones de arriba y salió corriendo. Fue lo único que pudo sacar. – Cuenta la mujer, mientras sus ojos se humedecen.

El agua entraba por todos lados: por la pieza de los chicos, por el baño, por las ventanas, por debajo de la puerta. Con un palo de piso Cristina intentó impedir su visita, pero no pudo. La heladera se cayó y las cosas que había adentro comenzaron a flotar por todos lados. Julio tomó de las manos a sus dos hijos y salieron. Cristina pensaba en Gonzalo, el mayor, que se había ido a trabajar minutos antes. No supo nada de él hasta el otro día.

-Lo más triste fue escuchar a mis vecinos gritar, estaban arriba de los techos. Ese día fue terrible. Mi vecina de en frente había quedado adentro de la casa sola con el nietito y no podía salir. Vino un tronco y le tiro la pared. Después me contó que en ese momento rogaba que Dios la ayude, nada más. – Recuerda Cristina mientras abraza con fuerza a su hijo menor.

Después de 21 años de ver crecer a sus hijos en esa casa, Cristina y su familia deben echar raíces en otro lugar. Esta vez lejos del río.

Dos meses después el Municipio y la Provincia les adjudicaron un lote y una nueva vivienda donde volver a empezar.



Muchas personas que perdieron sus viviendas debieron ser relocalizadas dentro de la ciudad, en lugares más seguros.

Una soleada mañana de lunes, algunas de las familias damnificadas por el temporal se reunieron en un salón que de a poco se fue llenando de susurros. Sobre las mesas se acumulaban los papeles donde se sellaría el futuro de todos. Para ser relocalizadas debían aceptar formalmente abandonar aquellos lugares que hicieron suyos y que el agua arrasó en apenas minutos.

Antes de concretar el acuerdo, una mujer se mostraba angustiada, dudaba. Cuando llegó su momento de decidir, algo la contuvo. Mientras todos la miraban sacó el celular de la cartera y buscó una foto de su casa después de la inundación.

Antes de tomar la lapicera respiró hondo y agarró fuerte la mano de su marido mirándolo a los ojos:

– Nos vamos – le dijo y firmó.

Por Daiana S. Zilioli (para el taller “Buscando Autores”, dictado por Dante Leguizamón).



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